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Titular secundario 18 puntos 2 líneas «Federico era genial; tenía una sensibilidad cósmica»
César Llamazares | Se trata de uno de los últimos residentes de León. En esta entrevista recuerda el espíritu de la Casa y a varios de sus compañeros
|||| Texto César Llamazares es uno de los últimos residentes vivos de León. Junto a su hermano, Olegario Llamazares, y José Solís, forma parte de la terna que ha sobrevivido a esta amable intrahistoria de la cruel historia de la época. Fue uno de los pocos ciudadanos en un momento en el que esta palabra aún resultaba paradójica. Con casi un siglo de vida a sus espaldas, se define como librepensador, cristiano, estoico y tolerante. «Enemigo de la fatiga indulgente», declara de manera tajante. Gran conversador, recuerda con la lucidez de un joven las anécdotas de personas como Federico García Lorca, Salvador Dalí y Buñuel. Muchos de sus recuerdos se los guarda para sí. Es el tesoro de quien vivió la época de plata de la historia de España. -¿Cómo fue que llegó a ponerse en manos de Jiménez Fraud? -Mi padre era católico practicante, pero le hicieron la vida imposible porque era un liberal. Era médico y atendía a dos de los institucionistas más importantes: Azcárate y Sierra Pambley. Creo que fueron ellos los que le convencieron para que me enviaran a esa «escuela de réprobos». Gracias a mi padre conseguí evitar la ceguera ante las ideas que presidía la sociedad de entonces. A los siete años ya había leído La Iliada, en traducción de Javier de Burgos en versos endecasílabos. Además, el periódico que se leía en casa era El Sol, el único diario independiente de la época. -¿Cómo recuerda su llegada a la Residencia? -Recuerdo que cuando llegué pensé que, a partir de entonces, estaría en la gloria. Una de las cosas que percibí al poco de llegar fue que era un lugar libre de adoctrinamientos, donde se preocupaban de fomentar en nosotros un espíritu de responsabilidad total, por encima de cualquier otra cosa. Jiménez Fraud tenía el compromiso moral de enseñarnos a discrepar, de mostrarnos la necesidad de no mantener la mente en una dirección determinada. Recuerdo que nos hablaba de deberes, nunca de derechos. -Supongo que se trataba de un lugar politizado... -No, todo lo contrario. Se respetaban todas las ideas, todas las creencias y credos. El objetivo de la Colina era ayudarnos a discernir sin orientar la dirección de nuestro pensamiento. Lo único que se nos pedía era que no nos metiéramos en problemas políticos, puesto que podría perjudicar a la Residencia. Sin embargo, la juventud... Aprovechábamos la noche para colocar pasquines. Yo, en un principio, me afilié al Partido Socialista, pero era demasiado moderado. Fíjese que los dirigentes de UGT estaban a bien con la dictadura. Primo de Rivera les dio todo tipo de facilidades. Así que a los pocos años me afilié al Partido Comunista. Ya sabe lo que dicen: «El marxismo es la expresión matemática del cristianismo». -Se habla mucho de las experiencias culturales de la Residencia. -Si, sin duda fuimos unos privilegiados. Recuerdo con cariño los conciertos en el Monumental, las excursiones con el gran artista José Moreno Villa al Museo del Prado. Nos explicaba de manera asombrosa cada una de las obras. Solíamos ir los sábados en grupos de ocho, diez o doce estudiantes. Una de las explicaciones más interesantes fue la que versó sobre un cuadro de Patini. Fue asombroso cómo descomponía el cuadro para explicárnoslo. Asistimos a conferencias de Einstein, de Madame Currie, de Bruce; conversábamos cada día con personalidades como Unamuno, Juan Ramón Jiménez, las mesas en el comedor las presidía Ángel Llorca, y qué decir de compañeros como Federico... -Hábleme de ellos, ¿Qué recuerdos le han quedado? -Pues, que le voy a contar. Federico era un genio, tenía una sensibilidad cósmica. Acudíamos siempre a una tertulia en un café de Recoletos, «El Txiqui». Allí pasábamos horas. Dalí era un loco de atar. Pintaba maravillosamente, pero por entonces sólo hacía estampitas. Cuando se dio cuenta de que eso no le llevaba a nada fue cuando comenzó a con el subrrealismo. No obstante, poco más puedo decirle porque casi no le traté. Con Celaya coincidí al menos seis años. Estudiaba para ingeniero y ya ve, terminó siendo poeta. Era un señorito vasco y su padre era un industrial. Fue una de las personas que más cambió en la Residencia. ¿Quién más? Severo Ochoa, por supuesto, que siempre estaba trabajando, estudiando, trabajando en sus cosas. No alternaba demasiado. El que más valía era Francisco Grande Covián y a Luis Calzada le costó seis años de carrera participar en la aventura de La Barraca en la que, por cierto, también estuvo su hermano Arturo. -Les acusan de señoritos, de niños de papá, de elitistas, de pijos, como se diría hoy en día... -No es en absoluto cierto. Mire, lo que ocurre es que a las actividades que organizaba la Residencia acudían gentes de la aristocracia. Iban los aristócratas a presumir de intelectuales y los intelectuales a presumir de aristócratas. Incluso el Rey acudió en alguna ocasión. García Pelayo solía decir que los institucionistas y, por lo tanto, los residentes, pecaban de pedantería moral, pero todo en la Residencia y en la vida que nosotros llevábamos en ella estaba presidido por la austeridad. -La austeridad ha presidido su vida -Si. Desde siempre. Recuerdo que, cuando era pequeño y acudía con mi padre al pueblo sentía las diferencias que me separaban del resto de la familia. Fue entonces cuando comenzó a surgir dentro de mi el ansia de justicia que aún conservo. Todos los residentes sabemos que el dinero es algo necesario para mantener el necesario decoro en la vida. La ostentación no nos está permitida. Vealo de esta manera. Yo siempre quise estudiar medicina, pero no para ascender socialmente o para adquirir mayor nivel económico. Mi aspiración siempre fue ayudar a los demás. Fue una de las consignas de la Residencia. El que sabe, debe poner sus conocimientos al servicio de la sociedad. Son los deberes de los que nos habalaba Jiménez Fraud.