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Lágrimas por un ochomil

Dos escaladores leoneses cuentan su primer intento de coronar el Cho Oyu, la sexta montaña más alta del mundo, en la expedición que compartía el campamento base con el vasco y más afortunado Juanito Olazábal

M. CABALLERO

León

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«Si el tiempo nos hubiera dado una oportunidad, habríamos llegado», afirman Jesús Calleja y Manuel Caballero, los dos leoneses que entre septiembre y octubre intentaron, sin éxito, coronar el Cho Oyu, su primer ochomil , sin la ayuda del oxígeno. Para el vitoriano Juanito Olazábal, con quien se cruzaron en el campo base, era el décimocuarto. Y lo logró, batiendo un nuevo récord en el mundo del alpinismo. El Cho Oyu, con sus 8.201 metros de altitud, es la sexta montaña más alta del mundo. Se encuentra, como el Everest, en la cordillera del Himalaya, en la divisoria entre Nepal y Tíbet. Una expedición austríaca pisó esta cima por primera vez en 1954 y desde entonces se ha convertido en una de las mecas de los escaladores como paso previo a la conquista del Everest. Una jet streem (corriente a chorros) cuando alcanzaron los 7.000 metros de altitud fue la principal causante de su fracaso, según aseguran los montañeros tras su regreso a León. Vientos de 130 kilómetros a la hora y temperaturas de 33 grados bajo cero les hicieron desistir de lograr la hazaña en la primera oportunidad. «Intentar un ataque en esas condiciones hubiera sido un suicidio», precisa Jesús Calleja. Entre las numerosas expediciones que se dieron cita en el Tíbet para atacar el Cho Oyu se contaron 13 bajas por congelación y tres muertes. Pasado el 20 de septiembre, «nevaba casi todos los días y había vientos bastante fuertes, pero cuando nos tocaba atacar la cima se instaló la tormenta y fue imposible», añade el alpinista. Ambos esperan intentarlo de nuevo dentro de dos años. «Lo que hace falta es volver a intentarlo porque teníamos buena preparación, estábamos fuertes y nos aclimatamos de forma inmejorable», explican. Hacer la digestión por encima de los 7.000 metros es una de las pruebas básicas de la adaptación a una altura en la que la escasez de oxígeno hace difícil, cuando no imposible, hasta dormir. De las 200 personas que desde los años 50 han logrado tocar la cima de la Diosa Turquesa sólo el 12% lo han hecho sin la ayuda de oxígeno suplementario. Manuel Caballero y Jesús Calleja llegaron a la frontera entre Nepal y Tibet en la primera semana de septiembre. A 5.750 metros de altitud instalaron el campo base sobre un pedregal desde el que podían contemplar el Nana Palá, un paso característico de frontera con China «tan hostil y agreste que ni el ejército ni los policías pueden controlarlo». A 6.400 metros fue montado el campamento uno, «al lado de una grieta en el principio del glaciar». Desde aquí afrontaron un sinuoso recorrido en medio del glaciar vivo -de roca, nieve y hielo- y sortearon los penitentes -bloques de hielo aislado entre formaciones de roca- durante seis o siete kilómetros. «A partir de aquí, iniciamos una cuesta muy empinada de 450 metros de desnivel para dar paso a la rimalla del glaciar (por donde se descuelga desde la cima)», indican los montañeros. Este trayecto fue realizado en cinco ocasiones por los escaladores como medida para aclimatarse y poder subir el material. En cuatro de ellas se quedaron a dormir. «El mal tiempo nos obligó a acometer dos ataques a la cima de 6.400 metros», precisan. Del campo uno al campo dos, en una nueva etapa de la ascensión al Cho Oyu, realizan «el trayecto más largo y complicado», añaden. Para llegar a los 6.800 metros tuvieron que equipar el trayecto con 300 metros de cuerda fija para salvar una pendiente casi vertical. A esta altura, se topan con un muro vertical de 50 metros que se convierte en «la parte más delicada de toda la escalada». De nuevo tienen que recurrir a la cuerda fija. Al terminar esta etapa continuan el camino de ascenso por un plato glaciar que culmina en otra pendiente de 55 grados y, finalmente, desemboca, a 7.150 metros de altitud, en el lugar donde instalaron el campo dos. «Realizamos dos ataques a la cima, cocinamos y comíamos y ni siquiera tuvimos un dolor de cabeza», comentan entristecidos por no haber logrado coronar su primer ochomil después de conseguir una buena adaptación en un medio que durante cinco horas al día les obligaba a derretir nieve para abastecerse de agua y donde la poca cantidad de oxígeno ralentiza todas las funciones biológicas. La aventura, que emprendieron sólo con la promesa del Ayuntamiento de León de ofrecer alguna ayuda a su regreso, le ha costado un mes largo de vacaciones a Manuel Caballero -el año que viene no podré intentarlo porque todos los años no puedo pedir estas vacaciones- y 30.000 euros. Pero lo peor fue toparse con la cruda realidad de un temporal que no les permitió cumplir el sueño: «No es el esfuerzo de un día, sino un año entero entrenando. Si te vence la montaña, es otra cosa. Pero a nosotros nos hubiera bastado un sólo día de buen tiempo para hacer la cima». Manuel Caballero cumplió sus 32 años en el campo base y Jesús Calleja ya llevaba puestos los 38 cuando el 31 de agosto emprendieron la aventura que terminó 40 días después entre lágrimas.

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