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Hospitalidad divina, necesidades humanas

La mayor parte de las hospederías monásticas están reduciendo la acogida de huéspedes a medida que merma el número de religiosos. Algunos buscan otras salidas.

MUÑIZ

Publicado por
MARÍA JESÚS MUÑIZ | textos
León

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Siglo XV. Los pasos del padre hospedero son apenas un susurro apresurado que atraviesa el claustro entre el refectorio y la hospedería. Una pesada llave gira con estruendo en el portón que da al peregrino entrada temporal a la vida monástica. El monje cumple con el precepto de la orden y del Evangelio: fui peregrino y me acogisteis, tuve hambre y me dísteis de comer. Una vez aposentado en huésped en su celda, el religioso acude al rezo, junta las manos y mira implorante al cielo. Siglo XXI. Los pasos del padre hospedero apenas trastocan el silencio del claustro en busca de los huéspedes recién llegados al monasterio. Comprueba las reservas de los visitantes, les acompaña a sus habitaciones, les explica las normas de convivencia. Fui peregrino... A la hora de los rezos acude puntual. Entre tercia y sexta, entre vigilia y vísperas, entre laúdes y nuevo huésped, el religioso se sienta ante el ordenador de la mesa de su despacho. Allí se acumulan facturas, cuitas con Hacienda, plazos de subvenciones para reparar las grietas del convento centenario, cuestiones administrativas,... El hermano mira de reojo su manual de contabilidad. Junta las manos y levanta implorante sus ojos al cielo. La norma monacal de hospedar al peregrino y al viajero se ha convertido para muchos monasterios en un recurso económico más de la comunidad. La mayoría de las órdenes rechazan cualquier acogimiento que sea ajeno a fines puramente religiosos, o al menos espirituales. Otras ven en esta actividad un recurso más para afrontar los inacabables y costosos trabajos de mantenimiento de los conventos centenarios. Para unos cuantos, la hospedería monástica es un recurso a explotar dentro del emergente fenómeno del turismo cultural. Explotar y turismo son dos términos que en general producen escalofríos en buena parte de las comunidades religiosas. Pero otras se plantean ya adoptar modernas técnicas de gestión y promoción que rentabilicen esta riqueza potencial. Con matices. Siempre con matices. En uno y otro caso, la actividad económica que generan las hospederías ha de afrontar los trámites burocráticos y las cuentas con Hacienda. San Benito dejó bien claro en el capítulo 53 de su Regla que el ofrecer hospedaje era una obligación de sus seguidores. Pero no aclaró nada sobre la forma de arreglar cuentas con el IVA. Aunque una gran parte de los monasterios rigen sus hospederías con criterios estrictamente individuales, una veintena de ellos ha decidido dar un paso adelante y convocar un congreso nacional para poner en común experiencias e iniciativas que les ayuden a hacer frente con la mayor solvencia posible a esta actividad. Sólo una de las hospederías monásticas leonesas, la de La Virgen del Castillo, de Valencia de don Juan, acudió al encuentro. Organizado por varios monasterios, los responsables de turismo de Cataluña y una agencia de márketing y comunicación, el encuentro, que tuvo lugar en noviembre, abordó temas tan variados como la gestión de subvenciones para restauración, la fiscalidad en los conventos o la promoción de los servicios a través de las nuevas tecnologías. El próximo mes de mayo se celebrará un nuevo foro para decidir si finalmente se constituye una Asociación Nacional de Hospederías Monásticas, si se crea una página web para la promoción conjunta de estos monasterios y para ultimar la creación de una marca de calidad única que garantice los servicios que se ofrecen en estos establecimientos pero, sobre todo, la comercialización conjunta de los distintos productos que se elaboran en cada comunidad. Proyectos de futuro para una actividad y un modo de vida que pretende mantener inalterables las raíces del espíritu de la hospedería. Un recorrido por algunos de los lugares de acogida monástica con más tradición en la provincia muestra a las claras que no es el temor a los trámites burocráticos ni la falta de clientes lo que está haciendo desaparecer, o por lo menos menguando, estos servicios; sino la reducción inexorable de las comunidades religiosas. Los miembros que acoge cada convento son cada vez menos, y las tareas a abordar más limitadas. Los expertos en turismo aconsejan contratar personal exterior. Los clientes prefieren el trato amable de las religiosas. Los claustros se van despoblando. Una nueva imagen «Lo que pretendemos es realizar un trabajo en profundidad para publicitar estos espacios con la ayuda de las administraciones, abrirlos al público y que dejen de verse como lugares oscuros y tenebrosos. Son inmuebles con una gran tradición histórica y son muy interesantes desde el punto de vista cultural». Marta Vila, directora de la agencia Marketing XXI y una de las organizadoras del I Congreso Nacional de Hospederías Monásticas, celebrado en Lérida, resume los objetivos y las principales conclusiones de este encuentro, que supuso sobre todo una toma de contacto entre una veintena de responsables de monasterios con hospederías. «Se trata de abordar tanto el mantenimiento de los edificios como su gestión, y hacerlo abriendo su oferta a un turismo de carácter cultural. Lo cierto es que la mayoría de las personas que llevan estas hospederías son ancianas, así que pretendemos que pongan sus experiencias en común y busquen soluciones». Desde las subvenciones para el patrimonio hasta la comercialización de servicios de restauración y alojamiento; desde la acogida religiosa hasta los planes de ocio que pueden prepararse para los huéspedes, de la gestión interna de las reservas a las nuevas tecnologías, de las cuestiones financieras a la contratación de seguros; la primera puesta en común de necesidades y demandas resultó reveladora. El padre Agustín Pérez Marcos, del monasterio La Virgen del Castillo, en Valencia de don Juan, fue el único de representante leonés en este encuentro. En primer lugar hace una aclaración: «Desde luego la finalidad de las hospederías no es económica, aunque en muchas ocasiones contribuye al mantenimiento de los edificios». No es su caso. El edificio coyantino de los agustinos acoge en su interior la antigua iglesia, pero es una moderna construcción, amplia y con servicios impensables en otros lugares, como ascensores. Monasterio, antiguo colegio, hospedería, huerta, granja,... Paredes de ladrillos y suelos de terrazo que guardan, sin embargo, la distribución tradicional del monasterio. La zona destinada así a hospedería aparece integrada, pero separada del resto. Ante la falta de clientes de estas fechas, el ahorro impone, al igual que ocurre con la mayoría de las hospederías en estos meses, una ausencia de calefacción que intensifica la sensación de austeridad en las habitaciones. Austeridad, que no falta de comodidades. El padre Agustín comenta que, durante siglos, los monasterios constituían el único lugar donde un viajero podía encontrar alojamiento. «Lo mismo que ocurre ahora en muchos lugares de África», explica recordando su etapa de misionero en Tanzania. En las misiones han pasado la mayor parte de su vida los doce religiosos que ahora habitan este convento. En el recinto producen todo aquello que necesitan para vivir: una huerta cuidadosamente diseccionada con frutales, hortalizas de todo tipo e incluso un pequeño invernadero para experimentar. Una selección de aves, panales y varios hermosos gochos con los que proveen regularmente una sala de curación y una despensa que es la envidia de todos cuantos les visitan. Especialmente cuando se degustan en un merendero, con parrilla y horno incluidos, ubicado en un privilegiado balcón natural sobre el río. Alimentación natural que disfrutan quienes acuden a su hospedería, generalmente grupos que realizan jornadas de trabajo, cursos de verano para jóvenes y niños y, cómo no, personas y familias que buscan disfrutar de «un clima de paz». La única condición es adaptarse a los horarios y las normas de la casa, y respetar el ambiente de la comunidad. Para cubrir las necesidades de todos estos colectivos el convento Virgen del Castillo cuenta con 56 habitaciones, quince de ellas matrimoniales y dos familiares. Los huéspedes tienen a su disposición, en un ala concreta del edificio, varias salas de reuniones, una capilla y, en el futuro, una cafetería. El jardín es zona común, y dispone incluso de alguna instalación deportiva y una piscina. Buenas experiencias Las hermanas benedictinas del Monasterio de Santa Cruz de Sahagún admitieron también a todo tipo de clientes durante años en su hospedería, de la que hablan refiriéndose sin empacho al «hotel». Fue el primer convento de Castilla y León que abrió sus puertas para este servicio. Pero desde el 2001 se transformó en una casa de oración, como recuerda la hermana María Asunción Ríos, la joven abadesa de la comunidad. Son 21 habitaciones que hoy difícilmente se ven llenas, y no porque falten candidatos. Incluso durante la conversación con la abadesa una hermana contesta al teléfono para aclarar las condiciones de ocupación de los cuartos. «No podemos llenar la hospedería porque no tenemos capacidad para atenderla. Somos sólo doce hermanas, que realizamos todas las tareas, y tenemos que limitar nuestras actividades. Pero fue una decisión difícil, porque el hotel fue una experiencia maravillosa para nosotras». Igual de positiva que la que les llevó a retirar los muebles de un ala del convento y colocar colchonetas, para dedicarlo a albergue de peregrinos durante cinco años. «Tenían a su disposición las habitaciones y un patio, pero con gran dolor tuvimos que renunciar a esta iniciativa. La alegría que traían consigo los peregrinos provocó no pocas quejas de los huéspedes que venían a nuestra casa buscando un clima de recogimiento y de paz». Las religiosas llegaron a plantear a sus clientes (sobre todo asturianos) la posibilidad de contratar personal externo para atender el hotel, pero quienes acuden a estas instalaciones aprecian sobre todo a la atención personal de las monjas. «Ahora ya no pueden venir sólo a descansar, es necesario que participen también de alguna manera en las oraciones». Al igual que antaño, la hermanas mantienen el servicio de cocina para sus huéspedes. «Pero ya no para los grupos que nos pedían comer aquí, o para las primeras comuniones, que también organizábamos». Y eso que la parte gastronómica es uno de los puntos fuertes del monasterio de Santa Cruz, especialmente en repostería. Sus famosos amarguillos y hojaldres se vendían por todo el país en centros de productos monásticos, y servían también a cuatro confiterías de la localidad. «Ahora sólo vendemos en la portería del convento, y no tanto como nos demandan». Son muchas las actividades que han abandonado, la elaboración de chocolate y caramelos, la confección de ropa para esquiar,... «Algunas de las hermanas ya cobran la pensión, y nos arreglamos con nuestros ingresos. Está claro que con una comunidad más numerosa podríamos volver a afrontar todas estas actividades, porque trabajo no nos ha faltado nunca, pero la realidad es esta», comenta la abadesa. «Nosotras no llevamos una vida de privación, pero sí de austeridad, así que tampoco necesitamos mucho. Si acaso, para las obras que continuamente necesita el convento. También obtenemos financiación del museo, que conserva piezas muy interesantes del rico patrimonio facundino, pero casi genera más gastos que ingresos». Por deseo del obispo En el monasterio de La Asunción, de Carrizo de la Ribera, la hospedería surgió como un deseo personal del que fue obispo de León Fernando Sebastián. «Cuando vio el lugar dijo que aquí había que hacer una casa de oración, y a ello nos pusimos», comenta la hermana V., que se niega entre risas a que su nombre o su imagen aparezcan en el reportaje. No fue una tarea fácil. Las monjas comparten recinto con una posada de turismo rural, y tanto el monasterio como los terrenos que le rodean son un rompecabezas de propiedades e historias. «Con la desamortización lo perdimos todo, esto estuvo abandonado tres años. Luego nos dieron una parte en usufructo, pero sin poder recibir novicias y con derecho de reversión, que más tarde perdieron. En la huerta tenemos una fanega de tierra que no da para nada». Han tenido que aprender a negociar para hacerse un hueco en el que fue su convento. «Aunque durante años tuvimos un espacio mínimo, acogíamos a algunas personas, sobre todo familiares de las hermanas. Ahora, desde hace unos diez años, hemos cumplido el deseo del obispo y tenemos hospedería nueva». Se construyó en una antigua nave de la iglesia que forma parte del conjunto conventual, «la tuvimos que cambiar por una parte de nuestro convento que se metía en la zona del otro propietario». Respetando y conservando el muro original del templo, y con una estimable labor de carpintería que no desentona con el entorno, construyeron catorce habitaciones en las que pueden dar cobijo a hasta 19 personas. «La hospedería está abierta todo el año, aunque ahora recibe a poca gente. Y muchos no quieren comer aquí, prefieren irse a otros sitios». No le piden el carné de practicante a nadie, pero prefieren huéspedes con inquietudes espirituales. «Lo que queremos no es ofrecer una forma barata de hacer turismo, sino personas que busquen algo en la liturgia, en la iglesia, que compartan los rezos con nosotros». Para ello tienen su capilla particular, y también pueden participar en las oraciones de las hermanas, que siempre tienen reservados sus lugares de clausura. Una de las hermanas lleva las cuentas y los trámites administrativos, ayudada por un asesor. Pero, como casi en todos los monasterios, una sonrisa entre pícara y resignada se dibuja en el rostro de las monjas cuando se les habla de negociar subvenciones. «Cuesta mucho mantener estos edificios. Nuestra casa, en concreto, es un monumento artístico. Si avisamos de que algo está deteriorado, viene Bellas Artes, hace unas fotos,... Y si queremos que no se caiga tenemos que arreglarlo nosotras». La hermana V. Vuelve apresurada a la cocina, mientras sus compañeras apuran la confección de lencería para una fábrica provincial. Una de las hospederías con más tradición entre la oferta de los conventos leoneses es la de San Pedro de las Dueñas, que lleva funcionando como tal desde hace alrededor de treinta años. «Como monjas benedictinas, siempre hemos tenido como característica el hospedaje, pero la hospedería estuvo en ruinas mucho tiempo. Luego la arreglamos, y tiene veinte habitaciones. También les damos la comida, e incluso ofrecemos comidas a gente de fuera si nos hacen peticiones, aunque esto no es un restaurante». Sor Inés es la abadesa de una comunidad de catorce hermanas, y asegura que no pueden promocionarse mucho porque no podrían atender a un número elevado de huéspedes. «Recibimos muchas llamadas, y no podemos atender a todos. Vienen sobre todo familias que repiten cada verano, de Málaga, Cataluña, Madrid, y también algunos asturianos. Aquí se respeta la libre participación en los actos religiosos, no pedimos a nadie que lo haga si no quieren, pero tampoco podemos convertirnos en un hotel. Existen determinadas condiciones que hay que cumplir. Por ejemplo, hay gente que nos ha pedido que pongamos televisión, pero no es a eso a lo que se viene a una hospedería monástica. Tiene que mantener su sabor y su esencia». En el monasterio de Gradefes la hermana Natividad destaca sobre todo la acogida en su hospedería como una forma de retiro interior. «Aquí no alquilamos habitaciones, se viene para la oración, para ayudarse un poco espiritualmente, porque la vida en nuestros días es muy ajetreada. Se vive muy superficialmente y de vez en cuando hay que ponerse las pilas, lo de fuera no es lo esencial». Pero reconoce que «hay mucha gente que no sabe en qué consiste la hospedería monástica». Cuentan sólo con cuatro habitaciones para acoger a estos huéspedes, que acuden sobre todo en verano y comparten con ellas los rezos y el retiro. Siempre respetando el recinto que acoge exclusivamente a las hermanas. Otras comunidades, como la de la Divina Pastora en León, acogen a algunos huéspedes, pero sólo con los fines propios de la Casa de Espiritualidad que tienen en el pabellón de San Juan de Dios. En el monasterio de San Miguel de las Dueñas las cinco habitaciones se utilizan exclusivamente para huéspedes con fines religiosos, aunque las hermanas reconocen que son frecuentes las llamadas de los que pretenden alojarse en el monasterio para hacer turismo. «Nuestra misión es ayudar a las personas que acuden en busca de consuelo espiritual, aunque sobre todo acogemos familiares», advierten desde esta comunidad, formada por 27 religiosas. Otro caso es el de los Paúles de Villafranca del Bierzo, que han alquilado a una empresa dedicada a la hostelería parte de su impresionante monasterio. «Pero no tenemos nada que ver con ellos, eso no es una hospedería», afirman. Más o menos abiertas al mundo exterior, las hospederías monásticas se debaten entre una lenta desaparición de la mano del descenso en las vocaciones y la apertura al exterior para aprovechar el emergente mercado turístico. Un rápido recorrido por Internet deja claro que las nuevas tecnologías no son ni mucho menos ajenas a una oferta que inevitablemente atrae a personas ávidas de nuevas experiencias. Incluso algún alojamiento de este tipo llega a publicitarse bajo el epígrafe de «turismo de aventura». Algo que desde luego no tiene nada que ver con el espíritu de las hospederías. Aunque aventura es, y a menudo no poca, adentrarse en uno mismo y buscar en un clima de paz lo que el ruido cotidiano no deja oir.

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