Diario de León

San Marcos: el corredor de la muerte de León

El actual Parador de San Marcos es uno de los edificios que más historias humanas conserva entre sus paredes. Como se sabe, Quevedo fue tan sólo uno de sus primeros inquilinos. La piedra de su claustro conserva aún las iniciales de muchos de lo

XURXO LOBATO

XURXO LOBATO

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CRISTINA FANJUL | texto
León

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La integridad del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca está en el aire. El alcalde de Salamanca mantendrá una reunión con el presidente del Gobierno el próximo 13 de septiembre con el fin de plantearle sus exigencias frente a las reivindicaciones de Cataluña. El Archivo de la Guerra es visitado por cientos de investigadores puesto que supone uno de los centros de investigación más valiosos para entender la contienda civil española. El lugar alberga legajos y documentos que exploran las pequeñas y terribles historias que tuvieron lugar durante la guerra en todos y cada uno de los rincones de España. El centro se divide en dos secciones. La especial, también denominada masónica, recoge toda la documentación incautada a las instituciones masónicas y la que se elaboró sobre las mismas, estructurada en tres tipos de expedientes informativos: personales, de logias y de asuntos, complementados por el denominado Fichero General Masónico, que resume su contenido en unas 180.000 fichas. Además, se resguarda la sección político social, de mucho mayor volumen, que conserva documentación recogida en todo tipo de instituciones u organizaciones republicanas, estructurándose básicamente por la zona de procedencia: Alicante, Aragón, Barcelona, Bilbao, Cádiz, Cartagena, Castellón, Extremadura, Gijón, Jaén, Lérida, Madrid, Santander, Valencia, Valladolid y Vinaroz. Es precisamente Gijón la que más nos interesa, por la sencilla razón de que se trata de la que «esconde» los legajos y documentos referidos a León. El expediente asturiano tiene papeles desde 1902 a 1937 y acumula un total de 742 cajas. En ellas está una parte de la historia de cientos de detenidos leoneses durante la guerra. No se muestra nada que no se haya contado ya. Victoriano Crémer escribió a propósito de estos sucesos El libro de San Marcos , un relato novelado en el que narra en primera persona el horror -alucinaciones españolas las llama- que los prisioneros republicanos sufrieron en el palacio plateresco. «Así, con el más alucinante de los ejercicios solía comenzar nuestra jornada de retenidos. Se trataba de sobrevivir. Se abría la celda con un furioso rechinamiento de hierros que era como un aviso de dureza, de amenaza (...) porque en seiscientos segundos teníamos que lavar nuestro menaje, plato y cuchara, y fregarnos nosotros en la gran fuente circular con recipiente desbordante para abrevadero de caballos, mientras bebíamos hasta que el agua nos salía por los ojos, y correr hasta las letrinas, ya inmundas, ya inundadas, ya cubiertas de mierdas, de vomitonas, de sangres, y provocar nuestras defecaciones y volver al lugar de concentración antes de que los guardianes y los milicianos cristianísimos irrumpieran con sus vergas, con sus machetones, con sus mosquetes, manejados como mazas y corvintieran a los rezagados en espantosas figuras rebozadas en porquerías (...)». Los nacionales conquistaron León el 22 de julio de 1936, es decir, apenas cinco días después del comienzo de la guerra. La represión comenzó rapidamente y las víctimas apenas tuvieron tiempo para darse cuenta de lo que iba a ocurrir. Muchos de ellos partieron hacia Asturias, que no cayó hasta finales del 37. Esta es la razón por la cual la mayoría de los documentos que se refieren a leoneses o a sucesos de León se custodian en los archivos de Gijón. Muchos de los procesos que se siguen por el Cuerpo de Seguridad Nacional tienen lugar pocos días antes de que deje de existir la denominada «Zona Roja». Este es el caso de la declaración de Ignacio Presa, «soldado que fue del Regimiento de Infantería de León de donde desertó para pasar al terreno leal». El documento está fechado el 15 de febrero de 1937 y en él el «detenido» da cuenta de ser uno de los soldados que componían el piquete que dio muerte a Custodio Galán, Pedrosa y Hervás, los tres de León y de oficio barbero, practicante y sastre respectivamente. «Antes de que nos fuesen entregados en el edificio de San Marcos para su fusilamiento pudo observar que encontrándose encarcelados en celdas distintas, al tratar de ser reunidos por individuos de la Guardia Civil, éstos se preguntaban unos a otros en alta voz si les daban billetes de ida o de ida y vuelta, a lo que contestaban los guardias que sólo de ida». El soldado añade en su declaración que mientras la hija del practicante Galán se despedía de manera angustiosa de su padre, los guardias le dijeron que no tenía razón alguna para apenarse tanto por su padre. «Teniendo un conejo todavía tierno muy bien puede ganarse la vida con él». La vida en San Marcos San Marcos se convirtió en una cárcel pocos días después del Alzamiento. Todos cuantos resultaban sospechosos de masones, republicanos, izquierdistas, liberales o simplemente tibios eran conducidos a la prisión. Una vez allí se decidía que hacer con ellos. Tenemos numerosos testimonios que narran cuál era la vida en el convento. Así, disponemos de la de Luis Gamonal Díaz, que fue encerrado en la sala número tres. «Se trataba de una sala capaz para contener 70 hombres y llegamos a ser reunidos hasta 112 detenidos». El detenido relata cómo la guardia civil les propinaba a la entrada de las salas unas «palizas formidables» que hacían a muchos perder el conocimiento. Una vez dentro de la sala se les volvía a sacar para cortarles el pelo al rape. «A un hijo de Juan Monje se le cortó sólo parte del pelo dejándole una señal en forma de cruz», asegura. El relato que hace del día a día no puede resultar más terrorífico. Los presos eran levantados a las seis de la mañana y, tras evacuar las necesidades pertinentes, se les formaba en el patio para que se lavaran en el pozo artesiano. Mientras tanto, y siempre según la declaración de Luis Gamonal, los guardias repartían golpes con vergajos y fusiles «sin respetar edades ni situaciones». Entre las nueve y las diez de la mañana, se presentaba el cabo de presos y llamaba a maestros, médicos, veterinarios, abogados y contables, esto es, a todo aquel que poseía una carrera o tenía una ilustración superior. «Se les dotaba de cubos y escobas con las que habían de barrer y limpiar las dependencias de nuestros carceleros, al mismo tiempo que pasillos y retretes». El declarante continúa y asegura que si alguno mostraba resistencia por no permitírselo su estómago o enfermedad, era obligado a hacerlo con las manos, amén de recibir unos cuantos culatazos. Relata además que con estas medidas se trataba de asesinar de manera impune a cuantos habían tenido algún roce con Guardia Civil, clero, patronos o Falange. «Tal le sucedió a Jacinto Cachán, que fue muerto de un tiro cuando depositaba las basuras en el estercolero. La documentación de Gijón contiene también declaraciones acerca de víctimas del Bierzo Más allá del Manzanal Este es el caso de un vecino del pueblo Vega de Espinareda: José García Saiz, que declaró ante el teniente fiscal del Tribunal Popular de Justicia de Gijón acerca de las acciones cometidas por las fuerzas «insurgentes». A la mujer de éste, llamada Lucipina Flórez, de 46 años, la fusilaron el cuatro de agosto en la mencionada localidad sacándola de su casa y diciéndole que le llamaba el capitán de la fuerza. Asimismo, el hermano del boticario del pueblo, llamado Alvarín, de unos 19 años de edad, le dispararon en medio de la vía pública varios tiros después de que se negara a decir el paradero de su hermano. El 15 de agosto fusilaron al relojero Ángel Periel, soltero y de unos cincuenta años de edad. «En el pueblo de Fabero se cometieron con la clase trabajadora varios crímenes y actos de barbarie por los que se llaman cristianos, sucediendo lo propio en el pueblo de Sillo» El barbero de Trobajo Continúan así las narraciones de todas las vejaciones y humillaciones sufridas en la provincia de León, todas ellas relatadas por los huidos a la zona roja de Asturias. La declaración del barbero de Trobajo, Bernardo Centeno, fechada el doce de febrero de 1937, da cuenta del fusilamiento de más de 214 personas, entre las que figuraban los abogados Ramiro Armesti Barthe, el capitán Lozano, y el alcalde de León, Miguel Castaño. Asimismo, asegura que en octubre del año 36, encontrándose en la cárcel de San Marcos, sacaron de la prisión a 35 detenidos, figurando entre ellos tres mujeres, una de las cuales se llamaba Teresa Monje, de 18 a 20 años. Todos ellos aparecieron asesinados el día 12 del citado mes en el valle del Fresno, en la Virgen del Camino. «A los quince días de lo que acabo de relatar volvieron nuevamente a sacar de dicha prisión a doce jóvenes pertenecientes, unos a Juventudes Socialistas y, otros, a las Juventudes Libertarias, entre los que sólo recuerda a dos, llamados Macario, vecino de Trobajo del Carecedo, y Belarmino Sahagún, de unos 21 años y vecino de León». Su relato sigue con la constatación de que a los cuatro días los cadáveres de todos ellos fueron encontrados por un pastor en los montes del Ferral. «El día diez de noviembre volvieron nuevamente a sacar de dicha prisión a ocho individuos que se decía eran de Astorga y empleados de la línea del Oeste. Todos ellos se encontraban en la misma celda que el compareciente y aparecieron asesinados en la carretera de Mansilla. Entre ellos se encontraba el abogado José Fuertes, afiliado a la Juventud de Izquierda Republicana, el tipógrafo de la Juventud Socialista, Fernando Blanco Sandoval, y otras dos personas que fueron objeto de toda clase de vejaciones y maltratos después de ser asesinados. Uno de los documentos más interesantes es el que revela la comparecencia de Luis Gaminal Díaz por cuanto que da fe de cómo tuvieron lugar los primeros momentos de la sublevación militar en la ciudad. El estallido en León « (...) Para asuntos profesionales fui requerido por mi organización el mismo día 20 de julio de 1936 y, en el momento en el que entraba en el Gobierno Civil, en unión con otros dos compañeros de profesión, estalló la sublevación, impidiéndonos retornar a nuestros hogares y quedando en dicho lugar desde las 14 horas hasta las 17.30 minutos. En este intervalo de tiempo no dejaron los sublevados de ametrallarnos por los cuatro costados del edificio con toda clase de armamentos; desde el fusil hasta el mortero y aviación, no olvidándose de rociar con gasolina y darles fuego a las puertas del mismo, y, cuando aquel se derrumbaba, el capitán Lozano, que había prohibido terminantemente disparar un solo tiro, por cuanto que sólo existían unas escopetas, pistolas y revólveres. Incapaces de sostener el asedio, pidió parlamentar con el jefe de las fuerzas sublevadas. Hecho por ellos el «alto el fuego» con los toques de corneta reglamentarios, las condiciones que nos impusieron fueron de rendición a discrección, saliendo del edificio sin armas y con los brazos en alto. Cuando nos tenían en tales condiciones, en un pequeño callejón, se dejaron sentir los efectos de una bomba de mano que nos lanzaron, la que afortunadamente no causó ninguna víctima, pero que nos obligó a replegarnos a nuestro punto de partida. Esta fue la primera canallada cometida con los prisioneros... Los jefes, oficiales y soldados nos apuntaban con sus pistolas y fusiles, llenándonos de improperios que la pluma se resiste a escribir. El teniente de asalto, González, colocó en el bolsillo de uno de los detenidos una pistola, ordenándole que gritara «Viva España». El detenido dijo «Viva Azaña», por lo que le fue machacada la cabeza con la culata de dicha pistola... Del Gobierno Civil nos llevaron al Oliden. Durante mi permanencia allí pude observar que, tanto los soldados como los jefes y oficiales, se encontraban totalmente beodos y, por si me cupiera alguna duda, pude ver como en sus cantimploras mezclaban el vino con el cognac y se lo ofrecían unos a otros, sin distinción de graduaciones al grito de ¡Viva España!». Las cajas del Archivo de Salamanca atesoran miles de documentos como los que se han referido aquí. La mayoría de ellos se refieren a declaraciones de evadidos y huidos de la provincia de León, una de las primeras en caer al principio de la guerra. La única razón por la cual no hay expedientes que revelen las atrocidades del otro bando radica en la rapidez con la que los nacionales conquistaron León. Depende de los investigadores certificar los hechos y acabar con la leyenda que nubla la historia de los dos bandos.

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