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Las manos alfareras de Martín Cordero

Con paciencia infinita y un saber acumulado admirable, el maestro de Jiménez de Jamuz continúa creando cientos de piezas de las que antes hacían el avío para todas las necesidades de la casa

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto JESÚS F. SALVADORES | fotos
León

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Resulta curiosa la vocación artesana del pueblo de Jiménez de Jamuz, próximo a La Bañeza. Llegó a contar con 160 alfareros que trabajaban en nada menos que 104 hornos, elaborando una producción que surtía los mercados de todo León, Galicia, Asturias, el norte de Castilla, Santander y hasta Navarra. Lo sorprendente es que los objetos que fabricaban estaban hechos «a medida» de las necesidades y preferencias de las diferentes regiones a las que iban destinados, de forma que un cacharro de tipo gallego se diferenciaba de uno que iba a viajar rumbo a Aliste, por ejemplo. Otro detalle peculiar es que este tipo de labores eran prácticamente exclusivas de Jiménez, y no se hacían extensivas al resto de pueblos de la comarca: si acaso, los de la cabecera alta del valle (Tabuyo, por ejemplo) cooperaban antiguamente en la tarea llevando hasta Jiménez en sus carros las urces, piornos y otro tipo de leñas que vendían en la plaza del pueblo, y que se emplearían en arrojar los hornos alfareros. Quien cuenta éstas y muchas otras cosas es el veterano alfarero Martín Cordero -59 años dándole al torno-, y artesano del Alfar-Museo de la Diputación de León, creado por Concha Casado, y en el que se muestra a los visitantes tanto el método tradicional de creación de cacharros en un entorno fiel a la arquitectura propia de la zona como la asombrosa variedad de objetos realizados con el correr del tiempo en Jiménez, expuestos y descritos en una serie de estantes. El proceso Martín Cordero nos explica cómo el barro se sacaba, habitualmente en verano y a pico y pala, del barreru del pueblo, a una profundidad de un metro, donde la tierra se extrae bien húmeda. A continuación se seca al sol, extendido en una serie de tendales que antes se solían colocar en las eras del pueblo. Una vez seco, se amontona en la toña o lugar cubierto, transportándose en carros hasta las casas de los alfareros, al patio interior típico de las casas de las riberas leonesas. Se remueve con un palo largo o batedera , y se soba con las manos, golpeándolo también con los puños, en un banco de madera, hasta que se forman las pellas o montones. Los trozos de barro que arranca para ser trabajados son los bolos , y éstos se colocan en el centro del torno (la cabezuela ), que se mueve impulsando con el pie la volandera o tablero. El artesano estira y abre hueco, dando forma al barro de acuerdo con reglas no escritas pero precisas, humedeciendo sus dedos con agua. Además de las manos, el resto de instrumentos son escasos, un trozo de cuero, otro de madera y un alambre, además de un palín para hacer el agujero de los botijos. Una vez modelada la pieza, ésta se coloca sobre tablas que, una vez llenas de cacharros, se tienden sobre unas vigas (los chisperos ) para que sequen. Poco después tenía lugar el vidriado, que solían hacer las mujeres, bañando cada pieza en una solución de sulfuro de plomo, ya preparada. Después llegarán las diez u once horas que las cacharros pasarán dentro de un horno de adobe caldeado al máximo. Como se ha señalado antes, las piezas que se elaboraban antiguamente y que hoy sigue haciendo el Alfar-Museo eran variadísimas: para el agua había botijos, barrilas leonesas (con dos asas), barrilas especiales para Tierra de Campos, bocalejas , pichetas , cántaros de la tierra o de boca ancha, cántaros de boquina , ollas de Lugo, botijos... para el vino, mosteros de un asa, medidas, barriles, jarras leonesas y jarros para Asturias y Galicia, entre muchos otros; para la leche, nateras (para la montaña leonesa), lolas para mazar la leche, ollas de Lalín, queseras de diversos tipos...; para el fuego pucheros, paperas y paperinas , ollas, tarteras, asoperadas , potas; y para la mesa, fuentes, boinas o cuencos típicos de la comarca, barreñones para llevar la comida al campo, platos cabreireses, chocolateras... y para conservar la matanza, las orzas leonesas , los chamorrillos y los barreñones para el adobo... jarras de trampa , botijos-cura, huchas, tiestos, saleros... A diferencia de lo que sucede con otros artesanos, la fama de Jiménez de Jamuz ha facilitado que se perpetúe esta tradición: hoy hay cinco artesanos que comen de este oficio y el propio Martín tiene a Jaime Argüello, un despierto rapaz de diecisiete años, como aprendiz de este duro pero extraordinario oficio. Mejor maestro no ha podido tener.