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Todo es guerra en la guerra

El Auditorio acogerá en diciembre una exposición en la que Luis Gómez Domingo muestra uno de los episodios más brutales de la guerra: la batalla de Teruel

DL

Publicado por
CRISTINA FANJUL | texto
León

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La guerra civil española fue un experimento en el que todos los que movían los hilos trataban de desentrañar cómo sería la expansión de un conflicto bélico similar en el continente. Los cuerpos despedazados de los españoles, los crímenes por ellos cometidos, el expolio, la pobreza, la ausencia de libertad, el millón de muertos, la salvajada del exilio... todo ello no fue sino el ensayo en un tablero cuyos estrategas no tenían nada que perder, sólo la vida y las esperanzas de miles de españoles. Guernica no fue sino un horror experimental, al igual que todo lo que precedió y se desarrolló durante la guerra. Fueran republicanos o nacionales, el capítulo de Teruel supuso para muchos la posibilidad de conocer de cerca el infierno. La batalla por Teruel fue algo más que una jugada propiciada por Largo Caballero y aniquilada por Franco. Teruel es el símbolo de lo que puede llegar a hacer el hombre cuando está mecido por el miedo y el desconcierto. Tras descubrir que Franco tenía la intención de atacar Madrid, los republicanos decidieron jugar su última baza y sitiar la ciudad. Se trataba de una operación en la que jugaban con la necesidad de Franco de no dejar flecos al azar, de vencer por encima de todo y en todos los frentes «En toda guerra y más en las civiles, los factores espirituales cuentan de modo extraordinario... Hemos de impresionar al enemigo por el convencimiento de que cuanto nos proponemos lo realizamos sin que pueda impedirlo» En la psicología de la que trataba de aprovecharse Largo Caballero, estaba claro que el asedio y la toma de Madrid serían dilatadas hasta que todas las plazas nacionales estuvieran aseguradas y protegidas. Para ello, el Gobierno de la República reunió alrededor de cien mil hombres alrededor de Teruel, y la batalla se prolongó desde el 15 de diciembre hasta el 22 de febrero de 1938. Las tropas de Líster consiguieron cercar la ciudad y lograr su rendición. Sin embargo, lo peor no había hecho más que empezar. La historia se repite una y otra vez, y los hombres siguen sin aprender de ella. La que no iba a ser sino una anécdota en medio de la guerra se convirtió, a causa del frío y la nieve, en una epopeya que ninguno de los peones llegaría a olvidar. Una inmensa nevada de más de un metro cubría todo el frente, una tormenta infernal atacaba a todos por igual, sin hacer ascos a ninguno de los bandos Los combatientes se convirtieron en víctimas de un inmenso abismo blanco y las operaciones en campo abierto tuvieron que detenerse. Sólo en el centro de la ciudad, se combate casa por casa, piso por piso, hasta que se consigue la rendición el ocho de enero. S in embargo, Teruel no había hecho más que empezar. «Hemos de impresionar al enemigo»... Y las decenas de miles de casos de congelación no sirvieron para mover el damero. Todo es guerra en la guerra... Lo que ocurrió en esta ocasión fue que la naturaleza dejó de ser un simple convidado de piedra. La limitación humana ante la severidad del tiempo se hizo presente una vez más, igual que hiciera con Napoleón y del mismo modo que lo sufrirían los alemanes poco tiempo después. Soldados con suelas de cartón se vieron obligados a resistir temperaturas de veinte grados bajo cero antes de morir congelados. La gangrena se convirtió en un compañero habitual para los miles de hombres que resistían o luchaban. Abandonad toda esperanza, pues quien no moría por las balas o las bayonetas lo hacía por el frío, y quien trataba de escapar era fusilado por sus propios mandos. La niebla convirtió todo en una gran zona gris. Mientras, en el cementerio, algunas tumbas servían de improvisado abrigo, y el fuego calentaba al tiempo los pies ateridos de los vivos y los huesos de los muertos. La tempestad de nieve agudizó el temporal de sangre que se preparaba. Se fusilaba a todo aquel que retrocedía. Y así se llegó a la batalla de Alfambra, una batalla con una terrible belleza visual. Fue la cuarta fase de Teruel y, con ella, los nacionales penetraron en el frente republicano. El general Monasterio golpeó con la división de Caballería las brigadas 104 y 22. Tres mil jinetes ensordecieron las defensas «rojas» en una carga de caballería clásica en la que avanzaron contra tanques hundidos en un metro de nieve. El pánico causado por los caballos provocó una reacción de terror que obligó a los soldados sitiados a huir en desbandada. Aquel fue el final de la batalla. Todos perdieron en Teruel. Nueve de cada diez vidas se perdieron por el fuego enemigo o por el escarnio amigo, por la congelación, por el frío o por el miedo y el desconcierto. Todo por una pequeña ciudad que, para cuantos tuvieron que adentrarse en ella, siempre estaría teñida de sangre y de derrota .

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