Diario de León

La mirada del cambio

En casa, Zapatero «siempre se salía con la suya». Ganaba la guerra sin entrar en batalla, al estilo oriental. Sus armas: oído atento e impenitente, negociación permanente y un punto de seducción.

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ANA GAITERO | textos JERRY LAMPEN | foto
León

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apatero se convenció pronto de que el kárate no era lo suyo. Nadie lo diría pero es cierto que lo practicó con el afán de «ganar fibra» y contrarrestar el estirón de la adolescencia, que transformó su porte en una figura altísima y algo esmirriada. En aquella época, principios de los 70, también devoraba con entusiasmo las películas de Bruce Lee. Al cabo de un año y con un humilde cinturón verde abandonó estas inclinaciones. Así que no se puede decir que su «extraordinaria estabilidad psicológica», que enfatiza su primo y confidente José Miguel Vidal, se deba a los ejercicios físicos y mentales consustanciales al kárate. Zapatero dejó de practicar también el montañismo, una afición transmitida por el padre que cultivó mucho en la juventud, en familia y con los amigos en las escapadas a Vegacervera. Se apeaban del 1500 y se lanzaban al paseo, a las cartas o al ajedrez en el bar de Guillermo. Contadas veces comían una ración de pulpo en el molino porque «¡nos pegaba unos viajes...!», afirma su amigo el abogado Juan Díez. El amor a la montaña y la vehemencia por alcanzar la cima se refleja en esa foto en la que posa orgulloso en Picos de Europa tras haber dejado atrás, exhaustos, al padre y al hermano. No ha perdido en cambio la afición a la pesca de la trucha, con mosca ahogada, una actividad que exige andar el río buscando las tiradas. Las truchas siempre sorprenden al morder el anzuelo y el pescador recoge la presa emocionado. Las truchas que José Luis pescaba en el Torío servían para la cena de la pandilla, porque él «ni las probaba ni las preparaba». El líder Zapatero ha aprendido a sorprender en las turbulentas aguas de la política, nada que ver con el limpio coto del Luna en Villafeliz, para seducir a la ciudadanía: cuando decide reemplazar a Jordi Sevilla en el debate presupuestario del 2002 o cuando anuncia que no intentará gobernar si no obtiene un voto más que el PP o, cuando tras la crisis de Perejil, decide visitar Marruecos y en Rabat «le recibieron como si llegaran los Beatles». Empezó a jugar al ajedrez con los compañeros del Colegio Leonés y en los años universitarios perfeccionaría su destreza en el tablero con un maestro, su amigo Miguel Ángel. Muy pronto dejó ver que prefiere desplegar sus dotes de estratega sobre la realidad inmediata antes que sobre el tablero. «Como buen ajedrecista estudia bien cada movimiento y sabe cuando replegarse para volver a atacar en el momento oportuno», subraya Nepomuceno. José Luis Rodríguez Zapatero exprimió alguna lección de todas las aficiones que cultivó desde niño, algo que debe tener relación con su fama de «un escuchador impenitente». Para algunos escucha demasiado: «Es la leche, le enseñas todas las cartas. Te vas y caes en la cuenta de que él no te ha enseñado ninguna», confesó el vallisoletano Rodríguez Bolaños al biógrafo de Zapatero, Óscar Campillo. Hubiera disfrutado de lo lindo, ha reconocido, chutando mejor el balón, pero a falta de acierto deportivo en lo físico, optó por programar las jugadas, hacer de delegado de equipo o cronista deportivo para la revista del colegio. «Era un chico muy activo y muy implicado en los proyectos comunes», asegura quien fue su profesor de literatura durante cuatro cursos en el Colegio Leonés, Alfonso García. Paciencia y rosas «Ha sacado rosas de la paciencia, como dice el viejo proverbio persa», precisa el crítico musical del Diario de León. La última rosa, socialista, la cultivó durante una tenaz campaña electoral en la que sólo él, Bono y su mano derecha gallega, Pepe Blanco, daban por segura la victoria. En el PSOE, un resultado por encima de 140 diputados se consideraba aceptable y gobernará el país con 164 escaños. El hombre tranquilo, subido a la cima política tras larga pero incansable escalada, revolucionó el 15-M el ambiente internacional al dar la victoria al Partido Socialista Obrero Español, con el país conmocionado por el atentado terrorista del jueves anterior a los comicios. ZP no decepcionó ni al mismísimo Aznar, quien en julio del 2000, cuando el líder socialista logró la secretaría general del PSOE, no dudó en asegurar que «Zapatero no es Borrell» y en valorar «su tacto y talento» como las cualidades de quien podía ser «un rival difícil de batir». «Lástima que en los otros años siguientes le ninguneara como jefe de la oposición», ironiza un conocido del leonés. En Ferraz bromeaban el lunes con el «efecto mariposa» del triunfo del PSOE en el mundo: «Parece mentira que sea uno de León el que monte este revuelo». A Bush le faltó el tiempo para pedir la conferencia con Madrid y la repercusión del resultado electoral en la prensa norteamericana «no tiene precedentes», afirman en la sede socialista. José Luis Rodríguez Zapatero, quinto presidente del actual período constitucional a partir de abril, nació en Valladolid bajo el signo de Leo hace 43 años no por accidente, sino por voluntad de la madre, empeñada en alumbrar a sus retoños, Juan y José Luis, en la clínica que su tío poseía en la ciudad castellana. Purificación Zapatero era vallisoletana, pero vivía en León desde su matrimonio con el letrado Juan Rodríguez García-Lozano. La pérdida de la madre, fallecida el 30 de octubre del 2000, ha sido «el momento más duro» en la vida de Zapatero. El hombre «alegre y estable» lloró sobre su lecho de muerte. Pero muy pocas lágrimas traspasaron ese momento íntimo. «Tengo muy grabada y presente la imagen de José Luis preparando conferencias e intervenciones públicas en el hospital», señala un familiar. «No es que sea un frío; lo que pasa es que es tranquilo y de mucho temple», opina el médico Fructuoso García, con quien ha compartido días de paciencia en el Porma a su paso por el Condado, en el Omaña y el Órbigo. De la familia materna heredó los ojos verdes y la sonrisa, que utiliza con pericia para encadilar, y también las cejas, la parte menos amable de su rostro, porque expresan algo de dureza y retorcimiento. Y dicen que de su madre son la «austeridad» -«necesita lo mínimo para vivir», asegura Juan Díez- y la continencia emocional. «No le he visto cabrearse nunca. Es serio como este mármol, pero nunca le he visto descalificar a nadie ni en público ni en privado», asegura Benigno Castro, abogado, cinéfilo y periodista. Zapatero, además, «tiene pasión por la política; se puede tener formación y temple, y carecer de pasión. Esto es lo que a fin de cuentas diferencia a los hombres de Estado», añade. Es la pasión, cree, la que hace que no pierda de vista a las personas como protagonistas de la política.Justamente lo que le pidieron las bases la noche electoral: «¡No nos falles!», gritaban en la calle. Benigno, uno de los refundadores de Juventudes Socialistas en León con Manuel Hidalgo y Juan Díez recuerda las tertulias en el Belle Epoque, un café abierto a principios de los 80 al que acudían tras las sesiones del Cine Club Universitario en Empresariales. Su novia se sumaba de vez en cuando a estos encuentros. Sonsoles Espinosa escuchó esta semana la voz tranquilizadora de la reina al otro lado del teléfono: «No te preocupes, lo harás muy bien», le dijo según un amigo cercano. Tiene 41 años y es la única mujer con la que Zapatero ha bailado lo poco que ha bailado, reconoce el hombre. Estudiante de Derecho a su pesar, porque su pasión era y es la música, fue en el ambiente universitario donde conoció a su novio. Cuando en el 2001 consiguió entrar de suplente en el coro del Teatro Real, se despojó, por fin, de la angustia de vivir en Madrid pendiente del líder y del cuidado de sus hijas. El Requiem alemán de Brahms es una de sus piezas preferidas; fue una suerte que una amiga le regalara el disco porque tuvo que interpretar un fragmento en la prueba de fin de carrera. Fue en 1981, en la manifestación por la democracia tras el 23-F, cuando empezaron los nueve años de noviazgo que acabarían en matrimonio (religioso, pero sin misa) en 1990. Dos hijas: Laura y Alba, de 10 y ocho años. La mayor le explicó un día su idea de la izquierda y la derecha: los primeros se ocupan de los demás y los otros de ellos mismos. Quedó impresionado. Los socialistas no han sido un partido que se identificara con la familia -por las connotaciones autoritarias que arrastraba del Franquismo- pero con el trazado de «las nuevas fronteras ideológicas de la izquierda» que ha realizado Zapatero, desde su ascenso al poder del PSOE, aquellos valores que patrimonializó la derecha (familia y la seguridad ciudadana) se han incorporado, con un aire moderno, al programa de ideas de la nueva izquierda. Altos, guapos y fotogénicos. La pareja es lo más parecido a unos Kennedy a la española, aunque no es Zapatero un exponente típico de político español. «En un país donde la política se ha hecho desde las tripas, visceralmente, este líder se presenta con talante respetuoso, tranquilo, a veces frío», comenta un experto en formación. Su carácter y las estrategias de que hace gala parecen inspiradas en El arte de la guerra , de Sun Tzu, pero lo cierto que es Zapatero se propuso ganar las guerras sin entrar en batalla mucho antes de que este manual se pusiera de moda entre los ejecutivos. Hay un momento clave en la vida política de Zapatero en el que aprende que no se puede ir de frente porque se corre el riesgo de que te den con la puerta en las narices o te ganen por la fuerza. Fue en 1983, cuando quiso hacer valer la democracia de partido para defender la candidatura de Maximino Barthe a la alcaldía de León. Llegó a Ferraz con el propósito de doblegar a sus jefes de las ejecutivas provincial y regional, pero no calculó bien y tuvo que tragarse el fracaso. Aguantó el tirón y esperó el momento oportuno. La aureola del capitán Aquel joven que se afilió al PSOE un 23 de febrero de 1979 tuvo una «aureola» especial entre la militancia más veterana, conocedora de que su abuelo, el capitán Lozano, fue pasado por las armas en el campo de tiro de Puente Castro (León) en 1936 tras una pantomima de consejo de guerra por mantenerse leal a la República. La herencia de Juan Rodríguez Lozano está en un testamento que redactó, ante notario, a las puertas de la muerte durante su encierro en la prisión de San Marcos. Las palabras del abuelo, oriundo de Extremadura, atravesaron la conciencia de los dos nietos cuando las escucharon de labios de su padre. José Luis contaba catorce años y su hermano Juan dieciocho. Recuerdan de memoria su último deseo: «Que cuando sea oportuno se vindique su nombre y se proclame que no fue traidor a su patria, y que su credo consistió en su ansia infinita de paz, el amor al bien y el mejoramiento social de los humildes». La pasión política de Zapatero tiene mucho que ver con el legado del abuelo paterno, que solía decir: «Soy capitán del ejército y desde que empecé a pensar por mi cuenta, socialista». Juan Rodríguez García-Lozano haría suya esta máxima en varias ocasiones en el «ateneo familiar», la tertulia que disfrutaba con los nietos del capitán después de la cena. Estas charlas de política, historia y temas de actualidad fueron el caldo de cultivo de las inquietudes políticas de aquel adolescente más serio de lo normal, que compensaba con su tendencia a la ironía. «En COU -cuenta un antiguo compañero- nos lamentábamos de no asistir a clase al Inter, que fue el primer centro mixto de León, para sentarnos al lado de las estupendas chicas que allí estudiaban. Con una sonrisa de oreja a oreja terció Zapatero: «¡Qué importa!, si nosotros tenemos al más guapo de León en el colegio». La puya iba directa a Vázquez Mejías, el compañero que días atrás estenó un pantalón de campana y presumió de «ser el más guapo de León». La lamentación acabó en risas. El colegio Leonés se preciaba de ser el único laico de la ciudad, pero estaban prohibidos el pelo largo, la manga corta y los pantalones vaqueros y tenían un profesor de religión, un cura, que se subía encima de la mesa e inquiría a los muchachos: «¿Quién quiere más a la Virgen?». ¡Don Fulano...», tenían que contestar los muchachos. Al escoger la rama de letras coincidió en clase con José Antonio Alonso, Antuán, comentando a Borges, que ya era lectura obligatoria, Unamuno y Goethe fraguaron una amistad que confluiría en el debate político. Dos décadas y media después se ha convertido en el sustituto de Papes -apodo de José Luis desde la infancia-como cabeza de lista por León en las últimas elecciones y uno de los candidatos a ministro de Justicia. Los dos se matricularon en Derecho y, al terminar, cada uno siguió su camino: José Luis en la Universidad, como profesor asociado, y en el partido y Antúan como juez a la primera. Aprobó la oposición con 24 años. Zapatero era un niño «bueno, bueno» y sucumbió contadas veces a los novillos , sólo ya de mayor cuando se alargaban las partidas de cartas en el Montañés . En este bar disfrutaría de las primeras tardes universitarias, entre 1979 y 1981, hasta que los alumnos del colegio San Raimundo de Peñafort pasaron al campus de Vegazana. La primera promoción de Derecho de la Universidad de León pasaría dos años después al único edificio del campus, la actual Facultad de Filosofía y Letras. Eran años de asambleas. Primero salía Pepe Mancebo, mucho más caluroso y radical, y a continuación entraba en escena Papes, calmado, racional, arrollador. Para entonces, el mitin que pronunció Felipe González en Gijón, en el verano de 1976, ya había fraguado sus primeras aspiraciones políticas en el joven. Los Rodríguez Zapatero pasaban las vacaciones de agosto entre la montaña -hasta que Riaño se inundó se alojaron en el hostal Orejas y la fonda Pajín de Riaño, de la familia de Leire Pajín- y las playas asturianas, más del gusto de Pura Zapatero. Aquel año habían recalado en Gijón y cuando el padre se enteró del acontecimiento decidió acudir al Arenal acompañado de sus hijos, a pesar de que corrió el rumor de una amenaza de bomba. «Se salía con la suya» Unos meses después, en febrero del 77, el joven, prendado por los encantos políticos de González, no dudó en asistir en León al acto de presentación del PSOE en la capital y con 18 años y medio, se afilió al partido sin consultar con su padre. «Si te lo pregunto me hubieras dicho que lo dejara para más adelante, así que para no hacer una cosa que no querías y no desobecerte, te lo digo ahora», argumentó en casa. José Luis «siempre se salía con la suya»; mientras el hermano mayor se enfrentaba de forma directa, el pequeño eludía la discusión y buscaba la manera de cumplir sus deseos. También fue tozudo cuando decidió que la primera medida a su llegada al poder de Ferraz sería la firma del Pacto Antiterrorista con el PP contra vientos y mareas de dentro y fuera del partido. Estaba convencido y está de que «lo que quiere la gente es la unidad contra el terrorismo». Y no cedió ni un ápice en la crisis de Madrid; se encastilló en la defensa de Pepe Blanco y Rafael Simancas porque creía que su destitución «era injusta». Pero aprendió de los errores de esta crisis para afrontar las dos catalanas, con Carod de protagonista. Así actuó tras el revés del 83. Ayudado por el peso pesado de la UGT, Fermín Carnero, Zapatero se rehizo, logró ir de número dos al Congreso en las elecciones de 1986, fue en el diputado más joven de España, aún no había cumplido 26 años, y sobrevivió a las intrigas políticas con un episodio que hizo chirriar el viejo engranaje del partido en 1988. Su escaño en el Congreso al lado del berciano Conrado Alonso Buitrón, el diputado minero, le permitió medir sus posibilidades. Con él y con la fuerza de la agrupación lacianiega, controlada por el ugetista Pedro Ferndández, selló el pacto de la Mantecada en Astorga en marzo de 1988. Con ellos flanqueándole se aupó al puesto de secretario provincial y dejó en la cuneta a la anterior ejecutiva, y con ella a Barthe. Él había se había apartado en 1987 de la secretaría de Participación Ciudadana, poco antes de que prosperara, con poca ilusión por parte de la ejecutiva provincial, el pacto cívico (AP, CSD y PSOE) para desbancar al independiente Juan Morano en el Ayuntamiento de León. Lo que sucedió en el pleno del 30 de junio de 1987, elegir un alcalde de AP, la fuerza minoritaria de la Corporación, con el apoyo también de centristas y socialistas, convulsionó aquellos dias la vida política. Sus artífices fueron Zapatero, Mario Amilivia, de Alianza Popular, y Luis Aznar, del Centro Democrático y Social, aunque siempre se atribuyó la idea al líder socialista. Más tarde, Zapatero no dudó en sacar a la luz pública los miles de afiliados falsos con los que se intentó minar su poder en el PSOE y neutralizó una vez más al enemigo. Su vida de parlamentario pasaba desapercibida para la provincia por el calor de las batallas orgánicas y ha predominado su imagen de diputado de provincias con un ascenso meteórico. No es realmente así. En su primera iniciativa en el Congreso, en septiembre de 1986, preguntó al Defensor del Pueblo por los recursos relacionados con las pruebas de idoineidad de la función pública. En 1988 habló en el pleno por primera vez para un asunto relacionado con la Justicia (más tarde colaboró en la Ley de Planta y Demarcación Judicial) y no le tembló la voz al preguntar al Gobierno sobre una cuestión espinosa en la provincia: «¿Cuáles son los motivos por los que en reiteradas ocasiones se produce una insuficiencia de camas hospitalarias de la seguridad social en el área de salud de León, que ha obligado en algunos momentos a la ubicación de las mismas en los pasillos de la residencia Virgen Blanca, teniendo en cuenta que en dicha área hay un número suficiente de camas públicas cifrado en mil doscientas?». El ministro de Sanidad dijo que «todavía existe una coordinación insuficiente entre el hospital Virgen Blanca y los hospitales dependientes de la Diputación concertada con el Insalud». Era febrero del 88, poco antes del pacto de Astorga, y la Diputación estaba gobernada desde la ejecutiva que tumbó al mes siguiente. Zapatero fue diputado revelación en el Congreso en la legislatura 1996-2000. «Mira, en León no le dan ninguna importancia», dijo, con un mohín de lamento, a un militante que le visitó en el Congreso. Un pugilato con Rajoy sobre los altos cargos -el PP sostenía que había reducido su número y Zapatero explicó su teoría de que sólo era una operación cosmética- le colocó en el punto de mira de algunos barones, como Solchaga. También González, por fin, se fijó en él. Dicen que nunca creyó que ganara a Bono . Pero el cazurro demostró que nueve votos son definitivos. Y arrancó su victoria electoral al país. También a los leoneses.

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