Diario de León

De la montaña a la dehesa

La más grande aventura de los ganaderos leoneses a lo largo de los siglos ha sido la trashumancia; un recorrido milenario entre dos regiones complementarias que constituye una sabia y eficaz manera de optimizar los recursos naturales

El rebaño de Longinos Álvarez regresa a Portilla, en la montaña leonesa

El rebaño de Longinos Álvarez regresa a Portilla, en la montaña leonesa

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto RUBÉN GONZÁLEZ | infografía
León

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La historia leonesa es realmente apasionante. Está plagada de gestas, conquistas, avances, repoblaciones, batallas perdidas y ganadas, grandes nombres de reyes, guerreros y santos, construcciones y destrucciones. En ella pueden hallarse hitos históricos y sociales de alcance universal, como la creación de las primeras Cortes de Europa o el aporte decisivo a un proyecto de reino común llamado España. Pero hay en León otra épica más pegada al terreno, que no tiene el relumbrón de los armiños ni de las medallas, que apenas está recogida en documentos, imágenes, cuadros, películas, anales y novelas, pero que, de todas formas, nos atrevemos a calificar de inmensa aventura. Una aventura monumental, anónima y callada cuyo origen se sumerge en la noche de los tiempos y que estructuró y dotó de espíritu, proteína y tradiciones a todo el viejo solar del reino (con su espina dorsal en forma de Vía de la Plata) a golpe de pisada mansa de oveja merina, cañada real, chanfaina y voz de rabadán. Pero para conocer esta tradición nuclear de casi toda la Península -que contó y sigue contando con especial vigor en las tierras leonesas-, lo mejor es acudir a los expertos. Y uno de los mayores es el veterinario e investigador leonés Manuel Rodríguez Pascual, autor del bello y exhaustivo libro La trashumancia. Cultura, cañadas y viajes (Edilesa) quien, sobre todo, es un apasionado amante de este viejo universo de ganado y paisaje. Cuenta Rodríguez Pascual que, en esencia, la trashumancia «es un movimiento cíclico del ganado en su búsqueda constante de pasto y agua». Y así, en los meses de octubre y noviembre, cuando en la montaña de León comienzan los grandes fríos y las nevadas, los animales emprenden un gran viaje a pie que les llevará, a través de cientos de kilómetros, a alcanzar finalmente las dehesas extremeñas, allí donde el invierno es más benigno y las primaveras son amplias y generosas. Por contra, cuando los prados y las aguas comienzan a agostarse en Extremadura y La Mancha en abril y mayo, los enormes grupos de animales regresan, a través de las Cañadas Reales Leonesas, a unos puertos que ya tienen pasto fresco y abundante por efecto de las nieves y lluvias. Pero estos movimientos masivos de animales entre dos regiones ibéricas que se complementan la una a la otra ya lo hacían los propios animales por sí solos antes de que el hombre los domesticara. Igual que hoy vemos en los documentales de la televisión cómo los ñúes, las cebras o los bisontes atraviesan grandes extensiones de terreno, ríos incluidos, empujados por un ciego y fortísimo instinto de supervivencia, así también las antiguas especies de rumiantes hispánicos emprendían inmensos viajes desde el arco montañoso cantábrico y pirenaico a las regiones llanas del centro y sur. En el período Neolítico, hace más de 4.000 años, cuando comenzaron a domesticarse los primeros animales, esos comportamientos innatos fueron aprendidos y aprovechados por los seres humanos, potenciados y reconducidos a través de las mismas sendas, vados, pasos y collados por los que los herbívoros habían transitado desde épocas inmemoriales. El protagonista de esta historia legendaria, en lo que a la historia y tradición leonesa se refiere, no es otro que la oveja, la humilde oveja. Se trata de un animal que sólo hasta los años 40 del pasado siglo comenzó a alimentarse con piensos. Antes, todo el grano que se producía se destinaba a consumo humano, y el ganado sólo se alimentaba a base de pastos naturales. Por eso, en gran parte de las comarcas de la Meseta norte, no cabía otra solución que ir en su búsqueda. Es por eso que antes se decía que las ovejas «vivían en una eterna primavera» ya que se desplazaban de continuo instalándose en regiones en las que reinara el buen tiempo. Decimos humilde pero en realidad, una de las especies de esa callada oveja constituía un tesoro de enorme valor sobre el que se levantó buena parte del imperio: España mantuvo el monopolio de la lana merina durante la friolera de cinco siglos, y Europa entera se vestía con los tejidos de lana fina y pura de las cabezas de ganado que se criaban en las sierras de Soria, en los montes de Riaño y en las dehesas de Badajoz. No se podían sacar fuera del país bajo severísimas penas, y los únicos animales que se exportaban eran los que los monarcas ofrecían como regalo a sus parientes de la realeza continental. Fue en la Guerra de la Independencia cuando el cerco se rompió y las tropas napoleónicas e inglesas sacaron de la Península ejemplares de merino que después criaron con éxito en sus países. Porque ni las guerras impedían el milenario transcurrir de la trashumancia; ésta persistió durante la francesada, las guerras carlistas y hasta la Guerra Civil en sus viajes a través de la intrincada y completa red de cañadas reales, descrita, formalizada y regulada a partir de la creación de la Mesta en el año 1273. Pero el merino se sacó fuera y se extendió por medio mundo. Hoy, los grandes países productores de lana, como Australia, Nueva Zelanda, Chile, Rusia o China, deben la simiente de sus animales a aquellos vigorosos merinos ibéricos, buena parte de los cuales eran conducidos por pastores, mastines y ordenanzas leonesas. Hoy, esa enorme corriente vital de esfuerzo compartido entre hombres y animales -que nos hace reconocer en lo que fue el extremo sur de León (Salamanca, Cáceres, Badajoz, Huelva) cosas tan familiares como nosotros como la chanfaina, el chozo de pastor, los cantares pastoriles, la chifla de tres agujeros y el tamboril, o el dialecto, por poner sólo algunos ejemplos-, subsiste en una forma ya casi simbólica o testimonial. Unas 7.000 ovejas de ganaderos leoneses siguen bajando a Extremadura, y unas 100.000 hacen la trasterminancia desde la montaña hasta las riberas leonesas. ¿Cómo salvar la memoria de los hombres que más saben de naturaleza, ganado y equilibrio ecológico? Manuel Rodríguez Pascual piensa que esa salvación debe pasar por la dignificación de la figura del pastor; el reconocimiento del beneficioso efecto del ganado trashumante como garante de la diversidad y la conservación del medio natural y la creación de una «denominación de origen» para esta carne natural.

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