Cerrar

Viaje al país de los hobbits

Hay un lugar en el reverso del Reino de León en el que los bosques no paran de crecer. Ese punto se llama Aotearoa (la tierra de la gran nube blanca), el nombre que dieron los maoríes a Nueva Zelanda, el país que prestó sus paisajes a Peter Jac

Publicado por
MARÍA CEDRÓN | texto y fotos
León

Creado:

Actualizado:

La trilogía que ha llevado al cine el libro de Tolkien, El señor de los anillos, ha hecho que Nueva Zelanda dé la vuelta al mundo. Incluso los propios kiwis, (apodo de los habitantes de ese país del Pacífico sur perteneciente a la Commonwealth) han sabido sacar partido a la promoción gratuita que le ha hecho Hollywood para atraer a turistas del Continente europeo. Pero Nueva Zelanda, el estado más virgen del planeta (el 30% de su superficie es área natural protegida) después de la Antártida y el Polo Norte, es mucho más que el escenario de una gran superproducción cinematográfica. En una extensión semejante a la de Italia pueden encontrarse bosques de kauri, geysers que emergen de lagos de colores con el agua a ochenta grados surgidos en áreas geotermales únicas, volcanes en erupción como el Tongariro o el Whakarri, extensas playas de arena negra, enormes montañas nevadas que forman los Alpes del Sur, glaciares por los que caminar, ballenas esperma (las más grandes del mundo), albatros, focas y pingüinos de ojo amarillo, los más insospechados deportes de riesgo -es la tierra del puenting (bungy jumping) y de la caída libre (sky dive)- o los impresionantes fiordos de Milford y Doubtful Sound, calificados por el explorador Rudyard Kipling como la octava maravilla del mundo. Todo ello y muchos más, aderezado por el misticismo de la cultura maorí, un pueblo que arribó a estas islas desde algún lugar del inmenso océano Pacífico, es lo que puede encontrarse durante una ruta por las dos principales islas de Aotearoa, como la bautizaron los maoríes. Una de las primeras sensaciones que uno tiene al llegar a Nueva Zelanda es un sentimiento de estar muy lejos y muy cerca. Pese a localizarse a más de 19.000 kilómetros de distancia de Europa y a tan sólo un paso de Indonesia, esta ex colonia británica (algo que se respira en el ambiente, sobre todo en Chritschurc -dicen que es la ciudad más inglesa fuera de Inglaterra- es un estado totalmente occidentalizado en el que la influencia asiática es cada vez más patente, sobre todo en capitales como Auckland, en la isla norte. Aunque nadie te reciba con collares de flores, basta con aterrizar en el aeropuerto de ésta última, conocida como city of sails (ciudad de las velas) por el espectáculo que ofrece su bahía llena de veleros y una de las grandes paradas de la Copa América, para saber que se ha llegado al Pacífico Sur. Es el sol el que te lo muestra. El astro rey se empeña ahí en dar más luz de lo normal para luego, al atardecer, jugar a fotografiar las montañas sobre las cristalinas aguas de los lagos. Pero ése es sólo el primero de los muchos misterios que encierra la tierra de la gran nube blanca. El Gobierno del país, cuya primer ministro es Jenny Shipley, protege hasta el más pequeño arbusto o el más diminuto insecto que pueda poblar sus tierras. Saben que cualquier especie foránea que cruce sus fronteras puede alterar todo su ecosistema. Ya pasó con un pequeño roedor endógeno de Australia que se instaló en la isla del sur, contribuyendo a dibujar un escenario de árboles en cuyas cúpulas no crecen las hojas debido a que éstas son devoradas por el pequeño animalillo. Es la imagen que ofrece el lago Brunner, escoltado por las siluetas de decenas de árboles sin ramas. Por eso, antes de cruzar la aduana, las autorizadades neozelandesas comprueban todos los países que ha recorrido el visitante en los últimos meses (llegan a contrastar los billetes de avión con los sellos del pasaporte y les cuesta entender que para ir de un país a otro de la UE no se necesita una estampa). Incluso limpian las suelas de los zapatos del que llega si comprueban que éstas tienen el más mínimo rastro de tierra ajena. Economía La principal economía de Nueva Zelanda es la agricultura y la ganadería (hay una proporción de veinte ovejas por habitante), seguida ahora muy de cerca por la industria maderera y el turismo que llega en masa atraído por su la virginidad de sus paisajes. Por eso, tras recibir el Kia ora (bienvenidos en maorí), ver la sky tower y saborear el animado ambiente nocturno de Auckland, ciudad a la que aterrizan la mayoría de los vuelos internacionales que llegan al país, es necesario poner rumbo al sur. El camino es sencillo porque si hay algo fácil en Nueva Zelanda es viajar. Sólo se necesita tiempo porque, tanto en autobús como en tren, suele haber únicamente una frecuencia diaria para desplazarse de un lugar a otro. Y es que para recorrer las sugerentes carreteras neozelandesas lo mejor es alquilar un coche. El único problema es que conducen al revés. La magia del país comienza a apreciarse en las cuevas de Waitomo, en la isla del norte. Pequeñas larvas luminosas cubren las paredes de estas grutas de piedra caliza por las que se puede navegar en barca con la única luz que producen estos insectos. Es como ver el cielo inundado de estrellas en una noche de verano, un espectáculo casi tan impresionante como toparse de repente con la Vía Láctea bordeando la cima del Monte Cook, el pico más alto de Nueva Zelanda, ubicado en la costa oeste de la isla del sur. En un país que nació del dolor de estómago de un volcán, es necesario parar en Rotorua, una pequeña ciudad del norte en la que siempre huele a azufre. Cerca de ella están las aguas sagradas de Wai-O-Tapu. Lagos de colores formados por aguas que burbujean a 80 grados de temperatura, cientos de cráteres volcánicos que revuelven la tierra, el lady Knox, un geyser que eructa todos los días a las 10.15 horas de la mañana¿ La vista es tan sublime que oculta el desagradable olor que surge de las entrañas de la tierra en ebullición. La imagen de la piscina champán o de la tierra hirviendo se mezclan durante el viaje hacia Wellington, la capital, con las verdes praderas separadas únicamente por grandes lagos y salpicadas de ovejas y ciervos (hay muchas granjas de ciervos y venados en Nueva Zelanda). Las terrazas de Wellington son una buena excusa para tomar algo, pero la capital importa sobre todo porque es el punto desde el que se puede tomar el ferry para cruzar a la maravillosa isla del sur. El camino en barco por los fiordos de Malrlborought, la mayor zona vitivinícola del país, es impresionante. Y aún lo es más cuando en la travesía, que dura unas tres horas, se cruza una ballena esperma que saluda a los tripulantes en su largo periplo desde la Antártida hasta Canadá. Pero el lugar perfecto para ver a esos grandes gigantes marinos es Kaikoura, un pequeño pueblo marinero lleno de langostas, focas, delfines héctor y amantes de los cetáceos. Por eso, la villa ha convertido el avistamiento de ballenas, los baños con las focas y las granjas de ovejas y lavanda en su principal industria. Ver una ballena a cuarenta metros de distancia, cuando además ella juega en casa es impresionante. Casi tanto como la ruta que realiza el tren transalpino desde Christchurch hasta Greymonuth. El ferrocarril, además de adentrase en las entrañas del parque nacional del Arthur¿s Pass, realiza en poco más de dos horas un recorrido por los distintos climas de Nueva Zelanda. Es el enlace perfecto para llegar hasta los Alpes del Sur. Aunque el recorrido en tren termina en Greymouth, los viajeros del Transalpino acaban la ruta en los glaciares, en el Franz Josef o en el Fox. Muy cerca de éste último está el lago Mathesson, en cuyas aguas, al amanecer y al atardecer, se reflejan los montes Cook y Tasmania. Ahí puede verse en un solo golpe de vista el mar de Tasmania, las montañas nevadas de los alpes del sur y los lagos rodeados de bosques. Un poco más al sur, cerca de Fiordland, está Queenstown. Es la ciudad más activa y joven de Nueva Zelanda. Todo es posible en ella. La gente abraza el miedo y lo vence. Los deportes de riesgo (desde el puenting, hasta la caída libre, los viajes en motora por los cañones de los ríos, el parapente) son tan comunes como comer. Todo es adrenalina en estado puro. Y luego para descansar, basta con los fiordos de Milford Sound, una de las maravillas del mundo. Pero todo esto es sólo el principio de un gran país. Kia ora.

Cargando contenidos...