El sexo es un arma política arrojadiza en EE. UU.
John F. Kennedy era un mujeriego empedernido, un obseso sexual que tuvo centenares de amantes, incluida Marylin Monroe. Durante su presidencia los estadounidenses no tenían ni la más remota idea de lo que pasaba y no se enteraron hasta mucho después de que fuera asesinado. En 1987 los tiempos habían cambiado y la publicación de unas fotografías del senador Gary Hart con Donna Rice enterraron su carrera política, que podría haberle llevado a la Casa Blanca, ya que era el favorito para obtener la nominación por los demócratas. Desde entonces la utilización del sexo como arma política se generalizó en ese país, para minar la credibilidad de los adversarios y destruirlos si es posible. Así se llegó a publicar que Nancy Reagan fue amante de Frank Sinatra durante la presidencia de su marido y se le inventó una aventura a Bush padre para perjudicarle. Pero el caso más espectacular fue sin duda el que casi le cuesta el puesto a Bill Clinton por su relación con la becaria más famosa de todos los tiempos, Monica Lewinsky, aunque ya había tenido bastantes más. Pese a sus muchos aciertos y algunos errores siempre quedará en la historia como el segundo presidente que se vio sometido a un proceso de impeachment. Pero ese arma arrojadiza se puede volver contra quienes la utilizan. El que fuera látigo de Clinton, el ultra y hombre fuerte del Partido Republicano Newt Gingrich, apóstol de una revolución conservadora asentada en los valores familiares más tradicionales, fue pillado como adúltero y recibió de su propia medicina. En América Latina los presidentes adúlteros han sido una constante en su historia, pero muchas veces se han beneficiado de sus infidelidades por la imagen de macho que les proporcionaba. Lo fue el socialista Salvador Allende, cuya amante, conocida como Payita, llegó a controlar su polícia personal, los GAP, y le acompañó durante el golpe de 1973 en La Moneda. En Venezuela la tradición es larga. A Carlos Andrés Pérez su relación con Cecilia Matos le costó una feroz campaña contra su gestión, con acusaciones de corrupción, lo que terminó en un juicio constitucional que frustró su carrera. Su antecesor, el católico de misa diaria Jaime Lusinchi, se convirtió en un cadáver político por culpa de su aventura con su secretaria Blanca Ibáñez. El argentino Menem no tenía reparos en recibir a sus numerosas amantes en el palacio presidencial para desesperación de su mujer, Zulema, a la que acabó echando de la residencia oficial.