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La mano que mueve el pincel

En sus charlas habla «como los impresionistas», a pinceladas. Maneja con soltura las ideas de los filósofos y los evangelistas, cuenta con una legión de predicadores y tiene hilo directo con el Papa y la élite eclesiástica española. Los seguido

Publicado por
María Jesús Muñiz
León

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De Sartre a San Pedro, de De Foucauld a McLuhan, no hay ideólogo que se resista al engranaje de teorías y experiencias que forman el discurso religioso y vital de este leonés, convertido en profeta de la nueva era y evangelizador de cristianos despistados. Kiko Argüello, fundador del Camino Neocatecumenal, cuenta por cientos de miles sus seguidores. Y cuenta también con el apoyo incondicional de las altas instancias de la Iglesia. Este leonés criado en Madrid presentó esta semana las pinturas que ha realizado en el ábside de la Catedral de La Almudena, y que el mundo entero contemplará este mes en la boda del príncipe Felipe y Letizia Ortiz. Una obra que supera con mucho la dimensión meramente artística. Porque son algo más que pinturas. En opinión de muchos, con esta intervención «los kikos hacen suya la Catedral de Madrid». Los cristos bizantinos y los ángeles de alas doradas son algo más que adornos en el templo, y su trascendencia supera la presencia de este pintor-evangelizador en la boda real. El «profeta laico», como se le conoce también, cierra así un círculo que algunos quieren ver trazado por las manos del cardenal Rouco Varela. La catedral fue inaugurada en 1993 por Juan Pablo II, firme defensor e impulsor de los kikos. Rouco la concluyó y ahora don Felipe de Borbón y Letizia la inaugurarán como templo de bodas reales. El cardenal madrileño fue asesorado por la junta técnica de obras de la Catedral durante dos años para buscar cómo decorar el ábside de La Almudena. Kiko fue elegido, para sorpresa de muchos, aunque no es la primera vez que decora una iglesia. Ya pintó la parroquia neocatecúmena de Jerusalén, y la parroquia de Santa Catalina Labouré de Madrid, que también inauguró Rouco, gran admirador de la obra de Argüello. En la presentación y bendición de las pinturas el cardenal aseguró que Argüello había sido elegido tras un concurso de ideas. Además, ya había visto otros trabajos del artista leonés, como el mural de Santa Fracesca Cabrini de Roma. Polémicas a parte, la obra del predicador queda para la historia en una situación privilegiada. Hay quienes ven detrás de esta concesión la rentabilidad de un dúo que lleva años funcionando. Kiko obtiene imponer sus ideas estéticas en la boda más esperada de las últimas décadas, consolida su presencia en lo más destacado de la diócesis madrileña y sus pinturas adquieren resonancia mundial. ¿Qué obtiene Rouco a cambio? Los cuantiosos donativos de los kikos son importantes, pero probablemente no lo más valorado por el cardenal. Esta agrupación es una fuente importante de vocaciones, en un momento de especial crisis. Y es también un grupo fuerte y bien organizado, con influencias que a buen seguro se dejarán notar en la elección del próximo papa. Un intercambio rentable para ambos. La obra está realizada, pero la polémica está también servida. No se ha callado, por ejemplo, José Luis Galicia, el pintor de los techos, la cúpula y el ábside de la catedral madrileña. Entiende que puede haber razones pastorales para la elección de Kiko Argüello, pero pone en duda los motivos artísticos que también alega Rouco Varela. Kiko presume de un precoz premio nacional de pintura, y de una obra marcada por un antes y un después de su caída y revelación mística. Antes, desnudos nihilistas que desde luego no pueden presumir de ser muy conocidos. Después, un arte sacro que ha estado siempre sometido a la prioridad evangelizadora del leonés. Galicia contrapone a este currículum artístico una carrera polifacética, una amistad con Picasso basada en la admiración mutua. Poeta (sobrino de León Felipe), grabador, escultor, director artístico de cine y pintor elogiado también por Miró. El Museo Reina Sofía expone permanentemente una amplia muestra de su obra. Su intervención en La Almudena, que ha llevado a cabo durante años, se basa en formas geométricas y abstractas, actuales, una especie de artesonado con reminiscencias árabes. Ahora comparten protagonismo con el clasicismo bizantino de Argüello. Consideraciones artísticas al margen, la decisión ha dejado sin opciones a un grupo de reconocidos pintores cuyos nombres se barajaban para compartir con Galicia el protagonismo pictórico del templo. También se cuestiona la rapidez con que se ha ejecutado este proyecto. Tres meses. Ese ha sido el tiempo que el pintor leonés, con un equipo de apoyo para cada parte, ha tardado en resolver las pinturas del ábside, y las vidrieras que decoran esta zona del templo. Desde luego, una genialidad de tiempo. La intervención en La Almudena es un paso más en la fulgurante ascensión de este predicador. Aunque hoy con todas las bendiciones de la Santa Sede, el Camino Neocatecumenal no se libró en sus orígenes de las acusaciones de herejía. Incluso en la actualidad, con sus estatutos aprobados por las correspondientes instancias vaticanas, las críticas que tratan a Kiko como un visionario y a su organización como una secta son frecuentes. Francisco José González de Argüello, Kiko Argüello, nació en León en 1936, pero dos años después se trasladó con su familia a Madrid por motivos de trabajo de su padre, abogado. Allí vivió, en el seno de una familia acomodada y católica. Sus padres eran practicantes, «pero en casa el único dios era el dinero», suele recordar. Estudió Bellas Artes, y en la facultad se introdujo en el ambiente universitario de los años sesenta, muy relacionado con el comunismo. Allí tuvo la crisis, que él mismo denomina existencial, que le llevaría primero al agnosticismo y más tarde a la conversión, la renuncia a todo y la labor evangelizadora. Artista en crisis Argüello repite la misma historia de su evolución espiritual y personal en todos aquellos foros en los que se le pregunta por los pasos iniciales de quien hoy es considerado uno de los principales líderes espirituales a nivel mundial. Ni el catolicismo familiar ni el ambiente «ateo marxista», como califica al universitario, satisfacían el ansia de aquel joven por comprender la injusticia y el mundo que le rodeaba. «Mi formación religiosa era muy débil, no era suficiente para la problemática que yo tenía de tipo filosófico-existencial». A veces define esta formación como «un trajecito de primera comunión, que rápidamente me quité cuando me hice adulto, porque no me respondía. No había tenido una formación real, no sabía responderme». En la facultad participó en un grupo de teatro que le llevó hasta Sartre. «Él daba una respuesta: todo es absurdo, tenemos sentimiento de justicia pero vivimos en un mundo injusto porque todo es absurdo». Kiko Argüello ganó el premio nacional de pintura con tan solo 22 años, iniciaba una prometedora carrera de pintor e incluso ganaba dinero, le hacían entrevistas,... Un éxito que, según explica, «no me daba absolutamente nada. Yo no lograba vivir con aquello que satisfacía a otras personas». El que luego sería fundador del Camino Neocatecumenal tocó fondo cuando aparentemente todo le sonreía. «En el fondo era un racionalista, me estaba destruyendo porque en el fondo de mi algo no podía aceptar el absurdo de lo creado. Hasta que me di cuenta de que para negar que todo tenía un sentido, para negar a Dios, se necesita tanta fe como para creer que existe». Entonces se topó con la filosofía de Bergson: la intuición es una forma, más profunda que la propia razón, de llegar a la verdad. «Fue para mí una pequeña luz. Llamé dentro de mí, si hay un Dios háblame, dime quién soy». Argüello recuerda cómo un día, el de la revelación, lloró y lloró, hasta que sintió un consuelo. «Era la sensación de un condenado a muerte al que de repente le dicen que es libre». Describe el proceso como un descendimiento hasta lo más profundo, que llama kenosis, a partir del cual buscó nuevas fórmulas para profundizar en su cristianismo. Y comenta con frecuencia que fue su salvación: «Había muerto interiormente, y sabía que mi fin sería el suicidio, antes o después». Así se inició en los cursillos de cristiandad, que luego impartió y que le quitaron «muchos de los prejuicios que había adquirido contra la Iglesia en el ambiente de izquierdas de la universidad». Además formó el Gremio 62, un grupo de artistas con el objetivo de renovar el arte sacro. Con una beca de la Fundación March, que tenía como objetivo descubrir los puntos de contacto entre el arte sacro oriental y el católico, recorrió Europa junto con un dominico y un arquitecto. «Así conocí la renovación litúrgica que estaba en marcha». Después de cumplir con el servicio militar en África, una Navidad un acontecimiento marcó definitivamente el rumbo de su vida. «Encontré a la cocinera llorando, y me contó que habían metido a su marido en la cárcel porque era un borracho, que pegaba a su hijo... Una tragedia que me impresionó. Me preguntó si podía ayudarla y fui a su casa. Vivía en una barraca miserable en las afueras de Madrid, vi a su marido, que había salido de la cárcel, borracho, a sus nueve hijos,... Un espectáculo de miseria espantoso». Cada vez que el marido se emborrachaba y amenazaba una tragedia, la cocinera le llamaba. «Al final me di cuenta. Dios me estaba llamando para que viviera con aquella familia, y así lo hice». Primero durmió en un catre en la cocina, con los gatos; y más tarde en una chabola abandonada en el barrio marginal Palomeras Altas, donde sólo los perros callejeros le quitaban el frío. «Descubrí el sufrimiento de los inocentes. Allí había gente terrible. Pensé: si Cristo volviera otra vez, que volverá en su segunda venida, me gustaría que me encontrase a los pies de los pobres que están crucificados por el sufrimiento». Abandonó el grupo de arte sacro, los cursillos, el estudio,... su vida. «El Señor me estaba persiguiendo, lo dejé todo y me fui a vivir entre los más pobres, con la Biblia y una guitarra». En las barracas llamaba la atención aquel personaje extraño. «Venían a preguntarme. Yo les hablaba de Dios, y se empezó a crear un ambiente. Pero enseguida me di cuenta de que a aquellas personas, la mayoría analfabetas, había que explicarles las cosas de una manera muy diferente a como lo había estado haciendo antes». En las barracas conoció a Carmen Hernández, que le acompaña hasta hoy. Junto con el cura Mario Pezzi forman el trío que controla el Camino Neocatecumenal. «Ella venía de misionera del obispo de Oruro, en Bolivia, buscando voluntarios para evangelizar a los mineros. Pero se quedó en las barracas, impresionada». Kiko había ido a las barracas para quedar «no para enseñarles a leer, ni para hacer ninguna obra social, sino para ponerme a los pies de Cristo crucificado. Hay una presencia de Cristo en la Eucaristía, pero también hay una presencia de Cristo enorme en el sufrimiento humano». Pero las constantes preguntas de los gitanos le fueron convirtiendo en un asesor, un director espiritual. Incluso le abrieron los ojos sobre el camino que debía llevar la nueva evangelización. «Una matrona, la jefa de las gitanas, me interrumpió un día cuando estaba hablando de Adán y Eva. '¿Usted lo ha visto? Yo lo único que sé es que mi padre ha muerto y no ha vuelto más, ninguno ha venido del cementerio. Cuando usted vea a uno que vuelve de la muerte, yo le escucharé', me dijo, y se marchó». Fue entonces cuando se dio cuenta de que la Resurrección de Cristo tenía que ser el nudo de la predicación, la victoria sobre la muerte. Era el año 1964. «Los pobres fueron un laboratorio donde el Señor hizo germinar una síntesis kerigmático-catequética que hoy se está predicando en todo el mundo». La élite de la curia Pero entre aquellas barracas Argüello encontró algo más. Encontró también el contacto con las altas instancias de la Iglesia. Un día la policía llegó a tirar las miserables viviendas, y Kiko logró que el arzobispo de Madrid, Casimiro Morcillo, fuese hasta allí para impedirlo. «Estuvo visitando el grupo, la comunidad que habíamos formado, rezando y cantando con nosotros... Quedó sobrecogido». Morcillo apoyó desde aquel momento el despegue del nuevo evangelizador. El arzobispo les llevó a una parroquia «de clase media-alta» para que hablaran. Luego fueron invitados a una parroquia rural de Zamora, un barrio de agricultores; y más tarde a Madrid, en una parroquia de un barrio de clase alta y otro en Canillejas, uno de los nuevos barrios-dormitorio. La obra en aquellas parroquias, la profundización en un cristianismo de adultos, superando la formación infantil y convencional habitual, encontró enseguida fieles seguidores. Y párrocos adeptos, de la misma manera que también los ha habido en contra. Pero las altas instancias de la Iglesia han apoyado siempre la evangelización de los kikos. Les han apoyado incluso los papas. Lo hizo Pablo VI, y Juan Pablo II se ha volcado con ellos. Incluso, se dice, Kiko entra al Vaticano cuando quiere, y a veces se queda a dormir. El primer encuentro con el actual Papa se produjo en septiembre de 1979, en Castelgandolfo. Participaron Kiko, Carmen y Mario Pezzi. Argüello le habló de la inspiración que había recibido de la Virgen para crear pequeñas comunidades «como la Sagrada Familia de Nazaret», no sin miedo a ser tomado por un visionario. Pero Woytila le respondió con su preocupación por el ateísmo, el bautismo y el catecumenado. A partir de entonces su relación es frecuente, y el pontífice tiene siempre un encuentro particular con esta comunidades cuando visita las parroquias. Su respaldo, reconoce Kiko, «ha sido siempre más generoso del que podíamos esperar. Si nosotros pedíamos cinco, él nos daba cien, ese es su estilo». Ya Pablo VI había tenido una atención especial para con esta organización en el año 77; y Juan Pablo I les dio permiso para abrir el Camino en su diócesis cuando era patriarca de Venecia. «Juan Pablo II es un filósofo que viene de las ideas de Hussler, de la fenomenología, y ya había comprobado en Polonia que frente al ateísmo marxista mucha gente bautizada había sucumbido. Era necesario catecumenizar a los bautizados», comenta Argüello. El pontífice está convencido de que la labor evangelizadora que lleva a cabo este colectivo es necesaria para reforzar la fe de los cristianos. Incluso ha impulsado directamente la aprobación de unos estatutos que han levantado ampollas en otras instancias eclesiásticas. «Lo más importante es que este Camino Neocatecumenal que la Iglesia ya reconoce, no como una asociación ni como un movimiento, sino como una iniciación cristiana, es un catecumenado post-bautismal que el Papa ofrece a los obispos para ayudar a reforzar la fe de los cristianos normales, en una sociedad que realmente lo necesita», asegura el predicador. Para lograrlo han contado con la participación directa del poderoso cardenal Ratzinger, y con el apoyo de monseñor Cordes por mandato de Papa. Una presión que muchos intuyen como la única explicación de que la peculiar estructura organizativa haya logrado un respaldo oficial. Porque las alabanzas del pontífice hacia el Camino no siempre han acallado las quejas llegadas desde obispos de todo el mundo sobre la práctica de las comunidades. Incluso muchos advierten que los neocatecumenales cumplen casi todos los criterios que el Consejo de Europa ha marcado como identificadores de las sectas. No han quedado fuera de estas críticas tampoco los estatutos que dan a Kiko y Carmen un liderazgo personal, indiscutible y de por vida. Pero no aclaran la relación de miles de personas que ponen a disposición de esta obra sus vida s y también sus pertenencias. Incluso un informe advierte que no está claro el régimen de administración de bienes, y que cada proyecto cuenta con una fundación encargada de gestionarlo. Es, en fin, la polémica que rodea a un hombre que mueve un engranaje millonario en vidas y en bienes. A finales del año pasado Kiko Argüello ofreció una conferencia en la universidad católica privada San Pablo CEU, en Madrid. La avalancha de participantes fue tal que miles de ellos tuvieron que seguir la charla por videoconferencia. Un mensaje profético que suscitó las críticas de algunos medios de comunicación. La respuesta no se hizo esperar, especialmente en Internet, un medio que los nuevos evangelizadores dominan a la perfección. «¿Qué sabrán ellos de Kiko Argüello? Pero comprendo su temor, porque un hombre ha movilizado a millones de personas que viven un proceso de conversión y donación de sus vidas y de compartir sus bienes, y de anunciar el evangelio de las bienaventuranzas por doquier es, desde luego, mucho más revolucionario que ninguno de los ideólogos del siglo XX», dice uno de sus seguidores. El fundador de los kikos sigue su Camino. Siempre concluye sus intervenciones con la misma fórmula. «Rezad por mí».

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