Diario de León

Libertad y poder

Son las dueñas del cielo. Su vista prodigiosa les permite controlar desde lo más alto hasta los movimientos más insignificantes de los ratones. Luego, vertiginoso descenso, certera garra, pico mortal. Así son, vistas de cerca, las aves rapaces.

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MARÍA JESÚS MUÑIZ | texto
León

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«Otra jornada en blanco. Estoy en racha, mala por supuesto. Tampoco el halcón se ha dignado a acudir esta mañana a su posadero, lo mismo que el azor, el milano real y el ratonero que intenté fotografiar en jornadas anteriores. Es mediodía y me dispongo a abandonar el «hide» camuflado en un retamal, frente al cortado de los halcones. Lo tengo todo en la mochila. Miro por última vez y no puedo dar crédito a mis ojos. El halcón está posado en el talud...» José Luis Rodríguez ha pasado muchas, muchas horas agazapado en escondrijos inverosímiles para observar de cerca, con la impunidad del espía ignorado, la vida de las aves rapaces. Habitáculos que más parecen zulos sumergidos en el agua, en las alturas frente a los acantilados, oculto bajo la nieve,... Lo más cerca posible. Lo más silencioso posible. En la línea misma en la que ser descubierto supone tirar por la borda el trabajo de días. Es uno de los fotógrafos de la naturaleza más prestigiosos del país, y lleva veinticinco años capturando con su máquina paisajes y personajes del mundo animal. A sus publicaciones anteriores (Ávila desde la noche, Padre Duero, Monfragüe, Valle de Iruelas, Picos de Europa,...) se une ahora Rapaces. Alas y garras, que acaba de ser publicada por la editorial leonesa Edilesa, y que cuenta con la participación en los textos de José María Merino, Mario Sáenz de Buruaga, Francisco Purroy, Ángel Fernández Lázaro y Joaquín Alegre. Rodríguez desvela en el libro, a través de una serie tan numerosa como impresionante de imágenes, los nuevos caminos de la fotografía a la hora de trabajar sobre los animales, en especial sobre especies tan difíciles de retratar como las que aparecen en este libro. «La fotografía de rapaces ha cambiado mucho, tanto en la ténica como en el concepto», explica. Antes se fotografiaban nidos, puestas, eclosión de huevos. Idas y venidas de las aves. Pero la fotografía de alta velocidad y la obra de Stephen Dalton supusieron una revolución, en el concepto y en la técnica. Un haz de luz infrarroja detectaba el paso de un ave en vuelo, «cuya imagen detenida era posible gracias a los destellos ultrarrápidos de un juevo de flashes». Se hicieron fotos que hasta entonces se consideraban imposibles. «Vuelos de todo tipo con las alas perfectamente congeladas y en todas sus posiciones imaginables empezaron a complementar a las referidas fotos de nidos». Pero no todas las rapaces son susceptibles de este tratamiento fotográfico. Águilas y buitres han de ser fotografiados utilizando escondites que acaban convirtiéndose en parte del paisaje, para que ningún elemento extraño perturbe el comportamiento de los animales. Teleobjetivos, cámaras camufladas cerca de las aves que se disparan por radio control,... Incluso hacerse amigo de las aves puede ser eficaz a veces (y según las especies) para conseguir las imágenes más espectaculares. Se entra así en el mundo de las rapaces, «que transmiten libertad y también poder. Matan para sobrevivir y lo hacen sin saña», recoge el libro. «Alas para la perfección del vuelo. Para la libertad. Y garras para mandar e imponer sus deseos, para someter, garras para reinar». Son aves a las que José María Merino denomina hijas del sol. «Quizá ninguna otra estirpe del mundo animal haya sido tan estimulante para nuestra imaginación. Los cielos que recorren a la búsqueda de sus presas, lo inaccesible de sus habitáculos, la agudeza de su vista, el sigiloso merodeo, el vertiginoso descenso, la rapidez y la osadía en el ataque,..»

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