El amigo leonés de García Lorca
El Centro Cultural de la Villa de Madrid rescatará el legado y la memoria del polifacético Luis Sáenz de la Calzada
EMILIO GANCEDO | texto El único leonés que estuvo con Federico García Lorca en la emblemática compañía teatral La Barraca todavía sigue siendo un gran desconocido para el gran público. Poeta, escritor, actor y pintor, Luis Sáenz de la Calzada está considerado como uno de los intelectuales más prestigiosos del siglo XX, tanto en León como en España, y su legado de pensamiento, arte y palabra escrita es uno de los más completos y necesarios para comprender la insólita y tremendamente fecunda efervescencia cultural que vivió este país en la primera mitad del siglo pasado, y que, si no hubiera sido brutal e injustamente interrumpida por el estallido de la Guerra Civil, quizá aún hoy continuaría produciendo frutos extraordinarios. Pero la hora del conocimiento amplio y la divulgación de la vida y obra de Sáenz de la Calzada está próxima, y además desde un foco vigoroso y nuclear: el Centro Cultural de la Villa de Madrid. Allí, y a partir del próximo mes de septiembre, se abrirá al público una gran muestra sobre este artista leonés que estará comisariada por el columnista del Diario de León y secretario de la Fundación Vela Zanetti Eduardo Aguirre. El mismo investigador y periodista dice que la exposición exhibirá no sólo obras pictóricas, sino también documentos, fotografías y textos que pondrán de manifiesto la condición de intelectual, actor y poeta de Sáenz de la Calzada. Dice Eduardo Aguirre que la producción artística del pintor «puede adscribirse a dos tendencias: la pintura metafísica de De Chirico y el surrealismo». A lo que hay que añadir, asimismo, que ambos estilos sufrían en la mente del leonés un proceso de adaptación y sincretismo que acababa por convertirlos en una suerte de direcciones artísticas de marcado carácter personal, casi un estilo propio. La investigación y la experimentación sin limitaciones es una de las características de su proceder, y hasta tal punto es esto cierto que muchas de sus obras parecen haber sido elaboradas por autores distintos. Reflexión, introspección, conocimiento del patrimonio artístico español y universal y de los iconos históricos con los que se han venido nutriendo el arte de todas las épocas, son los mimbres de los que Sáenz de la Calzada echó mano para construir una obra variada, sugerente y profunda, de una intensidad fuera de lo común. Esta producción sobresaliente es fruto de un talento excepcional pero quizá también de algo más. Intuye y sostiene Eduardo Aguirre que muchos de aquellos que han llegado a convertirse en grandes personalidades, destacados profesionales en sus respectivos campos, genios creadores, transformadores y reformadores del arte o la técnica, lo fueron precisamente porque, en una etapa decisiva de sus vidas, se encontraron con una persona notoria, con alguien fuera de lo común que ejerció sobre ellos una influencia decisiva. Un cruce de caminos que resultaría vital para su devenir posterior por conseguir imprimir a sus existencias un inusitado impulso de entusiasmo y búsqueda de la acción y la creación; una fascinación que acabaría por convertir al alumno o al compañero en una figura notable, en un hombre con sed de verdad y de belleza. Algo así podría haber pasado con Sáenz de la Calzada y García Lorca. Luis conoció a Federico en la emblemática Residencia de Estudiantes de Madrid y a partir de ahí todo -o muchas cosas- cambió para él. El catálogo de una las escasas exposiciones que se han hecho de Luis Sáenz de la Calzada, la que montó en León la Fundación Vela Zanetti en 1997, nos dice que el artista nació en la capital leonesa en 1912, en el seno de una familia acomodada pero progresista. A los diecisiete años fue enviado a Madrid para completar su formación en la Institución Libre de Enseñanza, el germen docente que hizo posible la aparición de una de las mejores generaciones de creadores e intelectuales con la que jamás ha contado España. La Institución, que había sido fundada en 1876 sobre la base de pensamientos pedagógicos revolucionarios para la época, tenía asociados otros dos centros: el Instituto Escuela, destinado a la formación de profesores, y la Residencia de Estudiantes, que permanecerá en funcionamiento desde 1910 hasta el comienzo de la Guerra Civil. Así, su estancia en ella como residente permitiría a Sáenz entrar en contacto con la elite intelectual del momento, lo cual contribuirá a desarrollar sus inquietudes artísticas y a orientar su pensamiento: «La Residencia nos dio una determinada perspectiva, no sólo educacional, sino de concepción del mundo», escribió. El centro era frecuentado por algunos ex alumnos, entre los que destacaba por encima de todos ellos Federico García Lorca. La amistad prendió entre el poeta granadino y el joven y entusiasta leonés y gracias a su presencia y su ánimo, entró a formar parte de la Compañía de Teatro Universitario La Barraca, que había sido fundado por Lorca en 1932. «Esta compañía -escriben Domingo Aira y Susana López en el citado catálogo- era el símbolo de la España republicana por democratizar la cultura, y mantuvo siempre estrechos contactos con el movimiento surrealista, al que impulsó decididamente». Un impulso que pretendía sacar el surrealismo de las estrecheces de las salas de exposiciones y las tertulias en los cafés a las plazas de los pueblos de España. Así, los decorados y el vestuario de todas sus puestas en escena estaban fuertemente impregnados de sentimiento surreal, onírico y fantástico. Sumergido en esa atmósfera de representaciones teatrales que llevaban los clásicos españoles empapados de vanguardia a pueblos desvinculados de toda red cultural, Saénz de la Calzada queda seducido por un lenguaje surrealista que le servirá de base para su obra pictórica a partir de ese momento. Y junto a él, en esos cuatro años «iniciáticos», estuvo también su hermano Arturo, quien después se exiliaría en la Guerra Civil. Luis Sáenz de la Calzada, explica Eduardo Aguirre, «es el prototipo del artista que crea fuera de los, en teoría, grandes focos de decisión cultural; fuera de Madrid, Barcelona, Valencia... De la Calzada crea desde León». «Es, pues -continúa-, un ejemplo de exilio interior». Porque una vez que pasaron los primeros momentos de la guerra, el artista se asienta en la capital leonesa, donde desarrollará tanto su actividad profesional como unos estudios infatigables hasta edad bien avanzada: fue médico y odontólogo, pero llegó a convertirse en psiquiatra y también se licenció en Biología, y hasta aprendió alemán para poder leer a los filósofos germanos. Como puede verse, era un hombre polifacético, curioso y abierto al conocimiento universal, un hombre, pues, impregnado del institucionismo que tanto hizo por muchos hombres y mujeres brillantes que vivieron en aquella época. Además, al no constituir la pintura su profesión y no estar sujeto a necesidades comerciales, hizo de esta afición «su vocación y su entrega», según Aguirre, creando finalmente una obra «tremendamente sólida». Pero, ¿qué podremos encontrar en la exposición del Centro Cultural de la Villa? Pues no sólo obra pictórica, también se contemplará al Sáenz de la Calzada intelectual, actor y poeta; documentos, libretos originales empleados en La Barraca e interesantes fotografías de la época. En cuanto a los cuadros, reflejan sobre todo el universo artístico de su juventud y su primera madurez; «con todo el halo de la poética del 27», asegura Aguirre. Es decir, el espíritu de una apasionante época de exploración que alumbró una sensibilidad nueva y que este artista plasmó en una iconografía plagada de arlequines, desnudos y pinturas religiosas «descontextualizada», sacadas de su hábitat cotidiano y natural. Una interpretación surrealista de la iconografía religiosa reinterpretada bajo la óptica del surrealismo «pero sin llegar nunca a la sátira», advierte Eduardo Aguirre. Pero bajo ese humor transfigurado en ironía existe una sólida formación artística, un estudio riguroso, académico, de los rostros y los cuerpos humanos cuyas líneas luego serán modificadas y transpasadas por un prisma surreal y personal. De esa ironía, esas pequeñas píldoras de sátira, el pintor hizo todo un estilo de vida. Referente cultural de la segunda mitad del siglo XX en León, la obra de Sáenz de la Calzada está concentrada entre la familia y los coleccionistas privados, por lo que la labor de localización y catalogación de las piezas que en septiembre serán expuestas ha sido ciertamente intenso. Incluso aún hoy existen muchas obras que no han llegado al conocimiento de los expertos, y tanto es así que los organizadores de la muestra están «abiertos» a todas aquellas personas que estén en posesión o conozcan el paradero de alguna obra del artista para que se pongan en contacto con la Fundación Vela Zanetti de León. Su faceta poética Además de los cuadros, bocetos e ilustraciones, la exposición del Centro Cultural de la Villa de Madrid también mostrará al visitante la faceta literaria de Sáenz; como las referencias a su excelente poemario, titulado Pequeñas cosas para el agua , de marcado estilo surrealista. Pero quizá el libro más conocido del leonés sea La Barraca. Teatro universitario (1976), editado en un primer momento por la histórica Revista de Occidente , un volumen que constituye el único testimonio «desde dentro» aquella experiencia pionera plena de libertad, juventud, ilusión y entusiasmo. Un volumen que, además, se editó hace no mucho con prólogo del célebre poeta leonés Antonio Gamoneda. La exposición madrileña contará, además, con el apoyo de la Junta de Castilla y León y de Caja España, y es sin duda ninguna la iniciativa más importante relacionada con este creador. Por otra parte, el catálogo de la muestra va a estar redactado por autores e investigadores de primer nivel: Luis Mateo Díez, Antonio Gamoneda, Pilar García Lorca, Juan Manuel Bonet y Andrés Amorós. Además, para la exposición -que podría, asimismo, viajar a la capital leonesa, es una posibilidad que los organizadores están estudiando- se ha grabado y editado un cedé con obras y documentos de Sáenz de la Calzada, este símbolo leonés de un institucionismo liberal y progresista típico de toda una época. Tanto por razón de su nacimiento en una burguesía de izquierdas leonesa que ha alumbrado a múltiples artistas y hombres de Estado, como por sus estudios en la insólita Institución Libre de Enseñanza. Pero el paréntesis terrible de la Guerra Civil acabó con la mayoría de los frutos generados por la llamada Generación de Plata de la cultura española, un extraordinario período de creación e innovación a la vanguardia de Europa. Eduardo Aguirre asegura que muchos de sus integrantes, los que sobrevivieron, «continuaron creando», pero para él no cabe duda de que en aquel momento, previo a la Guerra Civil, «España fue más europea que durante los cuarenta años de franquismo que siguieron». Por ello, la exposición promete ser «toda una sorpresa» para los leoneses y para todos los españoles, y un homenaje a una persona que, fuera de casi todos los círculos de decisión y circuitos de exhibición, creó una obra de gran coherencia y solidez desde la humildad y el humanismo. Pero sobre todo fue un hombre de su tiempo, fiel a la sensibilidad y al espíritu de una época floreciente truncada por la sinrazón y la violencia, que puso su arte y su talento al servicio de una «vanguardia no elitista» que no deseaba romper sus vínculos con el pueblo sino, antes al contrario, su intención era hacerle partícipe de los avances estéticos del momento y de las corrientes culturales. Este hecho tiene aún más mérito por cuanto que en la época en la que comenzó su labor Sáenz de la Calzada las diferencias entre las clases populares y las más elevadas eran realmente abismales. En sus poemas, en sus cuadros repletos de color, en sus líneas imaginativas y llenas de intención, en su poesía amable y cercana, este creador leonés pretendió y consiguió crear desde y para el pueblo, no para una reducida y quisquillosa elite. Y eso, hoy en día, no es sino una excepcional rareza.