Diario de León

Avances de todo tipo pueblan el universo de la cinematografía

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|||| El afán por despegar al público del sofá y llevarlo al cine -empeño que sigue hoy, por mor del auge del DVD- llevó a la invención de todo tipo de sistemas para aumentar la espectacularidad de la imagen, como Cinemascope, Panavisión y 3-D, y el sonido, como Sensurround. Esa oleada de innovaciones resucitó la idea de la «banda olorosa» y dio a luz al Aroma-Rama, inventado por Charles Weiss para difundir aromas mediante el aire acondicionado y cuyo más ilustre ejemplo es el documental La muraglia cinese (1958), de Carlo Lizzani, durante el cual se dispersaban hasta 72 fragancias. Contemporáneo de ese sistema fue Smell-O-Vision, basado en un rotor provisto de ampollas con esencias. El sistema, ideado en origen para la superproducción «La vuelta al mundo en ochenta días», tuvo finalmente su máximo representante en Scent of Mistery (1960), de Jack Cardiff, cinta de misterio centrada en una conspiración para asesinar a un estudiante estadounidense en España. La cinta se promocionó con un elocuente lema que resumía la evolución del cine: «¡Primero se movieron! (1895) ¡Luego hablaron! (1927) ¡Ahora huelen!». Pero a pesar de ese optimismo, el sistema fracasó, por motivos similares a los de sus precedentes: la difusión de los olores no llegaba de modo uniforme a todos los espectadores y la sala, tras varias proyecciones, más que oler, hedía con fuerza. Así pues, la «banda olorosa» volvió a sumirse en letargo hasta el año 1981, momento en que un director de rompe y rasga, John Waters, volvió a despertarla para Polyester . La cinta incluía el sistema Odorama, consistente en que a cada espectador se le entregaba a la entrada una tarjeta con casillas numeradas. Durante la proyección, en una esquina de la pantalla aparecían números y el espectador, rascando sobre la cifra correspondiente en su tarjeta, percibía el olor pertinente. Lo malo es que Waters, cuya cinta más famosa es «Pink Flamingos» -en la que Divine, el travestido más obeso de la historia del cine, se merendaba varios excrementos caninos-, no destaca por su exquisitez, y los olores de Polyester eran a vómitos, pescados podridos y aromas de la misma playa, puro realismo. Similar era la experiencia en la cinta de animación Los Rugrats: Vacaciones salvajes (2003), que recurría al Odorama para deleitar al respetable con vaharadas a pies sudados y otras delicadezas. Como sentenció el poco diplomático Waters a propósito de su invención: «He visto al público de mi película pagar por oler mierda».

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