Los «pijigrinos» del Camino
Agosto trae a León a un buen número de peregrinos a la moda, con gafas de diseño, móvil, cámara digital, modelos conjuntados... Toda una pasarela en plena ruta
Desde que el 1 de enero Kenichi Michimata cruzó la puerta gallega de la gran ruta europea, por el Camino francés han pasado decenas de miles de personas, viajeros extraordinarios que esconden retos personales, vecinos solidarios, compañías entrañables, exhibiciones de solidaridad¿ Aquel profesor nipón recurría entonces a su devoción por San Francisco Javier para explicar los motivos de su lento caminar. Ocho meses después, el reportero puede hallar contestaciones como ésta: «Vengo por vacaciones, y para adelgazar algo, jajaja». La sentencia la firma Juanjo, malagueño. Su caso es similar al de cientos de ruteros que cada día comienzan ruta en León, peregrinos de diseño, más pendientes de la imagen que del espíritu de los 152 kilómetros que restan hasta Compostela. El paisanaje local los ha bautizado como los pijigrinos (peregrinos pijos). Es ése el romero tipo de los meses de asueto. Inicialmente, podrían estar dentro de ese grupo de jóvenes «normales, buenos y de calidad» (definición de la Iglesia) que invadió Compostela este fin de semana. Forman el heterodoxo conjunto desde chavales veinteañeros a maduritos de 35 tacos. Españoles y grandes urbanitas en su mayor parte, entran en el poblado prerromano, de apenas 20 casas, preguntando por el albergue y siendo incapaces de encontrarlo sin dos interrogatorios más. Primera señal. «¿Y que harán entonces en sus ciudades? Estarán siempre preguntando», comenta un parroquiano. Con poca preparación física e intelectual sobre el Camino -lo atestiguan algunas de sus preguntas o conversaciones-, esos peregrinos de última generación comienzan ruta bien en Villafranca del Bierzo, bien en el Cebreiro. Llegados en coche, otra de sus dudas al iniciar la gratificante ruta es: «¿Oiga, el párking de pago?». Lógicamente, no hay. Por lo tanto, su siguiente paso será dejar el vehículo bien en el medio del pueblo, bien bloqueando la salida de alguna casa (pese a los carteles y el sentido común). A falta de grúa, a los vecinos sólo les queda el berrinche, como les suele ocurrir a muchas de las personas que se cruzan con esta especie en su camino. Y a dejarse ver. Comienza su pasarela. Es el aspecto exterior y los complementos lo que más les distingue. Una rápida visual a las cinco y media de la tarde del pasado miércoles en el Cebreiro permitía contemplar una escena paradigmática: pasarela de piolets de montaña (en lugar del tradicional bastón de madera como apoyo); cinco peregrinos hablando por el móvil; otros tantos sacando fotografías con cámaras digitales a un grupo de vacas; una peregrina (¿?) maquillada; varias cabelleras engominadas; gafas de sol de diseño; bicicletas con todo tipo de artilugios... Nada que ver con el ascetismo de San Froilán en el Camino durante el siglo IX, ni tan siquiera con el más reciente Xacobeo 93. «Cuánto niño rico hay por aquí, y encima presumiendo», dejó escapar en ese instante un lugareño. Una penúltima curiosidad: en el 70% de los casos analizados, los pijigrinos no llevan al cuello la tradicional vieira. Tal vez porque su diseño lo firma el mar y no Burberry. Otro mundo, aunque sigue habiendo, por fortuna, muchos Michimata.