Diario de León

Viaje al África profunda

Mozambique se despliega ante los ojos asombrados de un leonés y muestra sus rostros más trágicos pero también más esperanzadores. Esta serie de tres capítulos muestra la dureza del nacer y el morir en el continente negro.

El autor, junto a dos misioneras de Fonte Boa

El autor, junto a dos misioneras de Fonte Boa

Publicado por
PRISCILIANO CORDERODEL CAMPILLO | texto y fotos
León

Creado:

Actualizado:

Desde hace doce años una de mis hermanas se fue de misionera a Mozambique, y por tanto he sido invitado reiteradas veces a visitar ese lejano país. Durante estos doce años siempre he estado buscando la ocasión propicia, pero al mismo tiempo siempre ha habido razones o he encontrado disculpas para ir posponiendo el viaje. Finalmente, en el verano de 2003, después de un largo periodo de mentalización y una minuciosa preparación de vacunas y fármacos contra todos los males posibles e imaginables, me he decidido a hacer el recorrido inverso que hacen los de las pateras del Estrecho para conocer de cerca la realidad de la que huyen. Me acompaña en este viaje mi sobrino Jorge, viajero nato, que, después de visitar América Central y haber sufrido y superado la malaria, está dispuesto a llegar al África más lejano, al África profundo. Así pues, con las maletas repletas de ilusiones y preocupaciones, el día 16 de julio de 2003, a las 14:30, tomamos en el Aeropuerto de Barajas el vuelo 1704 de la KLM que nos llevaría a Lilongwe, capital de Malawi, después de hacer escala en Amsterdam, Nairobi y Lusaka. Un total de nueve horas y media de vuelo y aeropuertos y más de 19.000 kilómetros de recorrido. Aunque es mucha la distancia geográfica, es aún mucho mayor la distancia sociocultural que separa a la vieja Europa que dejamos en Barajas del África que encontramos al apearnos del avión en Lilongwe, a las 11,50 del día 17 de julio. En Lilongue nos estaban esperando con un todoterreno Asunción, Isabel y Pedro, misioneros de Fonte Boa, Mozambique. Una vez recogidas las maletas y cumplimentados todos los trámites de la aduana, comenzamos a recorrer los 45 kilómetros que separan el aeropuerto de la ciudad y que a mí me parecieron como una maqueta de lo que luego encontraríamos en estos países del Sureste de África: un campo de golf en medio de los más absolutos sequedales, unas urbanizaciones de lujo, muy reducidas y elitistas, iglesias de todos los credos a ambos lados de la carretera y las pallozas desparramadas por las praderas de las colinas, en la sabana o en el mato. Al llegar a la ciudad de Lilongue nos encontramos con un tráfico caótico y prácticamente colapsado. Las calles estaban tomadas por la policía y los controles eran continuos. Uno de los agentes de tráfico nos informó de que el presidente de la nación estaba asistiendo al funeral de un familiar en una iglesia de aquel área, por lo que estacionamos el coche y nos dedicamos a recorrer un mercado de la madera al aire libre. Allí nos encontramos con unos catalanes que estaban recorriendo distintos países de África y con unas muchachas de Madrid que estaban de cooperantes en una misión de Malawi. Nosotros aprovechamos esta circunstancia para restaurar fuerzas y comer el plato típico de aquellas tierras: gallina o cabrito a las brasas. Una vez restablecidas nuestras fuerzas y el tráfico y sin tiempo que perder, nos pusimos en camino hacia Fonte Boa, pues aunque no es mucha la distancia, unos 180 kilómetros, la carretera está en muy mal estado y los trámites de las aduanas que hay que pasar son muy lentos. Por otra parte, la aduana de Mozambique se cierra a las seis de la tarde y podemos quedar atrapados en tierra de nadie durante la noche. Con el pasaporte en regla y el visado especial para múltiples entradas y salidas de Mozambique, que habíamos adquirido en Madrid por el módico precio de 90$, entramos finalmente en la excolonia portuguesa, la República de Mozambique. La carretera es muy mala, el todoterreno ralentiza su marcha y comienza a mostrarnos la realidad que domina todo el país: restos de casas coloniales portuguesas quemadas, payotas o casas de techo vegetal diseminadas por la sabana o el mato, campesinos caminando por la carretera con la azada al hombro, mujeres con los niños cargados a la espalda, cabras, perros, cerdos y niños por doquier. Esta es una de las primeras y más repetidas estampas africanas: las carreteras de Mozambique están habitadas, tienen vida propia. Como dice Mia Couto en su novela Tierra sonámbula , «todo lo que pasa en Mozambique para en la carretera». A las 5:30 de la tarde del día 17 de julio, después de dos días de viaje, llegamos a la misión de Fonte Boa con tiempo suficiente para contemplar la primera puesta de sol en África, uno de los fenómenos más bellos que se puede disfrutar en estas tierras. La misión de Fonte Boa En medio de la sabana de Angonia, a 15 kilómetros de Villaulongue, conocida por La Villa, la población más próxima a la misión que cuenta con luz eléctrica, agua y alcantarillado, hospital, farmacia y algún que otro comercio, se encuentra la misión católica de Fonte Boa, en la provincia de Tete y a 325 kilómetros al Norte de la capital del mismo nombre. La misión fue fundada en 1953 en unos terrenos que el gobierno portugués concedió a la diócesis de Tete con el compromiso de crear una iglesia, una escuela y un hospital para atender a las pequeñas aldeas y a la población dispersa que se encuentra en la sabana angoní. La misión de Fonte Boa, como la mayoría de las misiones católicas de Mozambique, comprende una iglesia, que en este caso es un salón multiusos, una escuela de estudios medios con dos internados, uno masculino con capacidad para 120 alumnos y otro femenino con 95 plazas, los dos completamente ocupados; y un hospital con una maternidad, una sala de curas, despachos para consultas y un centro de desnutridos. Además, cuenta con una residencia para misioneros, que aquí en Fonte Boa son Jesuitas, y otra residencia para misioneras, que son Franciscanas Misioneras de la Divina Pastora. La comunidad de misioneros, formada por dos sacerdotes, un hermano y tres estudiantes vocacionados, se encarga de la pastoral de dos parroquias, Fonte Boa y Msalasi, con una población no censada en torno a 35.000 personas y una extensión superior a los 7.500 kilómetros cuadrados. Los jesuitas también atienden el internado masculino y algunas clases de la escuela. La comunidad de misioneras, por su parte, la forman tres monjas españolas y una novicia mozambiqueña; ellas se encargan del internado femenino, de parte de las clases, del hospital, de la formación de mujeres y colaboran en la pastoral parroquial. La misión cuenta también con otras infraestructuras y servicios, tales como una pequeña granja con vacas, cerdos, conejos y gallinas, un molino para moler el maíz y una huerta que trabajan una pequeña parte los mismos estudiantes del internado y el resto, un pequeño grupo de empleados. Esta misión, como todas las restantes de Mozambique en los años posteriores a la independencia, conseguida en 1975, fue nacionalizada, pasando a pertenecer al Estado todas sus instalaciones y propiedades, incluida la iglesia y las residencias de los misioneros. Muchos misioneros fueron expulsados del país, otros encarcelados y algunos, en los años más difíciles de la guerra civil, de 1983-86, fue asesinado. En 1992, gracias a la intervención de la iglesia, los dos partidos enfrentados en guerra civil, Frelimo y Renamo, firmaron la paz en el Vaticano y el Gobierno saliente de las primeras elecciones democráticas se comprometió a devolver a la iglesia las misiones nacionalizadas. En la actualidad ya han devuelto las residencias de los misioneros, pero no las otras instalaciones, que hasta el día de hoy siguen perteneciendo al Estado, incluso las iglesias. No obstante, hoy las relaciones Iglesia-Estado son buenas y se da una plena colaboración entre ambas instituciones que beneficia el trabajo social, cultural, sanitario y pastoral que realizan los misioneros a favor de los más necesitados. Dolores de parto en Angonia Gritos de parto se oyeron en la sabana de Angonia y sólo encontraron respuestas, como eco repetido del dolor acumulado de siglos, en otros gritos ahogados y profundos de otras muchas niñas-madres parturientas y en las manos cariñosas e impotentes de la hermana Isabel, misionera pastorina de Muros, La Coruña, y enfermera directora del hospital de la misión de Fonte Boa. La noche del 23 de julio de 2003 era una noche fría, estrellada y oscura, como son casi todas las noches de julio en Angonia, A las tres de la mañana unos golpes en la puerta de la misión despertaron a la hermana Isabel para que atendiera a una casi niña que había llegado de parto al hospital. Es un cuadro difícil, pero no más que otros muchos que cada día, y casa noche se presentan en el hospital de la misión, donde viene naciendo una media de 18 a 20 niños por semana. La madre parturienta es muy joven, parece casi una niña. Lleva ya varias horas de parto. Como el brujo de su aldea no ha podido ayudarla, la han traído a la misión en una carreta tirada por dos vaquillas. La criatura viene de nalgas. La madre se retuerce de dolor. La hermana Isabel no es capaz de extraer al niño que queda atrapado por la cabeza y que, al final, se malogra. «Si al menos tuviese la ventosa que me robaron cuando la guerra», se lamenta impotente la hermana. A la desesperada, a las cuatro de la madrugada, la hermana Isabel coge el carro, un todo terreno Nissan, «estragado», que pide a gritos un sustituto, carga a la parturienta y la lleva al hospital de la villa, que se encuentra a 15 kilómetros de la misión, para intentar al menos salvar a la madre. Esta noche, una vez más se ha reproducido en Angonia esa danza macabra entre la vida y la muerte. Una vida que nace a borbotones, descontrolada, de forma irracional, sin sentido y una muerte que, de forma fatídica y en lucha agónica, trata de secar la fuente de la vida, venciendo a las madres parturientas y segando los brotes más tiernos de la sabana. Mozambique tiene una de las tasas más altas de natalidad del mundo (nacen 200 niños por 1.000 habitantes al año) y al mismo tiempo las tasas más alta de mortalidad: muere un 10% de las mujeres al dar a luz; existe un alto índice de sida entre los jóvenes; y la mortalidad de los primeros cinco años de vida alcanza el 80% de los niños. La noche del 23 de julio de 2003, una vez más se ha malogrado una «crianza» y gritos de parto se oyeron en la sabana.

tracking