Tsaciana: El sonido de la montaña leonesa
Son voces y sonidos con calor, con ilusiones, con historia, voces para celebrar los acontecimientos más señeros de un pueblo que trabaja, que ama, que lucha para superar la vida. Su música se escucha una y mil veces de los mismos labios de sus
A caballo entre El Bierzo, Babia y Asturias se encuentra el valle de Laciana, una cuenca de montes escarpados sembrados de heridas dejadas por las minas y las explotaciones carboníferas a cielo abierto. Comarca eminentemente minera golpeada actualmente por la abierta crisis del sector, que la impelen a la búsqueda de alternativas económicas de futuro. Un futuro incierto pero no desesperanzado porque sus gentes no lo son. Muy al contrario. Son gentes de ánimo dispuesto, abierto, participativo, que saben trabajar duro y disfrutar de las pequeñas alegrías de la vida con el mismo entusiasmo con el que emprenden las tareas cotidianas. Unidos por esas tradiciones y costumbres, músicas, cantos, danzas y sones que los identifica y les hace sentirse más lacianiegos porque son conocedores de que sus raíces al igual que su música les han acompañado a lo largo de los siglos. Muchos han sido y son los mantenedores de esta cultura ancestral en el Valle de Laciana y aunque esta vez se dedique este espacio a una Asociación modélica y representativa de esa comarca como es el grupo folklórico Tsaciana de Villablino, no por ellose olvida a aquellos otros guardianes de las tradiciones que como Carmen Marentes, otra ilustre hacedora de sonidos arrancados al irrepetible pandero leonés, se esfuerzan en mantener vivos estos valores día a día. Tsaciana, el sabor de lo genuino En 1978 por iniciativa de unos cuantos amantes de las tradiciones y del folklore de la zona nace la que hoy día es conocida como una de las asociaciones más prestigiosas del país: La Asociación Folklórica Tsaciana de Villablino, integrada por 60 personas en edades comprendidas entre los sesenta años del grupo adulto y los 9 del infantil, además del grupo de jóvenes cuyas edades no sobrepasan los 21 años. Severino Álvarez Macías, su presidente, reúne a los mozos dos o tres días por semana en una hermosa casa de piedra que sirve además de local para los ensayos y de centro reunión del grupo. Allí José Manuel Fernández Cortina, uno de los monitores mejor preparados y con mayor experiencia enseña, junto a Olvido Rodríguez, «la voz de Laciana», a las seis parejas de niños y los van introduciendo con la ilusión y el ejemplo en los bailes y cantos de su entorno, algo que están consiguiendo con resultados verdaderamente asombrosos a juzgar por la demostración que realizan a menudo con las danzas más genuinas de la comarca. Como acompañantes de estos bailes, dos «maestros» de 14 años, José Luis García Menéndez, gaita y Andrés Álvarez González, acordeón, que han sabido impregnarse de la sabiduría popular de sus antecesores y la traducen con la frescura de sus juveniles años en ese néctar de música y poesía. «Esta es nuestra mejor cantera, dice Severino, y no escatimamos medios ni tiempo para que estos niños recojan el testigo de nuestras tradiciones que en definitiva son las suyas. Ellos son conscientes de que si no fuera por ellos esto se acabaría y ponen sus cinco sentidos y todo su entusiasmo en aprender los bailes, a tocar los instrumentos y a conocer los cantos del país». Tanto los instrumentos (panderos, panderetas, la pajetsa, _una sartén de mango muy largo con una gran llave que se introduce en él produciendo al frotarse un sonido peculiar con el que se acompaña los bailes_ las gaitas, crótalos o castañuelas de gran tamaño magníficamente labradas) como la indumentaria que lucen sus componentes son hechos por ellos mismos y se diferencia de la utilizada para la celebración de las bodas típicas lacianiegas. Austero, sin ornamentación alguna ni colorido. Su material es de paño marrón oscuro tanto para el pantalón y chaleco masculino como para el manteo y el chaleco o jubón femenino. El manteo está adornado con una o dos cintas de terciopelo negro dejando ver debajo las camisas que, al igual que las enaguas y prendas íntimas femeninas son de hilo. El pañuelo en la cabeza, es la única pieza del vestuario llamativa ya que en ella pueden apreciarse hermosos estampados con colores vivos. El calzado está constituido por medias de lana y escarpines con abarcas o almadreñas a pesar de que utilizan habitualmente zapatos. Todo el vestuario es de una gran sencillez. Cuando el grupo hace exhibiciones o viaja fuera del país (su fama ha llegado a Francia donde han actuado el pasado año) muestran sus mejores galas con trajes de más de un siglo y medio de antigüedad correspondientes a diferentes momentos de la vida cotidiana como el traje de labor, el de domingo, el de fiesta ataviados con todos sus complementos. Repertorio único Las comarcas de Laciana, Babia y Omaña, son las primeras en recoger y fomentar el folklore que con el paso de los años iba despareciendo. Estos pueblos fueron Caunedo, La Peral, Valle del Lago, Cerrado, Degaña, La Viliella, Larón, Cangas de Narcea, y Trascastro, y el grupo Tsaciana comenzó a recopilar e investigar esta música. De ahí nació un repertorio único que la asociación se esfuerza en mantener y difundir. Su variedad de ritmos junto a la originalidad de la indumentaria e instrumentos mantienen una gran similitud con otros valles de la montaña noroccidental leonesa. Así La Garrucha, La Jota Montañesa de Laciana, La Jota de Babia, La jota de Fasgar, Omaña y el Careao de Somiedo y Babia , son las más conocidas y frecuentadas por los miembros de este grupo que las han adoptado y las transmiten a sus jóvenes componentes. Durante las celebraciones de boda, fiestas y otras actividades de la asociación estos bailes junto con sus instrumentistas y cantantes se manifiestan en todo su esplendor y son reclamados por otras ciudades y lugares de la geografía española, que son muchos, y allí muestran su denso repertorio de danzas, cantos para deleite y disfrute de todos aquellos que saben admirar un arte que se enriquece con el paso del tiempo y como el buen vino gana según transcurren los años. Algo parecido a lo que sucede con los instrumentistas que emplean, generalmente, los más apropiados y autóctonos como el acordeón diatónico y en especial el pandero cuadrado de la zona una especialidad de quien es el alma mater de esta asociación, constructor de ellos y principal fuente de información, Santiago García Menéndez. Santiago García, un hombre de muchos saberes Pocas veces nos es dado encontrar a una persona tan sencilla y con tantos saberes y habilidades como reúne el secretario de la Asociación Tsaciana, Santiago García, un lacianiego de pro que lo mismo vende lápices en su bazar que en un santiamén te entona unas hermosas coplas de boda, te talla un precioso anaquel o te construye uno de esos panderos cuadrados que es la envidia de quienes se dedican por otras latitudes a fabricar este curioso y único instrumento de percusión. Hombre afable donde los haya, conocedor de toda la historia de la zona y mantenedor de un museo etnográfico de su propiedad que abre y enseña a quien desee visitarlo cuando se lo piden, habla durante horas del origen del pandero cuadrado de su historia, de su implantación en España y en concreto en la zona que ahora nos ocupa. Un pandero que ya tiene su representación en las pinturas románicas del Panteón de los Reyes de San Isidoro, donde un pastor lo sujeta entre las manos en actitud de ser tocado. «El origen del pandero se remonta a los fenicios, señala Santiago, pese que algunos musicólogos apuntan a los árabes como sus introductores en la Península. Los árabes lo que hicieron fue traer la pandereta pero no el pandero. Otros apuntan un posible origen celta, aunque en lugar de tocarlo como lo hacemos ahora lo hacían como el tan-tan de la guerra con palos. Algunos llaman a este pandero cuadrado la pandera y el pandero lo dejaban para el redondo». Las diferencias entre ellos también son notables y así, cuenta Santiago, «el pandero tsacianiego, dice, no tiene nada que ver con el pandero asturiano ni con el pandero gallego. Las diferencias son palpables. Tanto el curtido de la piel como el cosido, la forma de hacerlo son distintos. En Asturias el pandero tiene unos 33 centímetros de marco, es más estrecho y lo tocan de otra manera a la que aquí lo hacemos. En Asturias lo cogen con una mano como cuando se toca una pandereta. En Galicia lo tocan colgado. El de aquí lo cogemos con las dos manos, y es de 40 por 40 centímetros, en el caso del pandero de hombre, y el de mujer es entre 36 y 38 centímetros de lado. Eso al menos es como los hacía mi abuela y así lo he aprendido yo. El marco o bastidor tiene unas cuerdas que no son otra cosa que tiras de piel curtida que la llaman piel pergamino. El bastidor se mete en agua y se deja hasta que queda como la goma para poder enroscarlo. La forma de tocarlo es muy etérea. Es decir casi parece que está en el aire. A mi abuela, que me enseñó todo el secreto del instrumento, la oía decir «A ver esos panderos tienen que estar «nel aire». Casi sin cogerlo, sólo apoyarlo y se toca con las dos manos». Santiago hace sonar divinamente uno de sus panderos cuadrados a la manera tradicional mientras afirma que los jóvenes son reacios a tocarlo así, pero que los verdaderos tocadores de pandero como Carmen Marentes y él mismo lo hacen a la manera clásica. «Están hechos de piel de oveja, apunta Santiago, y hay una estrofa de una canción de la zona que dice « Ese pandero que toco ye de pelleyu de ogüecha, ayer berraba en el monte hoy sona que retumbiecha ». El origen de esta fabricación se remonta a varios siglos, añade. Las beceras o rebaños de cabras, ovejas apenas había, eran las que proporcionaban el material para construir los panderos. Pero debido a que ovejas apenas había en la zona y las cabras eran las que más abundaban los que querían construir panderos no esperaban a que vinieran las merinas en el verano. Mataban la cabra y lo hacían con la piel de ella. Los forraban de piel de oveja curtida y a su alrededor les ponía adornos de gran variedad hechos con cintas y grandes lazadas. Los de hombre no se solían adornar sólo los de las mujeres, y lo hacían con una cinta de varios metros plisada. Esto es a grandes rasgos los materiales que se utilizan, pero la construcción de ellos lleva una elaboración más cuidada». Santiago muestra una gran variedad de estos panderos cuadrados de tamaños diferentes hechos por él o en proceso de acabado, algunos con sólo el bastidor y las cuerdas preparado para recibir la piel¿ Hacia el aire sin sombra: Los guardianes de la tradición Después de este recorrido por el folklore y la música de una zona como Laciana que es historia viva de las tradiciones leonesas, no queda más que sentir orgullo y cariño hacia esos verdaderos mantenedores de la cultura local tantas veces olvidados, denostados o menospreciados a favor de otras manifestaciones culturales más comerciales, pero sobre todo menos auténticas. Su arte es una cosa, el folklore popular adulterado y tergiversado hasta las últimas consecuencias por el mal aprendizaje y el peor uso, otra. La Asociación Tsaciana de Villablino intenta que estos valores permanezcan y se conozcan a través de hombres y mujeres como José Manuel Fernández Cortina, Santiago García, Olvido Rodríguez, Severino Álvarez Macías, José Luis García Menéndez, Andrés Álvarez González, y muchos otros que sería imposible enumerar en este breve espacio pero que sin su aportación impagable el Grupo Tsaciana no existiría. Ellos son los guardianes de una tradición directa transmitida de padres a hijos, de maestro a discípulo, de mano a pandero, de fuelle a gaita. A golpes de ilusión, de esfuerzo y de amor por un arte que sólo ellos conocen y que sólo ellos pueden trasmitir. De no ser por personas y grupos como ellos hace ya tiempo que la música tradicional leonesa hubiera pasado a engrosar la larga lista del patrimonio musical desaparecido o adulterado sin visos de recuperación ni referencias que lo hicieran al menos reconocibles. Ellos son todavía los auténticos portadores de un testigo que hunde sus raíces en los sones más ancestrales de la melodía y los oficiantes más respetuosos de esa música que llamamos tradicional y que tiene en sus notas mucho más arte que ciencia. Su entusiasmo contagioso y ejemplar lo han heredado de sus antepasados y lo pasan a ahora a esos niños de cinco, seis y siete años que cada noche de ensayo acuden al salón de Villablino para empaparse de historia, sabiduría popular, arte y sobre todo humanidad. Valores que por mucho que nos empeñemos en resaltar sólo tendrán validez si nosotros mismos se la damos. El resto sólo serán palabras hueras que en nada benefician a estos mantenedores de ese arte que haciendo caso omiso del desaliento, la desidia, la envidia, o la condena, perseveran en su lucha por dejar lo mejor de sí en esa herencia imborrable que les mantendrá vivos en la memoria de las gentes mientras exista la música. ¡Gracias amigos por habernos hecho sentir la emoción de ese instante irrepetible!