Diario de León

Veterinario y político, luchador insobornable

Félix Gordón Ordás nació en la calle de Puertamoneda de León. Fue educado al modo tradicional católico, desde el que llegó al anticlericalismo decepcionado por la incoherencia entre los ideales del cristianismo y la práctica de gran parte de la

FUNDACIÓN UNIVERSITARIA ESPAÑOLA

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Publicado por
MIGUEL CORDERO DEL CAMPILLO
León

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Su evolución la facilitó la lectura de obras que estimularon su creciente sensibilidad social ante las miserias que contemplaba en su misma ciudad y la reflexión que le provocó la llegada de los soldados tras el desastre de 1898. Así forjó su rebeldía iconoclasta contra casi todo lo que veía . Un paso más fue su matrimonio civil (1909) con Consuelo Carmona Naranjo. Gordón admiraba la cultura alemana, como denotan los nombres de sus hijos (Sigfredo, Brunilda y Ofelia), alumnos del Colegio Alemán de Madrid. Sigfredo y Brunilda estudiaron Veterinaria. La atracción por la cultura teutónica nacía de una valoración objetiva del vigor de la ciencia y la cultura alemanas y del alto nivel de la Veterinaria en aquella nación. Estaba dotado Gordón de enorme energía y laboriosidad, incansable afición a la lectura, participación activa en reuniones y tertulias y excelentes dotes de orador. A ello se unía un sentido de la dignidad y un orgullo más que notables, que lo convertían en un rebelde y polemista temible. Estudia Veterinaria en León, resulta prendado de la profesión y se convierte en paladín de ella. De carácter rebelde y firme, con reacciones ciclotímicas, nacidas de su impaciencia ante la lentitud con que reaccionaba la masa informe de los ciudadanos, incluidos sus compañeros, pasaba del entusiasmo al desánimo, del que se recuperaba para volver con renovadas energías. Todas estas cualidades explican que, ante Gordón Ordás, hubiera entusiastas o adversarios, con escaso espacio para los indiferentes, tanto en las cuestiones políticas como en las profesionales. Concluida brillantemente la carrera (1905), se incorpora como profesor auxiliar a la Escuela (1906-1908). En 1909 ingresa con el número 1 en el recién creado Cuerpo de Inspectores de Higiene y Sanidad Pecuarias, con destino en Madrid. Por entonces, la Veterinaria arrastraba una pesada herencia por el tardío establecimiento de la enseñanza académica, la insuficiencia de profesorado y de recursos en las escuelas, la coexistencia de títulos de albéitar y de veterinarios de primera y de segunda clase y una administración pública estatal con escasas estructuras orgánicas, en tanto que en las esferas municipales la provisión de plazas estaba en manos de los caciques locales que actuaban a su antojo. La sociedad española desconocía el potencial científico, técnico y económico de la Veterinaria y aunque Ramón y Cajal lo había resaltado, los veterinarios que alcanzaban consideración y respeto lo recibían a título personal, pues eran consideradas excepciones. Incluso en las filas progresistas eran frecuentes las reticencias ante la Veterinaria, de las que son un botón de muestra las manifestadas reiteradamente por Manuel Azaña respecto a Gordón Ordás y su condición de veterinario en sus Memorias . Sin embargo, con motivo de la campaña sobre los haberes del clero, el catedrático de la Universidad de Sevilla, Dr. Jiménez Fernández, reconoció que Gordón sabía «no sólo derecho canónico, sino también filosofía», y Azaña anota en sus memorias que «produjo estupefacción que Gordón Ordás supiera tantas cosas ajenas a su profesión y a la biología». Como reacción a su anticlericalismo, desde las filas de la Iglesia se utilizó también, como sal gorda, su condición de veterinario. Un dominico, cuando Gordón Ordás salió en defensa de Unamuno al que había atacado el fraile en una revista religiosa, despachó la disputa displicentemente con estas palabras: «Pobre Unamuno. Un veterinario tiene que curarle las heridas que dicen le infringió con la pluma un modesto periodista» (el propio fraile). Rebeldía y creatividad El plan de estudios de Santiago Alba y Bonifaz (1912), que representó un progreso en la consideración académica y social de la Veterinaria, al exigir el grado de bachiller para el ingreso en las Escuelas, abrió una puerta a la invasión de licenciados en Medicina, Farmacia y Ciencias, sin reciprocidad para los veterinarios. La Veterinaria reclamó la supresión del odioso artículo 12 con Gordón Ordás y la Escuela de León a la cabeza. La situación se complicó cuando la Escuela de León nombró catedrático interino de Histología al médico Gumersindo Rosales Melendro. Gordón montó en cólera y atacó con dureza a sus antiguos profesores y a todos los altos cargos de la Veterinaria, por la pasividad y complicidad con las decisiones ministeriales que afectaban a la dignidad de la profesión. Finalmente resolvió la disputa el ministro Ruiz Giménez (1913), exigiendo el título de veterinario para optar a las cátedras de las Escuelas. Gordón combate las grandes deficiencias académicas y la desorganización corporativa de la Veterinaria, y desgrana su mensaje en conferencias por toda España y en las comidas de confraternidad que se prodigaron en todo el país. Fustiga sin piedad a los responsables y plantea la exigencia de una vertebración de organizaciones colegiales representativas en las provincias, con una «Junta Central» en Madrid. Logrando la creación de la Asociación Nacional de Veterinarios Españoles, antecedente del Consejo General de Colegios Veterinarios de España. El momento cumbre de su actividad profesional fue la creación de la Dirección General de Ganadería e Industrias Pecuarias (1931), basada en principios tan sólidos que pervivió hasta 1971 y, por sí sola, permite situar a Gordón entre las figuras más destacadas de la Veterinaria. Gordón abogaba por una enseñanzas rigurosa, actualizada constantemente, exigente con el profesorado y con los estudiantes, abierta a los progresos que se realizan fuera de España y, entre otros instrumentos para lograr tales fines, funda la Revista de Higiene y Sanidad Pecuarias, La Semana Veterinaria, la Biblioteca de Biología Aplicada, etc. Lograda la mejora de la formación, aborda la «conquista de Boletín Oficial» para modificar la legislación arcaica heredada de la Monarquía, al amparo de la apertura social que significa la República. El rescate de la figura Nuestro personaje residía en México desde abril de 1936, como embajador de la República española. Allí centró su vida en el intento de restaurar la legitimidad republicana al amparo de la victoria de las democracias occidentales sobre las diversas formas de nazi/fascismos europeos. Cuando se convoca la Conferencia de San Francisco para crear la ONU, allá acude Gordón para que las democracias no acepten el ingreso de la España franquista en la naciente organización, dada la naturaleza política del Régimen y su origen bélico. Gordón forma parte de varios gobiernos republicanos del exilio. Se traslada a París cuando es nombrado presidente de uno de ellos. En todo momento Gordón dejó en claro que una cosa era el Régimen de Franco, contra el que luchaba políticamente condenando los intentos violentos de restauración republicana, y otra muy distinta España, de la que se declara orgulloso ciudadano. Las gestiones del exilio español tuvieron éxito inicial: la España de Franco no fue admitida en la ONU y la mayor parte de las democracias retiraron sus embajadores de Madrid, pero el Telón de acero y los peligros de la posible inestabilidad de aquella España dispuesta a colaborar con Occidente, dieron al traste con las esperanzas de un cambio de régimen. Muchos de los republicanos regresaron a su patria, pero Gordón permaneció fiel a sus ideales, aunque desengañado por la defección de sus conmilitones y dolido cuando entre ellos había personas vinculadas personalmente por afectos La actividad política de Gordón ante la ONU reactivó la campaña de la España nacional contra él y volvieron a los medios de comunicación las tópicas conjuras judeo-masónico-comunistas, infundadas acusaciones de corrupción, con el añadido de sal gorda aludiendo a su condición de veterinario. Sin embargo, la pesada losa del silencio impuesto comenzaba a levantarse ya en los difíciles años de la posguerra mundial e incluso algún representante de la Veterinaria oficial se declaraba «completamente identificado con los ideales de Franco y con lo que representa la España nacional», pero confesaba que ello no le había impedido guiarse de la obra de «aquel gran veterinario que se llamó Gordón Ordás». Otros personajes empezaron a demostrar su interés por su obra, de modo especial tras su fallecimiento (1973). Ricardo de la Cierva escribió que España no se podía permitir «el lujo de desperdiciar las enseñanzas y las experiencias de españoles ejemplares como él». Crémer, que le llamaba «el emperador de Puertamoneda», elogia su figura en Proa, periódico oficial del Régimen, como hacía Fernández de la Grana en La Mesta, órgano del Sindicato Nacional de Ganadería, y Miguel Morán en La Voz de Avilés, vindicando su labor en beneficio de la agricultura nacional. Confiado, creyendo llegado el momento para recuperar esta figura del exilio, que acababa de fallecer (1973), preparé la lección inaugural del curso académico 1973-1974 en la Universidad de Oviedo titulada Aspectos de la vida de Félix Gordón Ordás (1885-1973), pero las autoridades gubernativas prohibieron que se leyera mi lección y propusieron que se me abriera un dexpediente. Yo me negué a participar en el acto inaugural Aquella reacción desmesurada se explica por el temor de los sectores reaccionarios de Oviedo, hipersensibles por la revolución de octubre de 1934 y el cerco de la ciudad durante la guerra, al que había seguido la inseguridad debida a las partidas de guerrilleros hasta bien entrados los años 50. Para ellos Gordón era una bestia negra, por su defensa de los revolucionarios ante los excesos de la represión cometidos por el gobierno de Lerroux/Gil Robles, junto al anticlericalismo de su campaña parlamentaria sobre los haberes del clero. Aunque Gordón reconoció en el exilio el error del agresivo planteamiento anticlerical, fruto de la existencia de un simétrico clericalismo, ante el que los sectores integristas no habían hecho examen de conciencia ni se habían planteado el posible escándalo de su propia conducta. Por fin, la Conferencia Episcopal española, en tiempos de Monseñor Tarancón, entonó el mea culpa. Hoy, poco a poco, van perfilándose con objetividad los méritos y claroscuros de la vida y de la obra de Gordón, de la que nos legó ocho gruesos volúmenes ( Mi política en España y Mi política fuera de España ), en los que siempre aflora su ideario fielmente seguido y destacan su honradez y sus tres amores: España, León y la Veterinaria. Durante la guerra, y después de ella, se propagó la calumnia de su presunto enriquecimiento en México, para cuya negación tomo las palabras del profesor Guerra, historiador de la Medicina: «Menos sabido es que el Dr. Félix Gordón Ordás, embajador de la República Española en México, con 823 millones de francos a su nombre para la adquisición de material de guerra, el día que concluyó su misión entregó puntualmente el saldo y volvió a vivir modestamente de su profesión.» En cuanto a León y España, elijo de su correspondencia conmigo, estas citas: «¡Amo tanto a nuestro León y sufro tan intensamente con la triste añoranza de su cielo y su suelo! Pero también amo con pasión a toda la patria». «Amo a nuestro León casi místicamente [¿], esa mi tierra fecunda y bella [¿] en la que surgen espíritus nuevos, muy leoneses y muy españoles». Félix Gordón Ordás. «español hasta lo más profundo de su ser y leonés por encima de todo, cuyo hondo pesar en el destierro fue siempre la certeza de que nunca más volvería a León», como lo definió su hija Brunilda, falleció en la capital de México el 25 de enero de 1973. Regresaron sus restos para reposar en tierra de León, en junio del 2003, y se dispersaron parte de las cenizas del matrimonio Gordón/Carmona en el pinar de La Candamia, reservando el resto para el Panteón de hombres ilustres de la ciudad. A partir de la restauración de la democracia comenzó el reconocimiento público de sus méritos. En la Facultad de Veterinaria que organizó con la Diputación Provincial actos en el centenario de su nacimiento (1995), se descubrió una placa conmemorativa en su casa natal de la calle de Puertamoneda y la publicación de una obra conmemorativa. En 1996, la Universidad de León le rindió homenaje y le dedicó una placa en el vestíbulo de la Facultad de Veterinaria. El Ayuntamiento de León dio su nombre a una calle de las Eras de Renueva y revocó el infame acuerdo de l936, que se anuló el de l932 que lo había declarado Hijo Predilecto de la Ciudad y, a cambio, se le calificó de Hijo Indigno de León. La corporación presidida por don Mario Amilivia (PP) acordó, unánimemente, el 27 de diciembre del 2002, que se le reintegrara a la Nómina de Hijos Ilustres y Predilectos de la ciudad.

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