Diario de León

La auténtica erótica del poder

En España, a diferencia de Gran Bretaña o Estados Unidos, siempre se ha respetado mucho la vida privada de los políticos, que no ha sido utilizada como munición contra los adversarios, aunque los medios no se han resistido a informar sobre el

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ENRIQUE CLEMENTE | texto
León

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F rancisco Álvarez Cascos anunciaba el miércoles su retirada cargando contra los medios de comunicación, que, dijo, «aprovechando los más bajos instintos de la gente, divulgan insinuaciones calumniosas o violan sistemáticamente las fronteras de la intimidad» y declarándose «más cerca que nunca de la fuerza del amor». Ese mismo día un diario publicaba que su ministerio se gastó el 45% de sus inversiones en arte del año 2003 -casi 400.000 euros- en piezas de arte de la galería Marlborough, que dirige su compañera sentimental, María Porto, de origen gallego. Según había publicado días antes un semanario, en el segundo semestre del 2002 Cascos se gastó 240.000 euros en nueve cuadros de su amigo y paisano Pelayo Ortega. El asturiano ha tenido una vida sentimental muy movida. Cuando era secretario general del PP y estaba casado con Elisa Fernández Escandón, una mujer de buena familia asturiana con la que tuvo cuatro hijos, mantenía un relación intermitente con Cristina Amor, por lo que en el partido le llamaban El Almendro, ya que «volvía a casa por Navidad». Ese romance estuvo a punto de costarle el puesto pues los sectores más conservadores del PP no la veían bien. Pese a todo rompió su matrimonio en 1993 y continuó su idilio hasta que se enamoró de Gemma Ruiz, un emparejamiento que también le causó sobresaltos. La crisis del Gobierno de Asturias tuvo su origen en su segunda boda, a la que no asistieron el presidente del principado, Sergio Marqués, y su esposa para no desairar a su amiga Elisa. Allí nació una enemistad que tuvo su reflejo en la vida política. Pacocascos y Gemma se casaron en 1996 -por cierto, no acudieron ni Rajoy ni Acebes- , tuvieron dos hijos y recientemente se han separado. La ajetreada vida amorosa de Cascos, su repercusión en su carrera política, en los asuntos públicos e incluso en los gastos ministeriales contiene muchos de los ingredientes de las peligrosas relaciones entre sexo y poder. Pese a los contratiempos que sus opciones amorosas le han creado, las cosas nunca pasaron a mayores y Cascos ha podido ocupar cargos de mucha relevancia. Sus críticos dicen que se debería haber marchado por asuntos como los de la catástrofe del Prestige, los fallos del AVE o el aumento meteórico de las compras en la galería de su novia, no por sus infidelidades. España es muy diferente a países como Gran Bretaña y Estados, donde la vida sexual de los políticos puede costarles su carrera. Aquí se respeta bastante su intimidad y se suele seguir la regla de oro de que la vida privada de los políticos interesa sólo si afecta directa o indirectamente a los asuntos públicos. En el caso de Cascos han sido los medios rosas los que han entrado en su vida privada, mientras los considerados serios han incidido en el supuesto trato de favor dado a Marlborough. No sucedió lo mismo con la relación extramarital que mantuvo Alfonso Guerra con María Jesús Llorente mientras estaba casado con Carmen Reina, con cada una de las cuales tuvo un hijo, Pincho y Alma. La sociedad y el PSOE se lo tomaron con la mayor naturalidad. Del entonces todopoderoso vicepresidente importaban sus actuaciones no sus amoríos. Mucho más interés acaparó el romance entre Miguel Boyer, que abandonó a su compañera de toda la vida y esposa, Elena Arnedo, por Isabel Preysler, pero la razón fue la personalidad de ésta. Ni a Guerra ni a Boyer les perjudicaron sus relaciones amorosas. Pero todo tiene un límite y aquí las apariencias también cuentan, sobre todo en un partido en el que militan destacados miembros del Opus Dei y los Legionarios de Cristo. Rodrigo Rato, cuya relación con una mujer 23 años más joven que él era conocida en los mentideros madrileños, tuvo que recomponer su maltrecho matrimonio de cara a la sucesión, dada la aversión del tándem Botella-Aznar por este tipo de devaneos. La entrada en solitario del vicepresidente Ratp en la boda de la hija de Aznar mientras su mujer, María Ángeles Alarco, lo hacía con el matrimonio Mayor Oreja pudo costarle no ser el elegido. Otros dos ministros, Cristóbal Montoro, que también fue solo al enlace, y Juan Costa se han separado. En los tres casos los medios han mantenido una encomiable discreción. En Francia ha funcionado siempre una ley del silencio sobre la vida privada de sus políticos, intelectuales y artistas. Eso cambió un tanto cuando en noviembre del 94 el semanario Paris Match informaba de la relación extramarital del entonces presidente François Mitterrand con Anne Pingeot, de la que había nacido su hija Mazarine en 1974. «Sí, tengo una hija natural, ¿y qué?», espetó a un periodista cuando se destapó su doble vida. Roto el tabú, años después aparecieron varios libros y revistas que desvelaron que todos los presidentes que sucedieron al austero general De Gaulle eran unos donjuanes, desde Pompidou a Chirac. Pero a ninguno les creó problemas en sus carreras políticas. Sophie Cignard y Alexander Wickham, autores de La Omertà francesa, mantenían que la vida amorosa de los gobernantes tenía a veces consecuencias negativas en los asuntos públicos, eran fuente de corrupción y nepotismo y que no informar de ella conducía a la impunidad. Ambos narraban lo que respondió la mujer de Chirac, Bernadette, cuando el ministerio del Interior trataba de informar a su marido de la muerte de Lady Di: «¿Y ustedes creen que yo sé dónde duerme el presidente». En sus memorias, Brigitte Bardot contó cómo el presidente Valéry Giscard d'Estaing deslizó su mano sobre su muslo cuando le visitó. Entre sus conquistas la revista Marianne citó a amigas compartidas con el cineasta Roger Vadim, la esposa de Bokassa, la periodista Marie Laure Decker o Silvia «Emmanuelle» Kristel. Jacques Chirac llegó al Elíseo precedido de una gran fama de conquistador, que le valió que los servicios de inteligencia investigaran su fugaz aventura con una azafata soviética de Aeroflot. También se le atribuyó una relación con Claudia Cardinale. Hasta John Major Un ejemplo paradigmático de cómo el sexo puede influir en la política del país fue el de Roland Dumas, ex ministro de Exteriores y ex presidente del Consejo Constitucional. Su amante, que luego lo contó todo en La puta de la República, cobró cuantiosas comisiones (9,8 millones de euros) por los contratos que logró para Elf Aquitane gracias en ocasiones a las mediación de Dumas. En Gran Bretaña ni siquiera la Casa Real se libra, aunque la prensa tuviera prohibido informar de las supuestas relaciones homosexuales del príncipe Carlos. Pero los ingleses, hartos de asistir a las dimisiones de numerosos ministros por temas sexuales, se quedaron estupefactos cuando se enteraron en septiembre del 2002 que el moralista ex primer ministro conservador John Major tuvo como amante a su compañera de partido Edwina Currie durante cuatro años en los 80. La misma persona que había forzado la dimisión de varios de sus ministros por sus aventuras extraconyugales, el gran defensor de la familia con pinta de no haber roto un plato, con sus gafotas y sus dientes de conejo confesaba que había sido adúltero. Eso sí el hipócrita rompió con su amante cuando la Thatcher le llamó a su gobierno por miedo a que quedara arruinada su carrera, que luego le llevó a Downing Street. Sus conciudadanos se quedaron de piedra cuando se enteró de que podía pasarse tres horas seguidas satisfaciendo los deseos de sus querida.

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