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Los secretos del optimista eterno

Su muerte a los 93 años le ha hecho regresar de la tinieblas, como un fantasma victorioso. El hombre que en sus últimos años no sabía que había sido el más poderoso de la tierra a causa del Alzheimer es un enigma. EE.UU. le ha rendido un gran h

Publicado por
ENRIQUE CLEMENTE | texto
León

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Fue «el eterno optimista para el que la botella estaba siempre medio llena», como le califica en la revista Time su amada Nancy, la última persona a la que dejó de reconocer por su terrible enfermedad. El gran comunicador, el hipnotizador de América, que vendía como nadie sus ideas. El hombre aparentemente simple que cambió su país y el mundo. La personificación del american dream , que hizo realidad el sueño de que un estadounidense de a pie, hijo de una familia con escasos recursos, podía llegar a ser presidente. El político que devolvió el prestigio a la presidencia y la confianza a los ciudadanos de un país humillado desde la derrota de Vietnam. El vencedor de la guerra fría que calificó a la URSS de «imperio del mal», pero firmó en 1987 con Gorbachov el tratado de desarme más ambicioso de la posguerra. Pero también, y contra el estereotipo reinante, era contradictorio, pragmático y aún hoy un enigma sin descifrar por los historiadores. No era tan simple, ni mucho menos el descerebrado cowboy que pintaban sus adversarios en los 80. Había una parte de su personalidad que permaneció siempre oculta tras su perenne sonrisa, su buen humor, su simpatía y sus habituales chistes. Quizá porque como confesó en su autobiografía titulada Una vida americana (Plaza y Janés, 1991) siempre tuvo la inclinación a retener algo de sí mismo, reservándolo para su interior. «Creo que esta reticencia para acercarme a la gente no me ha abandonado nunca por completo», revelaba de forma sorprendente el populista que supo ganarse a los americanos. Su mejor biógrafo, Garry Willis, dijo de él: «Es exactamente tan simple y tan misterioso como nuestros sueños y memorias colectivas». El propio Reagan desveló el secreto de su éxito: «Quizás los americanos me ven como uno de ellos» Su evolución personal y política fue contradictoria. El presidente republicano más derechista de los últimos tiempos, que protagonizó una profunda revolución conservadora en los 80, era un «demócrata de nacimiento» por parte de padre, votó por primera vez a los 21 años a su idolatrado Franklin D. Roosevelt y siguió siendo demócrata hasta los 51. La gran mayoría de sus compatriotas siempre le perdonaron sus contradicciones manifiestas entre lo que preconizaba y su vida personal. Campeón de los valores de la familia, se divorció y fue un padre escasamente atento. Poco inclinado al trabajo, fue siempre un defensor a ultranza del esfuerzo personal como vía de superación. Predicador de los buenos sentimientos, sus políticas de recortes sociales fueron un mazazo para los más desfavorecidos. Airoso del «Irangate» Incluso salió airoso de un monumental escándalo, el llamado Irangate . Pese a que clamó que nunca negociaría con terroristas permitió que se vendieran armas a un Estado considerado como tal, el Irán de Jomeini, en principio para lograr la liberación de rehenes norteamericanos en Beirut. Pero, además, el dinero sirvió para financiar a la contra nicaragüense. Mientras a Clinton sus mentiras en relación a una becaria le costaron un proceso de impeachment, el bueno de Reagan superó la crisis por la que pagaron el apto sus colaboradores. Sabía ganarse a la opinión pública. Tampoco le desacreditaron su poca atención por los detalles, que a veces bordeaba la ignorancia. Ni que brindara por el «pueblo boliviano» cuando se encontraba en Brasil. Por eso le llamaron el «presidente Teflón», al que no se le pegaba ninguna suciedad. Cuando le acusaron de leer los informes más importantes en las pausas publicitarias de televisión, respondió: «No es verdad. Yo miro la publicidad. Leo mis papeles cuando dan las noticias». Todo lo salvaba con humor. La suerte también le acompañó. El mismo día de su investidura, el 20 de enero de 1981, fueron liberados los 52 rehenes de la embajada de EE.UU. en Teherán. Algo más de dos meses después salvó la vida tras sufrir un atentado cometido por John Hinckley, que quería impresionar a la actriz Jodie Foster. Con su proverbial humor, Reagan dijo a los cirujanos que iban a operarle: «Espero que sean todos republicanos». Considerado un político de principios inmutables, fue durante sus años de gobierno un pragmático, muy influido por su fiel y casi única consejera, Nancy, la todopoderosa primera dama que se apoyaba a su vez en un astrólogo. Reagan dedicó a su segunda mujer su autobiografía de esta forma: «No puedo concebir la vida sin ella». Para comprender mejor quién fue Ronald Reagan es imprescindible remontarse en el tiempo, valerse de algunos acontecimientos que le marcaron y recordar anécdotas reveladoras. Sobre todo de los 40 años que pasó como locutor deportivo, actor y presentador de televisión, en los que forjó su facilidad para conectar con los americanos, lo que a la postre fue decisivo en su carrera. Su primer encuentro con la política fue en el Eureka College de Dixon, donde ingresó con 17 años. Resulta muy reveladora. Elegido para representar a los estudiantes, pronunció el primer discurso de su vida en apoyo a una huelga contra los recortes anunciados por la dirección. «Por primera vez sentí que mis palabras llegaban al público y que lo captaban. Fue estimulante. Cuando decía algo, rugían tras cada frase, a veces tras cada palabra, y después de un tiempo pareció que el público y yo nos habíamos convertido en uno», recuerda en su autobiografía. Fue un alumno normal, más interesado en los deportes que en sus estudios de Economía, que se costeó con becas y trabajos esporádicos, entre ellos uno de lavaplatos. Durante siete veranos trabajó como socorrista y salvó a 77 personas, una de las estadísticas de su vida de la que se sentía más orgulloso. Al terminar sus estudios lo tenía claro: «Quiero ser actor». Pero tuvo que aplazar su sueño unos años. Una emisora de Davenport, Iowa, lo contrató por cinco dólares para retransmitir un partido de fútbol. Era el inicio de una carrera de cinco años como locutor deportivo, lo que le dio mucha popularidad en el centro de Estados Unidos. Un episodio de esa etapa da luz sobre su personalidad. Un día, según cuenta en Una vida americana , su «imaginación pasó la prueba máxima». El joven Reagan retransmitía los partidos de béisbol de los equipos de Chicago desde Des Moines, sin acudir al estadio donde jugaban, mediante los cables que le pasaba un telegrafista. Durante el partido entre los Cubs de Chicago y los St. Louis Cardinals se estropeó el telégrafo y él siguió narrando el encuentro inventándose lo que sucedía en el terreno de juego. Comenzaba a forjarse el gran comunicador. «Errol Flynn de segunda» Esas dotes innatas para ganarse al público las reforzó en Hollywood, donde rodó 55 películas entre 1937 y 1954, y se convirtió, en sus propias palabras, en «el Errol Flynn de las películas de segunda». Otro aspecto poco conocido de su vida es que Reagan era «extremadamente corto de vista», según cuenta en su autobiografía. Esto le hizo ser un niño introvertido al que llamaba «cuatro ojos». Luego, en Hollywood, le obligaron a quitarse las gafas y a ser pionero en el uso de unas entonces molestísimas lentillas. El héroe americano fue declarado «inútil total» en el Ejército, lo que le impidó participar en el frente y servir en las Fuerzas Aéreas, en una unidad que rodaba películas. De ahí le quedó una fobia a los aviones, que le hizo a dudar en embarcarse en la política, porque había que viajar mucho en las campañas. Al terminar la II Guerra Mundial Reagan seguía siendo un demócrata, ardiente partidario del New Deal , que creía que el Gobierno podía resolver los problemas. Al que luego llamarían fascista lo que le preocupaba entonces era la aparición del fascismo en su país y consideraba «personas tontas y paranoicas» a quienes criticaban a los comunistas, que habían sido aliados de EE.UU. contra Hitler. En 1947 fue elegido al frente del Sindicato de Actores de Cine, puesto que ocupó hasta el 52. Es es el único presidente que ha dirigido un sindicato. Su frenética actividad le costó su matrimonio con la actriz Jane Wyman. Reagan cambió por completo. No sólo cooperó en la purga de sospechosos de ser comunistas, sino también fue informador del FBI. Creía que Stalin deseaba apoderarse de Hollywood como instrumento de su propaganda. «Fueron años en que se me abrieron los ojos», relató en su autobiografía. «Ahora sabía por experiencia de primera mano que los comunistas utilizaban la mentira, el engaño, la violencia y cualquier otra táctica que les viniese bien para procurar el expansionismo soviético», escribe. Y concluye: «Yo sabía por experiencia de combate, cuerpo a cuerpo, que para EE.UU. no había amenaza más malvada e insidiosa que el comunismo». Anticomunista visceral Precisamente fue su fama como martillo de los comunsitas la que le hizo conocer a su segunda esposa. La Metro Goldwin Mayer le llamó como experto en «infiltraciones comunistas» para que investigara a la joven actriz Nancy Davis, cuyo nombre aparecía en una lista. Resultó una falsa alarma y el episodio terminó en boda en 1952. Las convicciones ultras de su suegro, un neurocirujano de Chicago, al que estaba muy unido, le radicalizaron. Una etapa muy importante fueron sus años como presentador de la emisión televisiva de la General Electric. Ocho años (1954-62) en los que dominó los índices de audiencia de los domingos por la noche. Allí ejercitó su fluido y convincente verbo, haciendo apología de la libre empresa y el individualismo y lanzando sus dardos contra el «Gobierno vampiro» y sus descomunales impuestos. La experiencia acumulada fue impresionante: visitó cada una de las 139 plantas de la compañía, vio a sus 250.000 empleados y pasó 4.000 horas hablando con ellos. En ese tiempo afianzó el tono confidencial y el aire de sinceridad de su discurso y captó lo lo que quería y pensaba la gente corriente.

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