Diario de León

Los «niños-topo» ecuatorianos salen de los oscuros túneles

Cerca de cuatro mil niños ecuatorianos, conocidos aquí coloquialmente como los «niños-topo», arriesgan diariamente sus vidas en una actividad que quema las energías necesarias para su desarrollo y que al final de la jornada apenas les reporta e

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JUAN ANTONIO DE LUCAS | texto
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La minería subterránea acarrea a los niños y adolescentes secuelas como malformaciones óseas por el pesado trabajo y enfermedades pulmonares y cerebrales por el contacto con productos químicos. Este es el caso de unos cincuenta niños del campamento minero de Bella Rica, a 400 kilómetros al suroeste de Quito, que aún permanecen atados a esta forma de moderna esclavitud y que son el residuo de un programa que ha logrado sacar del fondo de los túneles a 220 de sus compañeros. Aunque es un asunto que se comenta por encima y deprisa porque no existen cifras oficiales, el nivel de suicidios es alto entre los pobladores de estos asentamientos, que llegaron con la ilusión de enriquecerse de la noche a la mañana y ven pasar los años sometidos a un trabajo implacable y sin mayores perspectivas de desarrollo. Además, el uso de dinamita para abrirse camino en busca de las vetas genera frecuentes accidentes en su manipulación, debilita las estructuras de las galerías, que se ven sometidas a constantes peligros de derrumbe, y causa daños permanentes en el aparato auditivo de los mineros. Bella Rica, un asentamiento humano estable de casi 3.000 personas alrededor de un campamento minero, protagoniza desde hace tres años una experiencia encaminada a erradicar el trabajo infantil en la minería en este país andino. «¡Encontré la veta!» es el grito que todos quieren dar en Bella Rica porque significa salir de golpe de la pobreza, pero lo cierto es que son casos infrecuentes y que la inmensa mayoría de sus pobladores practican una minería de subsistencia. Fernando Vélez, gerente de la cooperativa, explicó que lo normal es que una familia consiga unos 20 gramos de oro al mes, que al precio internacional actual de 10 dólares el gramo les reporta unos ingresos de 200 dólares, apenas lo justo para sobrevivir. Para lograrlo habrán tenido que sacar de los túneles varias toneladas de piedras y acarrear una parte de ellas hasta los molinos, ya que los yacimientos ofrecen un rendimiento de 6 a 9 gramos por tonelada y muchas piedras son rechazadas a simple vista. En ese momento es cuando hacen acto de presencia «los más pobres entre los pobres», los llamados «jancheros», que rebuscan entre los cerros de piedras descartadas aquellas que todavía puedan tener algún mínimo resto del preciado metal, para luego cargarlas en sacos a sus espaldas. El responsable nacional de programación de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT), Bladimir Chicaiza, indicó que «de los cerca de 270 niños que en 2001 trabajaban en Bella Rica en la búsqueda de oro, actualmente quedan unos 50, y ello debido a que sus padres se niegan rotundamente a que lo abandonen». Puntualizó que «aunque existe una cooperativa, las concesiones son privadas y de muy diversas dimensiones, de tal manera que del total de 50 propiedades sobre 1.400 hectáreas, algunas son grandes y disponen de instalaciones completas de procesamiento, por lo cual ofrecen empleos». «Pero hay casos -agregó- en que el túnel minero comienza a pocos metros de la casa, o incluso debajo de la misma, y los métodos de extracción del mineral, a cargo tan sólo de los mismos miembros de la familia, son bastante precarios y artesanales, viéndose obligados a llevar el mineral al molino de la cooperativa para procesarlo». Según Alexandra Bonilla, responsable de movilización del programa ecuatoriano Muchacho Trabajador, «en esos sectores hemos encontrado las mayores resistencias, pues los padres argumentan que no pueden dejar que sus hijos vayan a la escuela porque necesitan su aportación laboral para poder subsistir». «El principal avance -indicó Bonilla- fue conseguir que los padres admitan el derecho de los hijos a escolarizarse, y los niños han cambiado también, pues recuerdo que al principio, cuando les preguntábamos sobre sus derechos, nos decían muchos que tenían el derecho a obedecer y a recibir castigos de sus padres cuando les disgustaban». Como ocurre con todas las profesiones de alto riesgo, las supersticiones están muy arraigadas también entre los mineros, que consideran que «el oro es celoso» y por ello no permiten la entrada a las galerías de las mujeres o de los extraños. El Convenio 182 de Ginebra de 1997 determinó cuáles son las perores formas del trabajo infantil, y el Acuerdo 138 de la OIT estableció en 15 años la edad mínima para trabajar. Ecuador, al igual que la mayor parte de los países latinoamericanos, tendrá que cumplir dichos convenios internacionales para poder firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que se negocia desde hace meses. Bella Rica, situada a unos 400 kilómetros al suroeste de Quito y a veinte kilómetros de las aguas del Océano Pacífico, pero también a 1.200 metros de altitud, mostró por casualidad sus venas de oro hace veinte años, cuando las pusieron al descubierto las lluvias torrenciales causadas por el fenómeno de «El Niño». Inmediatamente se desató la fiebre del oro y llegaron personas de todo el país, pero ahora -según dijo el presidente de la cooperativa, John Pástor- se calcula que quedan diez años de explotación con los actuales recursos tecnológicos. Para entonces, los yacimientos pasarán a alguna poderosa empresa minera con moderna tecnología o se convertirá Bella Rica en uno más de los muchos pueblos fantasma creados por la quimera del oro. Pero antes de que eso ocurra sus niños sabrán por lo menos leer y escribir, y algunos de ellos tendrán oficios gracias a las escuelas de capacitación, entre ellas una de orfebrería.

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