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«Yo tenía 'El Señor de los Anillos' dos semanas antes del estreno»

El pirateo de películas es un fenómeno que mueve miles de millones de euros y alcanza a todos los estratos de la sociedad. El último, una cárcel de cualquier sitio. Así llegan al mercado negro y a Internet las copias piratas.

Publicado por
DAVID BERIAIN | texto
León

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El día que se estrenó El último Samurai, la nueva película de Tom Cruise, los cines de Estados Unidos parecían un cuartel militar. Más de 1.000 guardias de seguridad contratados por el estudio (Warner Bros) protegían las salas de proyección como si se tratara de un fortín. Sus armas: cacheos y gafas de visión nocturna. Su objetivo: que nadie entrara con una cámara digital y grabara la película para hacer copias piratas. Hasta se confiscaron los teléfonos móviles con cámara. Esto, que puede parecer una paranoia hollywoodiense, no lo es tanto. El año pasado, la mayoría de las películas de éxito fueron pirateadas a las pocos días del estreno. Se contabilizaron al menos 50 casos, sólo entre las más taquilleras, en las que las copias en DVD aparecieron en el mercado negro antes de que la película viera la luz en los cines. En el proceso, los estudios dejaron de ganar alrededor de 3.500 millones de dólares, según una estimación de la revista Time. En los próximos años se prevé que esa cifra se incremente. Además, el pirateo está copando los mercados donde los estudios más soñaban con crecer, como China, donde 95 de cada 100 películas compradas son piratas. Su precio: 80 céntimos. El proceso «Yo tenía El Señor de los Anillos casi dos semanas antes de que se estrenara». J. es un joven gallego que tiene 20 años y una videoteca de más de 400 títulos pirateados. ¿Cómo consiguen los piratas tener copias de la película incluso antes de que se estrene? «Hay varios métodos. Está el más tradicional, el de toda la vida: ir al cine y grabar la película con una cámara», dice J. Es el llamado «screener», una técnica que da poca calidad de imagen y aún peor de sonido. Funciona sobre todo en estrenos películas de culto, donde el verla cuenta más que el cómo. «Todavía se graban muchas películas así, pero casi no merecen la pena. A veces la imagen está inclinada, o se ve pasar a la gente, o oyes murmullos o risas de fondo. Lo que se suele hacer más es esperar la salida del DVD en Estados Unidos que coincide casi con la salida de la película en los cines de España. Copian la imagen del DVD y le quitan el audio en inglés. Luego se van a un cine y graban el audio. Es más seguro y da mejor calidad», dice E., un joven de 21 años que afirma tener en su casa más de 100 títulos pirateados. El «screener» no es, de todas formas, lo que más preocupa a los estudios. Lo que de verdad les quita el sueño es la aparición de una copia de calidad cuando la película aún no ha cumplido sus primeras semanas en pantalla. Eso, dicen, provoca miles de millones en pérdidas porque la gente no va a verla al cine y mucho menos compra el DVD. Las copias de calidad se consiguen generalmente apropiándose de alguna de las cintas enviadas por las productoras a los miembros de la Academia y a los críticos para que valoren la película. De esta técnica no se libra, ni mucho menos el cine español. J. nos enseña una copia de Días de fútbol en la que se puede leer claramente: «Para uso exclusivo de los académicos». Esta fuga preocupa de tal manera a las productoras que se han mostrado dispuestas a introducir pistas ocultas distintas en cada cinta para identificarlas. En El último samurai el proceso duró tres horas por cinta, pero permitió saber en qué cines se pirateó la película y llevar a sus responsables ante la justicia. ¿Mafias o piratas particulares? Hasta aquí las actividades descritas corresponden a verdaderas organizaciones que pagan buenas sumas por conseguir los orginales para copiarlos y distribuirlos, sobre todo en el Tercer Mundo. Un negocio que mueve millones de dólares con un margen de beneficios más amplio que la propia heroína y con menos riesgos. Una vez que tienen el DVD en sus manos, los piratas no encuentran muchos problemas para hacer copias. Hay que romper la protección informática y comprimir el archivo hasta que quepa en un CD, pero eso se hace con unos programas muy sencillos, al alcance de cualquiera. Es lo que en la jerga se conoce como «ripear». Una vez que la película se ha convertido en un archivo digital ya está lista para la producción en serie. Ocurre que en alguna parte del proceso, alguno de los que tiene acceso a la película la coloca en Internet, ya sea por dinero o por simple afición y allí es donde la difusión de la película se dispara. De una sola copia se pueden hacer miles de descargas. Y esta es la verdadera pesadilla de los estudios. «No es que te bajes la película de alguna página de internet, eso ocurre cada vez menos, porque está prohibido. Se utilizan programas como Emule o Overnet, programas para compartir archivos, en los que tú pones a disposición de todos lo que tienes y tú puedes coger de lo que tienen los demás. Cuanto más famosa es una película mejor, porque más gente la tiene y más posibilidades hay de descargársela y más rapido», cuenta J. La avalancha de cine gratis en Internet sólo la ralentiza hoy en día la velocidad de conexión a la red. Para bajarse una película se necesitan varias horas y a veces días. Pero se calcula que en un plazo corto la velocidad aumentará hasta hacer posible la descarga mientras se visualiza la película. Por todo esto los estudios se han lanzado a un guerra en la que, sienten, se están jugando el futuro. Sólo les hace falta mirar a la industria musical. Según Time, se ha reducido la venta de álbumes en un 16% desde el año 2000. Han echado mano de sus armas legales y ya se están conociendo las primeras sentencias contra salas de cines por permitir el paso de cámaras y a internautas por colgar películas. Mientras, otros apuestan por inventar fórmulas más amables con los internautas, reinventando su negocio. Ofrecen, por ejemplo, descargas a bajo precio. Seguirían así el ejemplo de portales de música como el de Apple o el nuevo Napster, que han conseguido hacer negocio vendiendo canciones sueltas a 85 céntimos.

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