El hombre de la cartera inagotable
Tiene dos barcos, tres perros, cuatro casas, varios equipos de fútbol e incontables ceros en la cuenta corriente. Es Roman Abramovich, el millonario de moda
Roman Abramovich tuvo que esperar poco para hacerse famoso. A sus 38 años de edad es millonario, gobernador de una lejana región siberiana cuyos habitantes tienen la misma fama que los de Lepe, dueño del Chelsea y el personaje de moda en todos los corrillos. Su secreto reside en el oro negro. Huérfano desde los cuatro años, este hombre nacido en la ciudad rusa de Saratov se crió con sus tíos en la región norteña de Komi. En el ocaso del régimen comunista, entró en la Escuela de Negocios del Petróleo de Moscú. Bajo el paraguas de Boris Yeltsin, supo sacar tajada de sus estudios y se hizo con el control de Sibneft, empresa especializada en la extracción y comercialización de gas y petróleo. Lejos de las ínfulas de grandeza de otros colegas de la nueva oligarquía, como el ahora encarcelado Mihail Jodorkowski, Abramovich siempre supo bien que su sitio estaba lejos de las confabulaciones políticas. Quizá por ello, es de los pocos que ha sido capaz de escapar de las confrontaciones con Vladimir Putin. Pero tampoco es que a Abramovich le haya ido mal. De hecho, su fortuna es incalculable, aunque todos los ránkings de la especialidad lo incluyen entre los cincuenta principales potentados de la Tierra y los veinte primeros de Europa, con un pecunio similar al de, por ejemplo, Silvio Berlusconi. Y lo cierto es que todas las cifras que le rodean son para asombrarse. Porque su fortuna personal, se calcula, equivale a casi el cuatro por ciento del producto interior bruto de Rusia, tiene el cincuenta por ciento de la compañía de aluminio Rusal, una de las más importantes del mundo, y el 26 por ciento de Aeroflot, entre otras muchas inversiones en empresas. Su último capricho es el fútbol. Sus detractores dicen que es la mejor forma de mover mucho dinero de forma poco sospechosa. Pero el imperio que está formando Roma Abramovich alrededor del Chelsea ya ha empezado a levantar suspicacias. Los de Stanford Bridge, conocidos popularmente como los enterradores por su cercanía al cementerio más grande de Londres, pasan por ser el equipo de la jet británica. Pero el éxito nunca ha sido parte de su encanto. Por eso, muchos de los vips que abarrotan sus gradas, desde el ex primer ministro John Major hasta la cantante Kilie Minogue, se frotan los ojos ante el dream team multinacional y pluriétnico que construye el magnate ruso a orillas del Támesis. Más de doscientos millones de euros en fichajes en los últimos doce meses tienen la culpa de ese rebrote de ilusión en la parroquia de los blues. Pero Londres ya se le ha quedado pequeño a Roman Abramovich. Habida cuenta de la enorme repercusión internacional que ha alcanzado, el empresario petrolero ya ha adquirido a través de sociedades interpuestas -para evitar las imposiciones de la FIFA- acciones en el CSKA de Moscú, el Benfica de Lisboa y el Corinthians de Sao Paulo. Y sus emisarios rastrean ya el mundo comprando los jugadores por lotes, como ocurrió hace apenas un mes con la triple oferta al River Plate por sus tres mejores jugadores, así como la incorporación del mejor futbolista sudamericano del momento, Carlos Tévez, de su rival, el Boca Juniors. Pero si el fútbol es su cara más pública, poco se puede saber de este empresario de moda. De su vida privada apenas se sabe que está casado en segundas nupcias con Irina, una elegante y estilosa rubia con la que ha tenido dos hijos, a los que hay que sumar otros tres de su primer enlace. Oficialmente, el domicilio familiar está radicado en una colonia en las afueras de Moscú diseñada por Leonidas Breznev para los altos dignatarios rusos. La finquita tiene algo más de 42 hectáreas de superficie, aunque Abramovich y los suyos alternan su estancia allí con las visitas a Chukotka, donde Roman ejerce como gobernador de esta provincia dividida en dos por el Círculo Polar Ártico tras obtener el 92 por ciento de los 73.000 votos en las últimas elecciones, y las escalas en Londres. Y todo ello, siempre a bordo de un flamante avión Boeing 767, el mismo que se utiliza en las grandes aerolíneas para los vuelos intercontinentales. De sus gustos personales, sólo se sabe que le gustan los restaurantes caros y siempre poco concurridos, que también le apasiona la comida china y la música de un grupo ruso llamado Soleen. De entre sus películas favoritas destaca la inefable Pulp Fiction, de Tarantino, Travolta y Samuel L. Jackson. Un mar de contradiciones para un político.