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Esos besos que mueven el mundo

Pueden ser místicos, apasionados, de traición, de deseo, respeto o sumisión... El beso ha acompañado al hombre en toda su existencia. El libro «Besos», coordinado por Ángeles Rabadán, hace un repaso al simbolismo y los riesgos de besar.

Publicado por
León

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PILAR VEGAS | texto fotos del libro «besos» Antes de que el hombre dotara de distintas connotaciones al beso, el deseo de rozar con los labios un rostro, una piel o una boca se reveló como un instinto irrefrenable. Aunque la mayor parte de los animales tienen la costumbre de saludarse o tantear a un ejemplar de una u otra especie olisqueándose, sólo los primates, y por supuesto, los humanos, se dan besos. Los psicólogos y antropólogos encuentran en este acto de acercar los labios a otra persona, o simio -según el caso- un hecho instintivo de comunicación, de sellar un vínculo con un congénere. Así, las madres de los primates besan a sus crías e incluso entre monos adultos los besos forman parte de los juegos cotidianos y, por supuesto, sexuales. Aunque el beso ha acompañado al hombre desde el principio de su existencia, su racionalidad lo ha convertido en un acto social desaprobado en muchas etapas de la historia. En la Antigua Grecia, el beso se consideraba un símbolo de respeto, y sólo se permitía en el manto o el suelo que pisaba la persona venerada. En el Imperio Romano se generalizaron los besos en el rostro, las rodillas, el pecho, todo en función del rango de cada persona, pero siempre como símbolo de respeto. Incluso se dotó de valor contractual, como el que vinculaba a dos prometidos o a dos personas unidas en matrimonio. Sólo a partir del siglo VI se consideraron algo normal los besos entre personas adultas como muestra de afecto entre personas de distinto sexo. Sin embargo, los besos en la boca entre mujeres, que hoy se han cargado de simbología erótica y sexual, sí eran algo cotidiano en distintas etapas de la historia, como en Roma o, más recientemente, en el siglo XVII holandés. Cuestión de química Pero, ¿por qué unir dos bocas, un beso, produce tanto placer? Los expertos milenarios que inspiraron el Kamasutra aseguran que incluso una sesión de besos en su debido orden pueden llevar al orgasmo a la mujer sin necesidad de otro contacto físico. (Se llegó a barajar que hubiera una concesión nerviosa entre el labio superior de las féminas y el clítoris, aunque no se ha podido demostrar). En todo caso, eso sí, han de ser besos bien dados, que cumplan las normas de las cuatro «pes», ideada por el escritor David D. Coleman: besos con paciencia, pasión, parsimonia y presión adecuada, algo que, según sostiene Coleman, olvidan muchos varones. Si se elude la poesía de la sensualidad del beso, la reacción que experimenta el cuerpo ante este contacto es puramente química y eléctrica. Los labios, especialmente el superior, conforman una de las zonas que cuenta con más terminaciones nerviosas de todo el cuerpo. También la lengua está llena de receptores sensoriales erógenos y eróticos y estos receptores están conectados con el cerebro emocional, el más instintivo y, posiblemente, irracional. Por otro lado, los estímulos placenteros que percibe el organísmo provoca que el cuerpo humano segregue las llamadas feromonas, presentes en la saliva, sustancias estas que, aún sin percatarse, los humanos perciben como un irresistible perfume sexual y atrayente. Y precisamente el órgano que interpreta ese olor de las feromonas se encuentra en la nariz, conectado directamente con la boca, por lo que un contacto boca a boca es el mejor escenario para percibir la estimulación erótica que aportan las feromonas. Por si no fuera suficiente justificación el sector del cerebro que procesa las sensaciones de los labios es mayor a las que traducen los impulsos que llegan de otras zonas como el tronco, los brazos o las piernas. Por toda esta sensibilidad que se acumula en la boca y en los labios, el beso, la sensación de suave humedad de la lengua se ha convertido en un proceso sexual imprescindible para la inmensa mayoría de los humanos. De hecho, como explican los psicólogos Joserra Landarroita y Efigenio Amezúa en el libro Besos, esta necesidad de contacto entre las bocas ha hecho variar la postura coital. Prácticamente todos los mamíferos realizan el coito posterior y sólo los humanos y algunos simios dan prioridad a la penetración frente a frente. Millones de gérmenes por beso Una visión más crítica de lo que es la boca y del beso la tienen algunas culturas, como la de los tonga de Sudáfrica que consideran simplemente repulsivo cualquier contacto con la boca, sea propia o ajena. Y, en cierto modo, no les falta razón. Como ha dicho en ocasiones el director de cine Woody Allen, «un beso es un intercambio de saliva y bacterias». Y tampoco miente. En concreto, se calcula que por cada milímetro de saliva que se pone en movimiento, entre diez mil y diez millones de bacterias juguetean entre dientes y encias al ritmo que marque la pasión. Buena parte de estas bacterias que se trasladan en las bocas humanas son inocuas, o más bien, necesarias para el buen funcionamiento del organismo. Pero no cabe dura que la boca es uno de los lugares del cuerpo donde más gérmenes se instalan. Por eso, es cierto que los besos son una fuente de transmisión de enfermedades, desde las que afectan a la salud bucodental, como periodontitis o gingivitis, hasta otras infeccionas, como es la gripe, el catarro o la mononucleosis vírica, también llamada enfermedad del beso. Precisamente uno de los mayores enemigos de los besos apasionados son las caries. Estas provocan en muchos casos mal sabor de boca, con lo que cualquier intento de acercamiento pasional se convierte en una tortura para la parte contrincante. Besos de traición Pero no sólo el peligro de los besos reside en los gérmenes que se pueden transmitir con el contacto entre los jugos bucales. Lo supera la traición que en ocasiones se ha simbolizado en un beso. Judas vendió por treinta monedas al Maestro con un beso. Jacob suplantó a su hermano mayor con un beso de primogénito ante su padre, Isaac. Y sin tener que remontarse a la Biblia, el cine nos ha dejado pruebas de los besos que sentencian a muerte dentro de las mafias. El más famoso, el de Michael Corleone, protagonista de El Padrino a su hermano Fredo, cuando ya había dado orden de que lo asesinaran. La escuela del beso: el cine Aunque se ha convertido en escuela para besadores novatos y adolescentes, la vida del beso en el cine ha sido más bien triste y quizá por eso más apasionada. El primer beso en la pantalla grande se vio en 1896 en la película del mismo nombre: El beso. Fue un ósculo, evidentemente, sin sonido, y casto como los de que se puedan dar Mafalda y Felipito en una historieta de Quino. Aún así, provocó un gran escándalo, hasta el extremo de que algunos editores del periódicos pidieron que interviniera la policía para acabar con aquella perversión. Años más tarde, miles de fanáticos se santiguarían después de ver a Burt Lancaster y Deborah Kerr retozar boca contra boca mientras viajaban De aquí a la eternidad. Ya entonces Estados Unidos vivía una campaña de puritanismo que llevó a censurar buena parte de la escena. Todo se debía, supuestamente, al pánico de algunos estamentos de la sociedad a que lo que vieran en el cine, aunque fueran besos, «corrompiera a la juventud». ¿La solución? Simular los besos. Hollywood estableció como convencionalismo que un beso apasionado se llevaba a la pantalla como un acercamiento de la boca a la zona entre la barbilla y el labio inferior de la pareja, con la boca bien cerrada. Dejaban a potestad del espectador imaginar que estaba ante una tórrida escena de pasión que, por otra parte, era la única explicación a las caras de éxtasis que ponían muchas actrices con el simple roce de barbilla del galán de turno. Con el tiempo, todo comenzó a ser más explícito y la censura quedó aparte. Prueba de ello es que el propio Ronald Reagan, cuando era actor, protagonizó el lote más largo que se recuerde. Fue en Ahora estás en el ejército y su víctima durante tres minutos y cinco segundos interminables fue Jane Wynen. Pero tanto en el cine como en la realidad el exceso de preparación y de celo puede perjudicar el resultado. Lo decía la mismísima Brigitte Bardot: «No hay nada menos afrodisiaco que los besos delante de la cámara. ¡Un poco a la derecha, un poco a la izquierda, no la lengua no, que se ve, un poco más de sentimiento, por favor! ¡Cerrad los ojos, abrid los ojos! Un horror si el actor que trabaja contigo te gusta». Pese a todos los riesgos, el beso, además de poner salsa a la vida también es una ventaja para mejorar el estado del organismo, al igual que el sexo. Así, diversos estudios aseguran que los besos fortalecen el sistema inmunológico porque favorece la regeneración de anticuerpos y promueve la actividad cardíaca y circulatoria. Además, según estudios realizados en Estados Unidos, su contribución al equilibrio psicosomático es fundamental y puede alargar la vida. Así que queda al arbitrio de cada cual valorar si el miedo a conocer unas cuantas bacterias ajenas es comparable al placer y los beneficios para la salud que reporta un buen beso. PAUL BERNARD SALMAN RUSHDIE WOODY ALLEN ANDRÉS CALAMARO INGRID BERGMAN

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