Diario de León

El secreto de la Plaza Vieja

En 1654 un incendio destruye parte de la Plaza Vieja y propicia la construcción de la Plaza Mayor actual. La fecha exacta era un misterio escudriñado por investigadores y ocultado en los archivos de la época. Hasta hoy.

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MARÍA JESÚS MUÑIZ | texto
León

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A mediados del siglo XVII la Plaza Vieja era heredera de un mercado medieval que en buena parte había tenido que buscarse nueva ubicación, porque el asentamiento inicial era pequeño, irregular y de difícil acceso. Sufría la competencia de la Plaza de Regla, donde el clero mangoneaba comerciantes y espectáculos en conflicto permanente con el Ayuntamiento. Y padecía de envidia por las plazas mayores que surgían espléndidas en las ciudades castellanas para convertirse en centro de la vida y las actividades de las urbes. En 1654 un incendio, de los muchos que asolaban aquellas casuchas de madera y barro, destruyó parte del caserío y permitió iniciar una obra largamente deseada: la Plaza Nueva, o Plaza Mayor, más grande, más regular, con el edificio de la Casa de Poridad y una estructura capaz de atender a todas las necesidades de la ciudad. Los archivos guardan documentos sobre la compra de algunos de los solares devastados por aquel incendio, la construcción de la nueva plaza, las autorizaciones,... Pero han borrado toda pista sobre la fecha exacta de aquel siniestro, con objetivos que no hacen sino alimentar la teoría de una destrucción planificada y provocada. La casualidad se alió recientemente con el doctor José Fernández Arienza, incansable buceador en legajos en busca de datos que le permitan seguir la reconstrucción de la historia de la medicina leonesa. «El que haya encontrado la fecha no tiene ningún mérito, es sólo fruto del azar», repite Fernández Arienza, quien destaca la cuidadosa ocultación del dato en los Libros de Actas del Ayuntamiento. El doctor alava el trabajo de investigadoras como Dolores Campos Sánchez-Bordona o María Luisa Pereiras, que han estudiado e interpretado la construcción de este importante espacio urbano, y que no lograron dar con la fecha. Él la encontró en un protocolo notarial del Archivo Histórico Provincial, datado el 16 de febrero de 1654, que recoge la primera indemnización firmada para los perjudicados por el incendio. Diez días después del siniestro, «que sucedió a los seis de febrero que paso deste presente año en la plaça de San Martín...», dice el legajo. Un tropiezo casual con un dato muy ansiado por los investigadores, cuando el médico leonés seguía el rastro de otros asuntos. Y una fecha importante, más allá de la mera curiosidad, para intuir lo que ocurrió realmente en aquel año. La construcción de la plaza nueva está estrechamente ligada con el desarrollo urbano de la ciudad en la Edad Media, según recuerda María Luisa Pereiras en su libro El proceso constructivo de la Plaza Mayor leonesa en el siglo XVII; en el que explica cómo aunque la finalidad y al concepción de la zona es algo nuevo, el lugar de su emplazamiento está vinculado a la plaza medieval. De hecho, su origen estaría relacionado con el desarrollo del mercado, que ya antes del año 1000 estaba ubicado fuera de la muralla, al lado de la iglesia de San Martín. En el siglo X comienzan a surgir también al su alrededor asentamientos fijos, formando un arrabal que fue creciendo hasta formar el Burgo Nuevo. En el siglo XIII a este conjunto de construcciones les dio unidad una cerca que formó una entidad con dos funciones principales: la mercantil y la de camino de la Ruta Jacobea. En la ciudad antigua se concentraban los servicios administrativos y religiosos. Con el paso de los años los peregrinos dieron lugar al barrio de los francos, y el centro mercantil al barrio de San Martín. Aquella plaza vieja tenía una forma irregular de semicírculo, de unos 120 metros de radio, en cuyo centro se situaba la puerta Arco de Rege. Siete vías, convergentes en la iglesia de San Martín, ordenaban las callejuelas que componían el núcleo urbano: Cal de Escuderos, una de las más antiguas y relacionada con la necesidad de atender el servicio armado del palacio de Ramiro II; Cal de Rodezneros, por los constructores de ruedas de molino, que eran la mayoría de los vecinos; Calle de Santa Cruz, denominada así por la animadversión hacia los judíos, que formaban buena parte del vecindario; Cal de Moros, donde había un buen número de judíos y sarracenos; Revilla, calle con tiendas también habitada por judíos; Zapaterías y Carnicerías (también llamada Tripería y más tarde Azabachería, que unía la rúa de los Francos con el núcleo central del barrio de San Martín). Pereiras apunta que pronto el mercado fue insuficiente para la concentración semanal de mercaderes, por lo que se trasladó al Rollo de Santa Ana; mientras en San Martín surgieron plazuelas donde se asentaban negocios más estables. Nacieron así las plazas del Misteo, Carnicerías, Tiendas y la propia Plaza Vieja. Todas llas pequeñas e irregulares. Esta última debía estar también ubicada en un lugar desnivelado, y rodeada de pobres viviendas, faltas de uniformidad. En 1654 aparecen los documentos que hacen referencia a la compra de casas y derribo de edificaciones en la Plaza Vieja, con motivo de la destrucción causada por un incendio, con el objetivo de ensanchar la plaza. La investigadora supone que su fisonomía respondía a la tipología de plaza porticada, con soportales para resguardarse de las inclemencias de tiempo, «y apto para desarrollar con más comodidad ese comercio de tiendas y alpindes que venía celebrándose desde la época altomedieval». Una estructura que debió ser similiar a la de la Plaza del Grano, o a otras zonas ya desaparecideas, como los soportales de Santa Ana o el inicio de la calle Matasiete. En el caserío que la rodeaba eran frecuentes los incendios (que aparecen también a lo largo de los siglos relacionados con los cambios importantes en plazas como las de Madrid o Valladolid). Así debió ser el de 1654, ocurrido en un momento en el que León veía cómo la mayor parte de las plazas medievales de la península añadían a su actividad mercantil la de la celebración de espectáculos públicos, e incluso de centro municipal, ya que en ella se construian las casas consistoriales. Por contra, en la ciudad la plaza perdía constantemente funciones, por el traslado de buena parte del mercado a Santa Ana y por la competencia mercantil de las otras plazas, especialmente la de Regla, abierta frente a la Catedral y convertida en mercado por voluntad del Cabildo en el siglo XV, lo que contribuye a la pérdida de vitalidad de la plaza Vieja. Mientras las plazas castellanas organizaban espectáculos religiosos y profanos en sus plazas mayores, hacían justas, torneos y corridas de toros, la de León era incapaz de hacer frente a estas demandas sociales, que se realizaban en buena parte en la plaza del Cabildo. Con este panorama de fondo se produce el incendio de 1654, del que no han quedado noticias reflejadas en documentos o relatos que indiquen la trascendencia que tuvo. «Con frecuencia sólo recogen la noticia escueta», se lamenta la investigadora. Fuera o no intencionado, lo cierto es que este siniestro provocó la modificación más sustancial que ha tenido la ciudad en la época moderna, una plaza construida en la segunda mitad del siglo XVII que condujo a la ciudad a entrar en las costumbres y los gustos de la época. A partir de junio de 1654 comienzan a ser abundantes los documentos sobre compras de suelos y casas en la plaza quemada (en febrero las actas están en blanco), y se emprenden los trámites para conseguir la aprobación real necesaria para el inicio de las obras. En 1657 se publica la real provisión por la que Felipe IV dona 6.000 ducados para iniciar la construcción de la plaza.

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