Diario de León
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Los ataques del Ejército del Mahdi no son como los que lanzaban los rebeldes suníes en el norte. Las milicias de Al Sadr atacaban las bases de la coalición y las comisarías de policía como si de un ejército regular se tratara. Eso sí, con más temeridad, como atestiguaron los soldados españoles que se enfrentaron a ellos. «Yo no sé si están locos o no, pero a nosotros nos disparaban completamente al descubierto, no se parapetaban. Parecía que no les importaba morir», comentó el cabo legionario Juan Carlos Nuñez, que participó en un combate donde su unidad tuvo que repelar y matar a una decena de milicianos. La paz acordada inicialmente a cambio de la participación política resultó endeble. Prueba de ello, fueron los acontecimientos desencadenados a principios de la semana pasada cuando comenzó la segunda sublevación. El nuevo Gobierno iraquí pidió al Ejército norteamericano que acabase con la milicia. Los marines entraron en Nayaf en una batalla que recordó los peores días de Faluya. Al cierre de esta edición, Al Sadr estaba atrincherado y herido en la mezquita del Imán Alí, y corrían noticias acerca del estado de salud del líder, herido por un obús según un portavoz de la milicia. Si cayera ahí, Al Sadr acaso lograría convertirse en mártir. Muera o no, Al Sadr ya ha conseguido que entre la población chií, mayoritaria en Irak y que hasta ahora se había mostrado tolerante con la ocupación, cunda la semilla de la rebelión.

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