Los caballitos del diablo se vuelven ángeles
En un trabajo pionero, estos insectos se utilizan como integradores de información relativa a muy variadas formas de impacto ambiental, tanto sobre el medio acuático como sobre el terrestre circundante
A la hora de preservar o recuperar los espacios naturales es esencial disponer de herramientas que permitan conocer su calidad ambiental y que, además, faciliten un seguimiento de sus valores naturales a lo largo del tiempo. Entre esos instrumentos de gestión, los denominados «bioindicadores» (organismos que proporcionan información sobre alguna característica del ambiente) juegan un papel fundamental. Para que un organismo sea útil para este fin debe idealmente responder a la degradación del medio de una forma reconocible y cuantificable, ser abundante, de amplia distribución y sencillo de recoger e identificar. Uno de los grupos faunísticos cuyo potencial como bioindicador está siendo reivindicado en los últimos años es el de las libélulas y caballitos del diablo, pertenecientes al orden de los Odonatos. A las cualidades de facilidad de observación y de identificación, suman la de ser sensibles a la alteración de su entorno, como ha sido demostrado en recientes investigaciones. Los estadios juveniles de estos insectos viven en el agua, mientras que los adultos están vinculados al medio terrestre, generalmente a aquél próximo a masas de agua. No es de extrañar, por tanto, que sean considerados integradores de información relativa a muy variadas formas de impacto, tanto sobre el medio acuático como sobre el terrestre circundante (contaminación, desecación, alteración del hábitat ribereño y acuático). Otro hecho destacable es que son el grupo de invertebrados que, comparativamente, cuenta con mayor número de representantes en los catálogos y convenios sobre especies amenazadas. Código de «buenas prácticas» Desde hace más de 20 años, en el Departamento de Biología Animal y en el Área de Ecología de la Facultad de Ciencias Biológicas y Ambientales de la Universidad de León se vienen realizando estudios faunísticos y ecológicos sobre insectos acuáticos, especialmente en las provincias de León y Palencia. A partir del año 2000, el equipo formado por Luis Felipe Valladares, Francisco García, Francisco J. Vega y David Miguélez ha iniciado una línea de investigación centrada en el empleo de los odonatos como indicadores de la calidad de zonas húmedas. Su principal objetivo ha sido proporcionar información que ayude a gestionar adecuadamente espacios naturales protegidos, atendiendo a la doble vertiente de calidad del ecosistema y conservación de la biodiversidad. La planificación del trabajo de campo debe atender a aspectos esenciales como selección del hábitat, número de localidades de muestreo, su ubicación, la época y la intensidad de los muestreos. Conviene abarcar los diferentes ambientes y zonas representativas del espacio natural, teniendo en cuenta las plantas acuáticas y ribereñas ya que son fundamentales en las actividades de caza y reproducción de los odonatos. Las fechas de muestreo deben comprender, en la medida de lo posible, todo el período de vuelo de los adultos, desde el inicio de la primavera hasta el final del verano o comienzo del otoño. En estudios cuya principal finalidad es la conservación de las especies y su hábitat, es imprescindible introducir un código de «buenas prácticas» en el apartado de la recolección de ejemplares. Para ello, se ha restringido siempre la captura a individuos adultos, ya que son más fáciles de identificar que las ninfas y pueden ser reconocidos en el campo y devueltos al medio natural. Los ejemplares que plantean problemas de identificación se recogen y conservan para su estudio en el laboratorio.