Diario de León

Rolls Royce, cien años para un mito

Desde «el precio se olvida, la calidad permanece» hasta «¿potencia?, la suficiente» innumerables han sido las frases que, sin llegar a conseguirlo del todo, han intentado explicar la magia, devenida en mito, de una de las marcas legendarias en

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Javier Fernández
León

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Charles Rolls y Henry Royce, hijo de aristócratas y educado en Eton uno, vendedor de periódicos, empleado de Correos e ingeniero el otro, cruzarían sus destinos en mayo de 1904, en el comedor del Hotel Moidland de Manchester. No necesitarían de una segunda reunión. Rolls y Royce, las dos «RR» más famosas del mundo, comenzarían así una de las más fructíferas relaciones que haya conocido la industria del motor. Aunque la leyenda inglesa, nacida en los albores del siglo XX, haya acabado necesitando de la inyección económica de los alemanes de BMW para sobrevivir, la magia de las dos «RR» no sólo ha superado la memoria de sus fundadores, también las barreras de la mitología automovilística. Y ello, o quizá por ello, con una producción prácticamente artesanal de unos vehículos que, con un siglo de vida a sus espaldas, no contabilizan más allá de las 88.265 unidades en el global de su haber productivo. Como en todas las historias de pioneros, también en la de «RR» hay cosas que, cuando menos, chocan : los primeros Rolls Royce fueron diesel, un pequeño motor vertical de dos cilindros y 10 caballos, que cubicaba 1,8 litros y cuya cilindrada subiría posteriormente hasta los dos litros. A partir de ahí y desde su primera aparición en público, en el Salón del Automóvil de París de 1904, Rolls Royce dejó patente cual iba a ser su premisa a lo largo de la historia: la calidad, el amor al trabajo bien hecho y un significativo aporte de la artesanía a una industria que, incipiente aún, ya mostraba en sus albores una evidente competitividad -por mucho que el término casi ni estuviera «inventado» entonces- en lo que a cifras de producción y ventas concierne. Ya entonces sus artífices proclamaban a los cuatro vientos que sus coches serían siempre especiales. La filosofía de distinguirse del resto fue marcada por Claude Jonson, conocido como el «guionista» de la Rolls Royce, quien se atrevería a lanzar un agresivo slogan para dar a conocer en 1906 el modelo 40/50: «El seis cilindros de Rolls Royce, no es uno de los mejores coches del mundo, sino el mejor del mundo». Aseveración, devenida en máxima, que, con el tiempo, ha podido aplicarse a todos y cada uno de los productos de la firma, hasta el punto de que basta la mención el mejor coche del mundo para, en opinión de su fabricante, saber que se habla, simplemente, de un Rolls Royce. No deja de resultar curioso comprobar, una vez más y como tantas en la historia del automóvil, cómo muchos de sus grandes hitos son producto, casi exclusivamente, de la casualidad. Dos hombres radicalmente distintos, tuvieron un punto en común: su pasión por el automóvil, que acabó por sellar la leyenda automovilística de las «RR». Lujo, artesanía, confort y tecnología resultan ser términos que, en el «lenguaje» automovilístico, llevan indefectiblemente a pensar en la casa británica, hoy en manos de los germanos de BMW. Tanto da que se trate de aquel pionero 10hp, como del recién llegado Phantom, sugestiva denominación que se recupera en estos primeros compases del XXI.

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