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Ya están «tocando a vecera»

Las razas domésticas de León son las propias de una tierra eminentemente agraria pero no especializada, de forma que una mayor variedad de especies implicaba más riqueza para la casa

L. DE LA MATA

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto RUBÉN GONZÁLEZ | infografía
León

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Diversificar. Ésa podría ser la palabra más precisa para describir el comportamiento de los labradores leoneses a lo largo de estos últimos siglos en todo lo relacionado con la crianza de los animales domésticos. El paisaje de amplias explotaciones vacunas, avícolas o porcinas, en régimen intensivo, y que emplean los últimos avances tecnológicos, no deja de ser una introducción relativamente reciente: el modo de proceder tradicional del hombre de esta tierra era el de cuanta más variedad, mejor. ¿Por qué este comportamiento? Pues porque la aptitud agrícola de aquí nunca se ha orientado hacia una especialización concreta de un cultivo o una raza determinada. Antes bien, incluso en zonas claramente agrarias como las riberas bajas de los ríos leoneses o el fondo de la hoya berciana, el labrador cis-astur, pese a apoyar el peso de su economía en la recolección de cereal, uva y productos hortofrutícolas, siempre complementaba su producción con un rebaño más o menos grande de cabras y ovejas, también con conejos, gallinas y gallos, puede que algún pavo, palomas; y el gocho, esa insustituible despensa con patas. Junto a todos ellos, un caballo, yegua, mula o asno para el transporte y el trabajo en el campo, decenas de gatos, perros de guarda del ganado y, por supuesto, la presencia tranquila y omnipresente de la vaca y del buey, animales casi tan sagrados aquí como en la India. Las respuesta a la pregunta que lanzamos antes bien puede contestarse por razón de las características físico-climáticas de nuestras comarcas, de terrenos químicamente menos ricos que, por ejemplo, los de la vecina Tierra de Campos. Nosotros contamos con una orografía más complicada, un clima duro y una altura sobre el nivel del mar superior. A esas condiciones hay que unir una extraordinaria abundancia de cursos de agua y fuentes que drenan ese terreno, procedentes del arco montañoso, y que lo alejan del ambiente meseteño para crear un tipo de paisaje peculiar. El resultado de esos condicionantes naturales (a los que se suma, creemos nosotros, el propio carácter de este pueblo y la fuerza de la tradición) es un sistema poblacional de aldeas que aprovechan al detalle (tanto agrícola como forestalmente) sus apretados recursos. Las abundantísimas surgencias de agua dulce -se cree que en mayor cantidad que en cualquier otra región de la Península, junto a los Pirineos- son las principales responsables del paisaje humano de León: pueblos de pequeño-mediano tamaño, muy numerosos y cercanos entre sí y situados junto a los cursos de agua, en especial ríos, pero también arroyos y manantiales. Este aspecto también es el que nos ha reportado la ventaja de poder mantener a la vaca, uno de los animales más beneficiosos para el hombre: da leche y carne, alimentos de enorme y valiosísimo aporte proteínico, y además, fuerza de trabajo. En cambio, precisa de cantidades notables de agua y materia vegetal para su subsistencia. Aquí podemos proporcionárselo, y desde la montaña a las riberas se han venido criando en gran cantidad; incluso en esa zona que algunos llaman el Páramo de Payuelo y otros, erróneamente, Campos, entre el Esla y el Cea. Desde siempre, también allí se ha contado con vacas y con un tipo de ganadería y agricultura diversificada; ya que las condiciones de esta tierra son semejantes al resto de León; pasando el Cea el cereal, especialmente el trigo, lo invade casi absolutamente todo. Junto a estos rasgos generales, los tipos de animales específicos de nuestra tierra son, cada uno a su modo, únicos y decididamente hermosos. Desde esa especie única que es el Gallo del Curueño, cuyo plumaje se mustia una vez trasladado a otro lugar que no sea su valle natal; al carea leonés, perro sufrido como pocos que espera un mayor reconocimiento a su fidelidad; pasando por todo un emblema de León, el mastín; al asno zamoranoleonés, de los que cada vez quedan menos; o a la prácticamente extinta vaca mantequera, de la que ni ganaderos ni científicos supieron aprovechar su verdadero valor; hasta desembocar en especies tan majestuosas y nobles como el enorme caballo hispano-bretón. Son, todas ellas, símbolos de esta región, y cada una nos cuenta un episodio distinto de su historia.

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