Diario de León

La Habana, una ciudad «social surrealista»

Por más cosas que a uno le cuenten de La Habana, y más que uno lea y aun vea esta ciudad a través del cine y/o la televisión, no hay nada mejor que visitarla, recorrerla, adentrarse en sus casas y vericuetos, pasear por sus calles, conversar c

CUENYA

CUENYA

Publicado por
MANUEL CUENYA | texto
León

Creado:

Actualizado:

A los habaneros, que son gentes comunicativas y cálidas, les encanta hablar con los extranjeros. Tampoco faltan los tipos que se te acercan para enjaretarte puros, llevarte a casas de comida o paladares -pues ellos tienen su comisión-, venderte alguna botella de ron, sugerirte que te subas en su taxi, que puede ser un viejo Chevrolet o un Cadillac, quizá un Lada escacharrado, que te montes en su coco-taxi, que es como una nuez de color amarillo enganchada a una moto, o bien tomes una bici-taxi, depende de los casos y las personas. Una bici es un bien preciado. Y una moto con sidecar es un lujo. El asunto es conseguir algunos dólares de los turistas. «Hay que inventarse los dólares. Vivimos en un sitio en el que cobramos en pesos y pagamos en fulas», dice José Ángel, que tiene un taxi particular. Proliferan los comercios en dólares, como primera entrada neta de divisas del país, por delante incluso del turismo. En estas tiendas se puede comprar cualquier producto, siempre que tengas dólares o cabezones , que de este modo les llamaba un camarero del Hotel St. John's. Los habaneros siempre están dispuestos a entablar conversación con los visitantes porque, como bien dicen, «sólo de este modo podemos hacer turismo, turismo imaginario». No olvidemos que necesitan dólares para subsistir, habida cuenta de que su cartilla de racionamiento se agota en pocos días. Conviene matizar que los habaneros no sólo se dirigen al turista por su dinero sino que les gusta conversar y conocer que está ocurriendo en otros países. Nada más poner los pies en las calles de Habana te das cuenta de que hay policías por todas las aceras y esquinas. Y a la entrada de los hoteles están los custodios , que dicen velar por tu seguridad, y están dispuestos a hacer la vista gorda por 15 o 20 dólares, a sabiendas de que la entrada a las habitaciones de los hoteles está prohibida a los cubanos, si alguien tiene la intención de invitar a una nativa o nativo a su cuarto. No obstante, como en cualquier ciudad grande, uno siempre debe andar con precaución.»En Cuba hay once millones de habitantes, seis de civiles y cinco de maderos», dice Lázaro, un chaval de unos 18 años, que vive en Centro Habana. Me cuenta que Maradona estuvo desintoxicándose en el Hospital de Ameijeiras, ubicado en el mismo centro. Su mamá, que trabaja como psicóloga en el departamento Antidroga, lo atendió. Que un cubano converse con un extranjero podría considerarse delito, es delito, según Alicia, una especialista del Departamento de Documentación de la Cinemateca. Pero el que más y el que menos se acerca al foráneo para largarse una parrafada, que casi siempre resulta instructiva. «Debido a la legalización de los dólares en Cuba a partir del 93, siento que el cubano se ha pervertido -añade Alicia-. Estamos dando mala imagen. Sin embargo, yo soy una romántica y no quiero irme de este país, aunque pudiera hacerlo». «Afortunadamente, el cubano pasa por el prisma del choteo cualquier mal. Se burla de sí mismo». «El cubano vive al día. No hace planes de futuro. Vivimos en el surrealismo». Alicia se dedica, como buena profesional, a su trabajo, y me cuenta cómo fueron los orígenes del cine cubano. Y me cita la única película muda, silente dice ella, que se conserva completa en la Cinemateca de La Habana. Es una película de Ramón Peón, La virgen de la caridad , considerada como antecedente del neorrealismo italiano. También me habla del nuevo cine cubano que nace con la Revolución en 1959. Y acaba recomendándome una película conmovedora, Suite Habana , del director Fernando Pérez, el nuevo Gutiérrez Alea. «Suite Habana, con inspiración en la película alemana Berlín, sinfonía de una ciudad , cuenta la vida de algunas personas desde que se levantan hasta que se acuestan. Es la realidad cubana. Esta película me hizo llorar. Su banda sonora, de Ediseo Alejandro, es maravillosa. Tienes que verla». Alicia, en un tono bien afectuoso, me presenta a Lola Calviño, subdirectora de la Cinemateca y mujer de Julio García Espinosa. «Los países que nos rodean no están mejor que nosotros. Hay mucha inseguridad, delincuencia y muertes por asesinato o por hambre, algo que no ocurre en nuestro país», asegura Lola. Julio García Espinosa es el director de la EICTV (Escuela Internacional de Cine y Televisión). También conocida como Escuela de Tres Mundos. Es una de las escuelas más prestigiosas del mundo y pionera de otras en Hispanoamérica, según su coordinadora académica, María Julia Grillo. La EICTV está situada en San Antonio de Los Baños, en la vieja finca de San Tranquilino, a 40 kilómetros de La Habana. «Era una antigua Escuela de campo, en la que estudié la secundaria», me dice Mario, el taxista que me acerca a ella. Entre los fundadores de esta Escuela están Gutiérrez Alea (Titón), Fernando Birri, García Márquez y el propio Julio García Espinosa. Todos ellos estudiaron en el Centro Experimental de Cine de Roma. Luego la escuela es en cierto modo fruto del neorrealismo italiano, y sobre todo del maestro Zavattini. Es la única escuela de cine que ha recibido el premio Rossellini en el Festival de Cannes de 1993. Por esta escuela han pasado desde Mike Figgis, con quien coincidí en mi vista, hasta llegar a los grandes como Coppola, Ettore Scola, Spielberg, algunos de los cuales han dejado incluso sus firmas y dibujos estampados en un aula. «Esta escuela pretende ser un monasterio del cine», me dice Roberto con gracia. Roberto es asistente de Relaciones Internacionales. Allí conviven estudiantes de diferentes nacionalidades, recibiendo una formación intensiva de elevada calidad artística y técnica. La Habana es la ciudad en la que predomina el «no estilo arquitectónico», según Óscar Ruiz de la Tejera, un arquitecto que trabaja en la Cinemateca y que, entre otras labores, participara en la fundación del ICAIC (Instituto Cubano del Arte y la Industria cinematográficos) así como en la creación de la EICTV. «En realidad, lo que predomina es el estilo neoclásico y el art déco en el barrio del Vedado. O bien la mezcla de ambos estilos». Óscar es amigo de García Márquez y hermano de un afamado humorista, Carlos. Las mansiones y palacios coloniales del Vedado, en tiempos lujosos, son hoy casas derruidas, algunas irrecuperables, adulteradas otras, y muchas a punto de desplomarse. No obstante, hay avenidas como la de los Presidentes que aún muestra su esplendor. Los nuevos ricos socialistas se han ido desplazando del Vedado al barrio de Miramar, que es donde se ubican los hoteles y restaurantes más lujosos de La Habana. Un recorrido por el Vedado, en compañía de Óscar, me ayuda a conocer, entre otros, el parque en el que está una estatua de John Lennon y la Necrópolis de Colón, que es un cementerio sorprendente por su urbanización y sus panteones, singulares obras arquitectónicas. Este cementerio presenta un aspecto incluso más alegre que la mayor parte de calles de Centro Habana. Centro Habana es como un lugar arrasado por un incendio. Portales sombríos, escaleras interiores destartaladas, escasa iluminación en las noches. «La Habana es como un arbolito de Navidad», me dice un oriundo. El sentido del humor es lo que salva a los habaneros de la situación actual. El esplendor de principios del siglo XX ha quedado relegado hoy a miseria. Las viviendas están apuntaladas. Llevan años sin restaurar. El barrio chino de Centro Habana es impresionante. Sin embargo, los extranjeros siguen disfrutando de buenos servicios en hoteles y restaurantes. Y no tienen que hacer largas colas de espera para conseguir en pesos cubanos un «bacadito», un trozo de pizza o bien esperar el autobús urbano, la guagua o el camello . Los turistas siguen saboreando los helados del Coppelia en La Rampa del Vedado, y comiendo langosta grillé en el restaurante Los Nardos (antigua sede de la Sociedad Juventud Asturiana), frente al Capitolio, en el Paseo del Prado de La Habana Vieja. La Habana es una locura que sólo puede vivirse en dólares o pesos convertibles. Es también la ciudad de los locales de jazz latino -recomendamos La Zorra y el Cuervo en La Rampa- y los cabarets míticos. Cómo resistirse al encanto de sus gentes. Perfume habanero de paraíso o infierno cotidiano, según uno sea víctima o simple visitante. La visión que me dan Yusleidi y Guillermo de su ciudad, La Habana, y aun de su país, es espeluznante. Al principio, sienten como miedo a entrar de lleno en los entresijos de la realidad cubana. Después, a medida que transcurre la conversación, se van soltando la greña como si para ellos fuera una catarsis. «La Habana es como una máscara de teatro griego», afirma Guillermo. «Tendremos que esperar dos generaciones más para recuperar el tiempo perdido. Se están destruyendo las esperanzas, los sueños íntimos en aras de un ideal común». Guillermo dice sentirse como un mono de circo ante los turistas, esos turistas que sólo vienen a disfrutar del sexo fácil y hacer cosas que no pueden hacer en sus países. La capital, según él, ha perdido su carácter cosmopolita para regresar al estado de villa que tuviera en siglo XVII. «Es una ciudad dormida en el tiempo. Hay constantes e intencionados cortes de luz. El agua escasea. Las ruinas de La Habana también pueden ser bellas, pero para quien las habita, como nosotros, tienen un sabor amargo. La mayoría colinda con la marginalidad». «Cada día somos peores como personas -dice Yusleidi-. El medio se está degradando. Está saliendo lo peor de nosotros mismos. Todo se va llenando de suciedad. Hay un deterioro progresivo al que nos vamos habituando». La enseñanza no es como la pintan, según ella, no te enseñan a pensar. La llamada enseñanza integral general, que se ha puesto en marcha, no funciona, porque un profesor tiene que impartir diversas materias, en las cuales no puede ser especialista. Y en cuanto a los hospitales, necesitas recomendaciones para que te atiendan bien, además de darles obsequios a los médicos. «Fidel -asegura Guillermo- es un macabro inteligente, que confía en la capacidad de aguante infinito de los cubanos y en su carácter de carnero». Hay un momento, en el transcurso de la conversación, que me quedo de piedra. Y es cuando Guillermo me explica que los medios de comunicación han alimentado tanto el miedo íntimo, que uno nunca sabe con quien está hablando, aunque sea un compañero, vecino o familiar. «Es el absurdo. Los chivatos, pertenecientes al CDR (Comité de Defensa de la Revolución), podrían delatarte por contrarrevolucionario. Y acabarías, cuando menos, en la cárcel». «A veces te preguntan quién es tu papá -señala Guillermo- y la gente responde que Fidel. Hay como un sentimiento de orfandad condicionado por los medios. El sistema de Fidel funciona con chivos expiatorios para atemorizar a la población. Hace algún tiempo aparecía una foto de Fidel, con el bigote de Hitler, en el periódico Granma , y se montó un escándalo». «Los periódicos existentes, Granma, Juventud Rebelde y Tribuna , son todos iguales, están al servicio del poder, y los periodistas que trabajan para ellos son unos prostituidos», según él. El internet está restringido y resulta muy caro abrir una cuenta de correo electrónico, que siempre estará bajo control estatal. La mayoría de las páginas web no pueden consultarse. Las conversaciones telefónicas a Europa cuestan unos 4 dólares el minuto, y el móvil parece no activarse. Salvo en contados puestos de libros de la Plaza de Armas, no se encuentran los de escritores como Reinaldo Arenas, Zoé Valdés, Cabrera Infante o Pedro Juan Gutiérrez... En cambio, uno puede encontrar hasta la poesía de Julio Llamazares o libros de Luis Mateo Díez en La moderna poesía , una elegante librería situada en Obispo, que es una de las calles más turísticas de La Habana Vieja. La Habana, a pesar de la situación que vive, es una ciudad de la que uno llega a enamorarse como loco. La palabra locura se utiliza a menudo. Es como una palabra fetiche, que describe el ambiente. «La Habana, con playa, sería la ciudad más hermosa del mundo», dice Mario, un sociólogo español que está locamente enamorado de La Habana. «Lástima que descubriera esta ciudad hace tan sólo siete años». Mario es casi un habanero, hospitalario y simpático, que te ayuda a redescubrir la capital cubana. Él y su amigo cubano Orlando han realizado algunas investigaciones interesantes acerca de las «escuelas de campo», que convendría salieran a la luz. Orlando, alias Sammy, es un ingeniero mecánico que ahora se dedica a comprar y vender libros en la Plaza de Armas -la más antigua de la ciudad-, porque además de un trabajo bonito, le permite embolsar un dinero. Orlando, que está jubilado, emplea algunas horas de su tiempo en vender libros a los extranjeros ávidos de lecturas cubanas. Y el resto lo dedica a conversar con los viajeros. Habla varios idiomas, entre otros, el ruso y el húngaro porque vivió en esos países. También trabajó para una empresa francesa. Puede que La Habana no sea una ciudad muy bonita, sobre todo después del desmoronamiento que sufre, mas está llena de encantos, y sus encantos residen más que nada en sus gentes, que como Orlando, nos hacen sentir a gusto en esta tierra hermana. «Esta gente maneja la inteligencia emocional como nadie», dice Mario. Se nota enseguida que es una gente sin prejuicios, enternecedora, capaz de darte aquello que no tiene. Tampoco los habaneros tienen ningún prejuicio a la hora de decirte cuánto ganan al mes. Sólo tienes que entregarte a ellos, que te recibirán con los brazos abiertos. A uno le acaba dando una vuelta la cabeza cuando visita esta ciudad y descubre una sociedad, que a pesar de vivir bajo un régimen opresor, todavía puede mostrar su lado más acogedor y cariñoso. En el fondo, los habaneros se nos muestran más sanos que los occidentales bajo el peso milenario de una religión castrante. El ateísmo revolucionario quizá haya dado sus buenos frutos. Por desgracia, las hordas de turistas salvajes comienzan a invadir La Habana. El turismo masivo ya está dejando secuelas en la población cubana. El turista es el rey de la salsa. Ni siquiera los polis le llaman la atención por más burradas que éste haga. Algunos habaneros, y sobre todo habaneras, están un poco hartos del comportamiento de algunos turistas que sólo buscan sexo fácil. Es típica la estampa del turista con el puro en una mano, el mojito en la otra, intentando chulear a la jinetera de turno, que en muchas ocasiones es un jovencita hermosa, necesitada de pasta. «Los españoles y los italianos, por lo general, creen que todas las mujeres somos iguales, y que nos vendemos por veinte o treinta dólares», dice Evelyn, una chica despierta y amable, que trabaja en un centro cultural. «Si me gusta un hombre puedo irme con él, no importa que sea cubano, francés o español». «A los turistas les gustan las mulatonas con los fondillos o las bembas enormes. Esas mujeres de trenzas y pelos pegaos». Se ha perdido la dignidad cubana, según Evelyn. «No entiendo cómo hay mujeres que se venden por unos dólares, cuando en este país todo el mundo ha tenido oportunidad de estudiar y trabajar con dignidad». «Si fuera una cantidad elevada, que te permitiera vivir el resto de tu vida, podrías incluso degradarte por un momento», añade con humor Indira. «Da pena ver cómo algunas profesionales, entre otras médicas, psicólogas, arquitectas se dedican a «jinetear» en la Marina Hemingway». La Marina Hemingway es un complejo de turismo lujoso alejado del centro de la ciudad. Parece que el espíritu de Hemingway impregnara La Habana. «Lo habitual es que las jineteras provengan de familias desestructuradas, con un papá alcohólico o bien una madre enferma. Y en su mayoría proceden del campo, donde las condiciones de vida son aún más difíciles que en la ciudad. Suelen ser muchachas poco o nada instruidas», añade Indira. Evelyn e Indiria, aunque confiesan que sus salarios son bajos -en torno a 12 y 8 dólares mensuales cada una-, están satisfechas de vivir en La Habana. Ambas son licenciadas universitarias. Ante la pregunta inevitable de cómo logran subsistir con esos salarios, que en realidad son no salarios , responden que consiguen dinero extra por otos cauces. Por ejemplo, el papá de Indira vive en Miami, y le envía dinero. Y Evelyn se dedica a coser y revender algunas cosas. Uno, por más vueltas que le dé a la cabeza, no acaba de entender cómo logran sobrevivir estas personas. Habría que hacer un ensayo sobre el término conseguir , según Alicia. Al parecer los cubanos no conseguirían subsistir sin el mercado negro.

tracking