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¡Que vienen los guirrios!

El antruejo, o carnaval tradicional leonés, sigue vivo en un buen número de localidades leonesas amantes de su pasado; tras él se agazapa lo más atávico, libre y auténtico de la condición humana

Unos leoneses muy «antruejeros», a la puerta de su casa, en Alija

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto RUBÉN GONZÁLEZ | infografía
León

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Las celebraciones tradicionales del ser humano adoptan formas verdaderamente curiosas. Hoy, inmersos como estamos en una era de aparente racionalidad y practicidad, las vemos con una mezcla de pintoresquismo y curiosidad, son cosas coloristas y fascinantes, misteriosas, con un arcaísmo que nos atrae poderosamente de manera casi siempre irracional, y de las que desconocemos bastante de sus orígenes y significados. En realidad, estos restos de atavismo -también llamados cultura-, formaban en su día (y lo siguen formando hoy, aunque de otra forma) parte fundamental en la vida de las comunidades humanas, tanto, que se ritualizaron y consagraron de manera muy especial en el calendario y en las mentes de quienes los practicaban. Así, el antruejo o carnaval tradicional leonés es un buen ejemplo de este fenómeno. Sus personajes y características nos hablan de un tiempo lejano, aunque quizás tampoco tanto: eran tiempos en los que el hombre no se sentía en absoluto seguro, cuando los fenómenos meteorológicos, la composición de la tierra y los ciclos biológicos de las plantas y los animales lo dominaban todo con arreglo a normas que podían variar en cualquier momento de manera imprevisible y misteriosa. De modo que el hombre, mero habitante del medio natural, pero dotado de una asombrosa e inédita capacidad simbólica y representativa, elaboró prácticas que propiciaban de forma mágica la fertilidad de la tierra sobre la que vivía, que favorecían la procreación de los animales y las personas, que hacía rehuir las tormentas y las enfermedades, y que celebraba con alborozo la llegada del calor y la renovación primaveral de la Naturaleza. Antiguamente estos ritos se extendían desde el equinoccio invernal (como exponente nos quedan los testimonios de las xiepas o mascaradas maragatas de invierno) hasta que esta estación estuviera bien avanzada, posiblemente los actuales carnavales marcan el fin de esa intensa temporada de celebraciones. En ellas se llevaban a cabo sorprendentes actividades, tales como arar la nieve mientras de la tiva (arado) tiraban hombres vestidos de mujer y otro personaje iba sembrando cernada (ceniza). Comportamientos similares a éstos también los podemos contemplar aún en algunos de los antruejos más célebres de León: Velilla de la Reina, Llamas de la Ribera, Alija del Infantado y Carrizo de la Ribera. En todos ellos late el espíritu libre, natural y espontáneo del antiguo antruejo o antroxu leonés. Desde épocas prerromanas los vecinos del viejo Reino echaban mano de todo lo que tuvieran en casa (pellejos, cuernos, flores, calaveras, paja) y burlaban por unos días a su propia identidad, sintiendo una liberación plena y desconocida durante un resto del año en el que se hallaban fuertemente condicionadas por ataduras sociales, religiosas y económicas. En el carnaval, verdadera y necesaria válvula de escape que, de una forma u otra, comparten casi todas las culturas, la fiesta adquiría trazos de desmadre, y en él participaban la gran mayoría de los vecinos del pueblo. Los hombres, esa curiosa especie, manifestaban así su inmensa alegría por haber sobrevivido a lo más crudo del invierno y festejaban su poder sobre el medio natural; justo era eso lo que los diferenciaba del resto del mundo animal.

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