Un amor de alto secreto
Periodistas y tertulianos han encontrado en el romance de Felipe de Borbón y Letizia Ortiz un filón para presumir de fuentes. Pero la mayoría de cuanto se ha dicho y escrito es imposible de confirmar. Ésta es la reconstrucción más verosímil de
¿Cómo transcurrió esa primera noche en casa de Pedro Erquicia? El Príncipe y la periodista conversaron largo y tendido sobre lo divino y lo humano. Felipe se interesó especialmente por todo lo relacionado con la profesión de su joven contertulia y los entresijos de la comunicación. Como conclusión de tantas horas de confesiones, una señal inconfundible de que aquella charla se prolongaría cualquier otro día: ambos intercambiaron sus números de teléfono. El romance comenzaba a rodar. Tras aquel primer encuentro, el heredero de la corona tomó la iniciativa, telefoneó en varias ocasiones buscando un nuevo encuentro. Felipe insistía, pero Letizia contemporizaba, le daba largas. Tal vez consciente de lo complicado de una relación de semejante magnitud, no quería convertirse en un episodio más, retratado y aireado en papel couché para consumo de la insaciable opinión pública. No quería protagonizar el rollete apresurado de una noche de otoño. Hasta que no estuvo segura de que el Príncipe iba en serio, la joven no accedió a una segunda cita. En mayo del 2003, por fin, las barreras de Letizia comienzan a ceder. Es entonces cuando la amistad se convierte en noviazgo. Un crucero veraniego por el Mediterráneo brinda la ocasión propicia para comprobar si la primera impresión era, realmente, la que podía contar. En otras palabras, una oportunidad para poner a prueba el flechazo y para que ella conociese personalmente al círculo más íntimo del hombre que un día tendrá que reinar. Citas en las embajadas La relación parece cuajar y la experiencia es un grado. En anteriores ocasiones, los noviazgos del príncipe Felipe saltaron a los titulares de la prensa rosa antes de tiempo, frustrando el desarrollo del posible romance. El hijo de Juan Carlos y Sofía quiere evitar por todos los medios que se repitan los dolorosos fracasos sentimentales de Isabel Sartorius y Eva Sannum, crucificadas por la prensa del corazón y la ortodoxia monárquica. El aparato del Estado se pone en marcha con todos sus medios para ocultar el incipiente noviazgo y garantizar a la pareja un tiempo prudencial para conocerse y explorar las posibilidades de su unión. Se ven en embajadas, aprovechando viajes oficiales para huir de las cámaras y buscar un oasis de relativa intimidad en el extranjero. El proceso es imparable. Su amor es como la pólvora: veloz y explosivo. Tanto, que incluso él deja caer insinuaciones de matrimonio. La pareja cubre etapas a gran velocidad, pero la secuencia es la correcta. La relación se afirma y la opinión pública sigue sin sospechar que la cara que cada día se asoma a los hogares de los españoles en la segunda edición del Telediario tiene todas las papeletas para convertirse en la de su futura reina. Sobresalto en la Zarzuela Pero en España, mantener un secreto durante mucho tiempo es una misión imposible, incluso para la Casa Real. El viernes 1 de noviembre del 2003, sólo seis meses después del inicio formal de su relación y apenas un año más tarde de su primer encuentro, la cuidadosa red trenzada para dar tiempo a la pareja se viene abajo. Tras la sobremesa, el móvil de Letizia comienza a sonar. Al otro lado del aparato se encuentra una amiga, ex compañera de la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid, que es redactora jefa de una de las principales revistas del corazón del país. No se anda con rodeos. Le pregunta qué hay de cierto sobre su relación sentimental con el heredero al trono. Letizia se resiste, lo niega todo, asegura que tiene novio y que es «feliz» con su «chico». Pero su amiga trabaja sobre seguro y sabe perfectamente de lo que habla. Le comunica que la historia está más que confirmada y que el reportaje se publicará el lunes siguiente con pelos y señales. La conversación llega inmediatamente a oídos de la Casa Real, que además tiene constancia de que un programa de televisión con mucho tomate está sobre la pista y va a lanzar la primicia sobre el noviazgo en cuestión de horas. Se impone una respuesta rápida y firme, que ataje la vorágine mediática que amenaza con desatarse sobre la pareja. La Zarzuela es perfectamente consciente de que perder el control sobre la información supondría convertir a Letizia Ortiz en una nueva Isabel Sartorius o Eva Sannum. Por ello, la reacción no se hace esperar. Al día siguiente, sábado 2 de noviembre, la Casa Real emite un comunicado que no deja margen a la especulación. El texto dice: «Sus Majestades los Reyes tienen la gran satisfacción de anunciar el compromiso matrimonial de su hijo, el Príncipe de Asturias, don Felipe, con doña Letizia Ortiz Rocasolano. La petición de mano tendrá lugar en el Palacio de la Zarzuela el próximo jueves, día 6 de noviembre. La boda se celebrará a principios de verano del 2004 en la catedral de Santa María la Real de la Almudena de Madrid». La estrategia es inequívoca, el mensaje es transparente: no se trata de un capricho, ni siquiera de un noviazgo. Esta señorita es la prometida del futuro rey de España, prácticamente un miembro más de la Casa Real. A partir de ahora gozará del mismo respeto que incluso la prensa más hiriente concede a la máxima representación del Estado. El blindaje no puede ser mayor. Un mensaje en checo Inmediatamente, todas las miradas buscan a los protagonistas de una de las noticias más esperadas por los españoles. Todo ha sido cuidadosamente estudiado. La bomba mediática explota mientras la pareja viaja al extranjero. Muchos de los mejores amigos de Letizia son periodistas que rescatan su número de las agendas y telefonean sin cesar. Son pocos, los más cercanos, quienes consiguen hablar con ella. La mayoría escuchan un mensaje en una lengua extraña, que a la postre resultó ser checo. Los novios habían escogido Praga para refugiarse del primer impacto y preparar con detalle el siguiente paso. ¿Qué es lo que falta para culminar el proceso? Evidentemente, una comparecencia pública, la confirmación ante la vista de los españoles de que don Felipe ha escogido a su esposa y, al mismo tiempo, a la futura reina del país. Esa primera aparición se produce un día después del comunicado oficial, en los jardines del palacio que el Príncipe ocupa en el recinto de la Zarzuela. Lo que allí sucedió ha sido examinado con lupa y hecho correr ríos de tinta, al igual que lo ocurrido el 6 de noviembre, fecha marcada para la pedida de mano. Medios de comunicación de todo el mundo acudieron al palacio de El Pardo para dar cobertura a un acontecimiento que desataba ya interés en los cinco continentes. Aquella mañana puso de manifiesto toda la espontaneidad que se le supone a una relación basada en el amor y no en el frío protocolo. Letizia Ortiz llegó a interrumpir al Príncipe con dos palabras que casi son historia contemporánea: «Déjame terminar». Con ellas, la novia desveló también la principal debilidad de la pareja: una frescura inédita, que choca contra los moldes de una institución fundamentada en la costumbre y en la repetición de esquemas. Letizia es obligada a cambiar su imagen y sus apariciones han perdido, por ello, aquel aire renovador de los primeros días. C'est la vie .