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Los edificios de la Residencia de Estudiantes con el Trasatlántico en el medio

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CRISTINA FANJUL | texto RESIDENCIA | fotos
León

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La Residencia de Estudiantes es la historia de Prometeo. En un periodo caracterizado por un optimismo que auguraba la guerra, los hombres de la institución consiguieron que cientos de españoles sintieran que el futuro del resto podría cambiar. Igual que en la fábula del que osó enfrentarse a Zeus, la ira de los dioses acabó con el sueño; algunos se vieron encadenados al silencio, otros murieron desgarrados por la nostalgia del exilio sin poder volver a pisar la Colina, otros siguieron con sus vidas, pocos olvidaron¿. los menos¿ Pero todos guardaron en algún cajón de su vida el «rumor renacentista», el halo de generosa liberalidad cultural, la dignidad y la bonhomía que el espíritu del Cerro del Viento les donó. No en vano, uno de los residentes más olvidados: Rafael Múgica, diría poco antes de morir como Gabriel Celaya «todo lo que soy se lo debo a mi Residencia». León fue la provincia española, junto a Málaga y el País Vasco, que más residentes envió a la calle El Pinar. Aunque las fichas desaparecieron al comenzar la guerra y no hay constancia del número real de leoneses que fueron acogidos por Alberto Jiménez Fraud, sabemos que, entre 1910, año en el que se puso en marcha el proyecto, y 1936, cuando las hordas de la sinrazón acabaron con él, no menos de 32 leoneses pasaron por los pabellones de la Residencia. El porqué una provincia campesina, culturalmente mediocre y alejada de cualquier tinte liberal exportó tantos estudiantes al único foro europeo de toda España hay que buscarlo en un viejo conocido de León: Francisco Fernández Blanco y Sierra Pambley, filántropo, creador, entre otros centros, de las escuelas de Hospital de Órbigo, Villameca, León y Moreruela, una extraordinaria y armoniosa conjunción de libertad y aristocratismo, según le definió Bartolomé Cossío. A este nombre habría que añadir los de Azcárate, Amós Salvador o Ventura Alvarado. La mayoría de los universitarios eran hijos de profesionales - médicos, maestros, farmacéuticos, abogados- cuyos padres o abuelos casi no se habían emancipado de la tiranía del campo. Eran herederos de la desamortización, lo que les dejó un importante poso liberal. Compartían tertulia con don Paco, y éste siempre les recomendaba que enviaran a sus hijos a la protección de don Alberto. Según Ramón Carande, en los primeros años residenciales predominaban los andaluces, concretamente de Málaga, cosa natural si se tiene en cuenta la procedencia de Jiménez Fraud. Fueron cerca de 20 los residentes malagueños. Los de Asturias venían a sumar unos 25, debido a la influencia de los primeros institucionistas, como Buylla, Altamira, Pérez de Ayala. Otra región española que tuvo peso fue el País Vasco. Entre bilbaínos y guipuzcoanos sumaban unos 30. León también fue influyente con más de 30, con lo que puede decirse que, comparativamente, esta provincia fue la que más residentes tuvo de toda España. Los hermanos Sáenz de la Calzada: Luis, Carlos, Isaac y Arturo; César y Olegario Llamazares, Luis, Ricardo y Manuel Fanjul, Ángel, Marcelino, Francisco y Luis Mazo, Francisco, Tomás y Fernando Alonso Burón, José García Rodríguez, Anselmo y Ricardo Carretero, Mariano Bustamante, Plubio Suárez, José Díaz Mayo, Mariano Miaja, Manuel Ramos, Juan, Pablo y José Luis Torbado , Mariano Flórez, Manzano Burón, Ambrosio Fernández Llamazares, Manuel Campo Mardomingo, José y Ramón Solís, y Jesús Marote. Estos hombres tuvieron la suerte de vivir en el mejor lugar y en la mejor época, y la desgracia de que todo lo que pudieron haber hecho se viera truncado por compartir el peor sitio en los peores años. Toda una paradoja que permite entender porqué, después de años de cárcel, de exilio, de miedo, de ostracismo, de humillación, o, simplemente de olvido, conservaron por igual la generosidad, liberalidad y tolerancia que les hizo merecedores del calificativo de residentes. De ellos, tan sólo tres viven: César Llamazares, su hermano Olegario, y José Solís. Librepensadores «Librepensador, cristiano, tolerante y enemigo de la fatiga indulgente» Con estas palabras se define César Llamazares, definiendo al tiempo el prototipo de residente. Los estudiantes llegaban a los Altos del Hipódromo apenas cumplidos los 16 años. Es decir, al poco de salir de las faldas de la Iglesia se topaban con un oasis inspirado por el espíritu más liberal de aquella época. «En la Residencia había una libertad absoluta», recuerda Olegario Llamazares. Todos coinciden en señalar que no había hora de entrada ni de salida, no existía ninguna obligación establecida, «ni adoctrinamiento visible», pero todos respetaban el espíritu que, sin normas y sin libro de estilo, don Alberto generó en la Casa: «Un nuevo tipo de vida en común, basado en los modernos principios de libertad y dominio de sí mismo que, rechazando el internado de clausura, la disciplina mecánica, busca como garantías el ideal colectivo, el influjo de las generaciones ya formadas sobre las nuevas, el prestigio intelectual y moral de los directores, el respeto mutuo y todo el complejo sistema de factores que integran una vida social sencilla a la vez que refinada.» Así lo recuerda también César Llamazares, que explica que se les mostró el camino para aprender a discernir, pero nunca se orientó la dirección de su pensamiento, o Arturo Calzada, que agradece la educación humanista y liberal que les regalaron. «Nos salvó para siempre de la hemiplejia mental y de la indigencia moral del sectarismo». Porque lo realmente importante no fueron los desayunos con Ortega, las visitas al Prado con Moreno Villa, las conversaciones con Unamuno o Juan Ramón en el banco del duque de Alba o las conferencias de Einstein, Curie, Carter, Bergson o Bruce. Lo que generó la Residencia fue la impronta de la que se ha hablado durante décadas. La gran mayoría formó parte de lo que se ha llamado la tercera España. La guerra les cercenó el destino a todos por igual, - hubo residentes en ambos bandos- y habría ocurrido lo mismo si hubiera sido la izquierda la que hubiera ganado la contienda. Así, mientras en los primeros años había un escoramiento hacia la izquierda, el desarrollo de los acontecimientos en España hizo que incluso se diera el caso de residentes falangistas. «En la Residencia había habido una evolución, sinó a la derecha, al orden. Hubo un boom de gente de izquierdas en los años 29, en el 30, pero también hubo voluntarios de la zona nacional¿ Incluso intelectuales como Ortega y Marañón ya habían comenzado a desencantarse. Creo que al propio don José Ortega le fueron a buscar a la Residencia para matarlo, los de la CNT o los de la FAI... Murieron muchos residentes en el frente. Pero el espíritu de la Residencia prevaleció sobre todo; puedes decir que se ayudaron todos con carácter general». De la misma manera que Olegario Llamazares habla Arturo Calzada: «Hubo división: residentes que lucharon por la República y otros que defendieron el franquismo. Algunos de ellos por las zonas geográficas, por el lugar en donde les cogió la guerra. Otros por razones ideológicas. Pero creo que los residentes que se atuvieron más al espíritu de la Residencia estuvieron con la República, a pesar de todos los pesares. Me han contado que cuando los moros tomaron Leganés, detuvieron al director del manicomio, el doctor Salas, un ex residente. Estaba éste asomado a la ventana de la cárcel y entonces pasó por allí un residente y otro que, aunque no lo era, venía mucho por allí e iba con nosotros a tertulias, Ladislao se llamaba, y era capitán de requetés. Y vieron a Salas y le dijeron: «¿Qué haces ahí? Pues nada, que me van a fusilar. Entonces Ladis cogió la pistola, encañonó al soldado que estaba de guardia y le dijo «abre la puerta ahora mismo». Y lo cogieron y lo sacaron y se lo llevaron a una finca que otro residente tenía en Palencia. Allí estuvo escondido durante mucho tiempo»¿ Alberto Jiménez Fraud trabajó para inculcar a sus residentes la tradición del liberalismo anglosajón, pero le aportó un matiz importante: el de la tradición del hidalgo español. Esta combinación resultó esencial. Consiguió por un lado desterrar el cainismo, y la intransigencia españolas, generando un espíritu liberal, tolerante y, paradójicamente, típicamente puritano. Logró que todos ellos creyeran que su trabajo y su actitud frente a la comunidad podían cambiar las cosas; la soberbia calvinista fue una de sus características Al mismo tiempo, y esto fue lo realmente original, conservó la tradición de la España de Oro, y eliminó la codicia de las proridades de los estudiantes: «Gloria sin fama, grandeza sin brillo y dignidad sine pecuniae». Muy pocos de entre ellos hizo fortuna. Su pulcritud moral les impedía enriquecerse. Son muchos los comentarios que, a este respecto han vertido ellos mismos: «Yo no sé si el toque intelectual es castrador. La cultura es un veneno también; su toque angélico puede llevar a una vagancia exquisita. A lo mejor eso fue un fracaso. A lo mejor, el otro que no ha leído nada estaba con los ojos puestos ahí y se te ponía por delante en cualquier sitio.» Arturo Calzada es el autor de estas palabras y es precisamente su ejemplo el que utiliza Olegario Llamazares para explicar esta paradoja: «Arturo Calzada es una de las víctimas de este fenómeno cultural de la Residencia¿ Hoy es el mejor arquitecto de México, pero Arturo era espíritu de la Casa y hacía lo que le gustaba, y le gustaba ver la escultura, y le gustaba estar oyendo música. Y ahí le tienes, pues ha ganado muy poco dinero. Arturo oye dos horas de música, después se lee unas poesías y no se quiere meter en un negocio». Hubo grandes científicos, poetas excelsos, y excelentes abogados, arquitectos e ingenieros que introdujeron en España adelantos en diseño, hubo médicos, humanistas¿ Su condición social y cultural les habría permitido hacer fortuna de manera demasiado fácil, pero fue así en raras ocasiones. Las excepciones no dieron el tipo de residente. Pero, ¿cómo entender el puritanismo? Ellos mismos se vuelven contra este calificativo. Y, sin embargo, no es difícil de entender. Eran indulgentes con los demás, pero extremadamente rigurosos consigo mismos. Principios de siglo en España. Profesionales que, como acabamos de ver, tienen aún campesinos en la familia. La pulcritud y rectitud son dos de los ejes que marcan la vida de la clase media de provincias, pero, a pesar de lo que se pudiera pensar, en su gran mayoría militan en partidos de izquierda. Tolerantes, liberales, en su mayoría socialistas, herederos del despotismo ilustrado y fuertemente clasistas. Son señoritos de provincias, como en más de una ocasión se les ha definido, y, conscientes de ello, tratan de mantener una gran pulcritud ética. «En el verano acudíamos al pueblo y nos dábamos cuenta de las diferencias que nos separaban del resto de la familia», recuerda César Llamazares. Este patrón se repetía en la mayoría de ellos. Así, esta pureza se la aplicaron a sí mismos, desarrollando con los demás, a los que nunca considerarán como iguales -«sólo escogidas minorías pueden tomar sobre sí la urgentísima misión de iniciar la vuelta al buen camino perdido y de hacer de nuevo sana y fecunda la relación entre la conciencia individual y el poder del Estado»-, un espíritu de absoluta liberalidad y tolerancia. Además, hicieron de la ayuda al otro uno de los objetivos de su vida. «El único fin del conocimiento es ayudar», comenta César Llamazares. Inauguraron con ello una especie de pedantería moral que siguen conservando. Parte del testamento que Jiménez Fraud escribió en el cincuentenario de la Residencia así lo atestigua: «Estamos del lado de la verdad, estamos del lado de la persuasión, estamos del lado de la justicia y de la razón, ricas herencias de nuestras tradiciones clásica y cristiana. Hay en el hombre un elemento bueno y llamado a vencer, que aspira a la perfección: y al servicio de esa parte noble del hombre ponemos con fe nuestros esfuerzos. Y los actos de la Residencia buscaban un ideal de perfección, nunca alcanzado, pero perseguido con constancia.» En todas las conversaciones mantenidas con los residentes sale a relucir la sociedad de becas. Fueron los propios estudiantes los que la pusieron en marcha y la mantuvieron en pie. La organización se fundó con el fin de ayudar a los jóvenes universitarios con pocos recursos, y todos ellos colaboraron de manera económica en su sustento. Hubo alumnos que hicieron la carrera gracias a este «club de subvenciones». Sin embargo, todo se truncó cuando surgió una guerra «que no quiso evitarse», según lamentaba Jiménez Fraud. Poco a poco, todos fueron abandonando la Residencia. Algunos partieron al frente y otros regresaron a su casa; mientras, la Colina fue volviéndose lúgubre y sucia, hasta que, tras la guerra, volvió a abrirse, con su espíritu original travestido y con Pedro Laín Entralgo como director. El régimen franquista enterró y censuró la obra realizada por la Institución, condenando al ostracismo a la mayoría de los pupilos de don Alberto. No obstante, el germen no se pudrió y cumpliendo con una vieja promesa, éstos comenzaron a movilizarse antes de cumplirse el quincuagésimo aniversario del nacimiento del Pinar, en el año 1960. Fue el comienzo de los que se llamó la reconquista de la Residencia. El encargado de organizar la reunión de antiguos residentes fue uno de los espíritus de la Casa: José Solís. Fue en León, y en ella se reunieron un centenar de personas llegadas de toda España. «En León éramos unos 17 ó 18 residentes que realmente no podíamos dejar morir el espíritu, teníamos una responsabilidad muy grande en que la semilla que echaron en nosotros no se marchitara, y entonces fue cuando decidí ir a Oxford». La visita de José Solís a Alberto Jiménez Fraud se produjo en 1954 y fue el presidente de la Residencia el que le animó a organizar reuniones no sólo para celebrar el cincuentenario de la Casa, sino para impedir que se perdiera la unidad de pensamiento generada por la Colina de los Chopos. La Residencia exiliada Estos encuentros se realizaron después de que el grupo de México realizara una cena en la que participaron entre otros Arturo Calzada, Luis Buñuel, Luis Santullano, Marcelo Santaló, Florentino Martínez Torner, Luis Fanjul, Jesús Bal y Gay, José Moreno Villa, Anselmo Carretero, o Alfonso García Valdecasas. Los exiliados que se reunieron en torno al Colegio de México fueron los que, sin duda, mantuvieron en encendida con más intensidad la antorcha del espíritu residencial. Todos ellos hicieron de México DF un pequeño reducto en el que los valores de la calle Pinar siguieron fomentándose, para demostrar con ello que no había sido un espejismo, que la ilusión se había materializado. Fue una de las épocas culturalmente más activas de la historia del país azteca, y en este proceso colaboraron, sin ninguna duda, los exiliados. Abril de 1958 fue la fecha elegida para realizar la primera reunión, a la que asistieron alrededor de 250 residentes. La presidencia quedó vacía en recuerdo de don Alberto, y en su lugar se instaló un gran cartel con la imagen del Efebo, el aún hoy emblema de la Residencia. Sin embargo, no fue fácil conseguir el permiso para celebrar el encuentro. El régimen prohibía cualquier reunión de más de ocho personas. Finalmente, y tras las gestiones realizadas por Torbado, el arquitecto diocesano, con el gobernador civil, los alumnos de los Altos del Hipódromo celebraron la cena. A la de León siguieron las de San Sebastián, Madrid, Málaga, Palma de Mallorca y Santiago de Compostela. La de Madrid coincidió con el aniversario de la creación de la Residencia y, a pesar de todos los intentos, Jiménez Fraud exiliado en Oxford no pudo estar presente. Fue entonces cuando se le pidió que escribiera un discurso de recuerdo que finalmente se editó y distribuyó entre todos los residentes con el título de «Palabras»: «Que los residentes repartidos por el viejo y el nuevo mundo dediquen en este año de nuestro cincuentenario un especial recuerdo a aquella Colina, donde, con el pensamiento fijo en los mejores ejemplos de nuestra España quisimos volver a esa tradición crítica y razonable, moderada y tolerante que estima que solo en una atmósfera de amplia formación puede florecer la dignidad humana». La muerte de Jiménez Fraud fue una de las razones por las que el espíritu de reconquista comenzara a diluirse, y la última de estas reuniones se produjo en 1970. Sin embargo, uno de los objetivos perseguidos por los residentes se logró. Aspiraban a inocular el virus de la residencia en sus hijos: «Ahora comprenden claramente cómo los residentes sienten con fuerza mucho mayor la profundidad de lo que les une, por encima de diferencias ideológicas, nada une tanto como las conductas, y éstas fueron forjadas en los años de Residencia, nuestros años de la conquista y la esperanza, en los que para nosotros suponía mucho más la cooperación que la competición»

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