«La movida fue la espuma de la nada»
Tras diez años de espera, Julio Llamazares regresa a la ficción con «El cielo de Madrid», una historia en la que el escritor leonés da vida a un pintor y a un grupo de amigos que se reúnen en el bar El Limbo
«Yo vine a Madrid buscando no perderme nada y a lo mejor estuve a punto de perderme yo mismo», afirma Julio Llamazares (Vegamián, 1955), que acaba de publicar El cielo de Madrid (Alfaguara), na novela en la que rememora la turbulenta época de los 80 en la capital. «Todas las novelas son autobiográficas y todos los personajes, máscaras del autor», señala el escritor leonés. -Para el protagonista de su novela el éxito es una especie de infierno. -¿El éxito es el infierno? Puede ser, depende de cómo se lo tome cada uno. El éxito descoloca a cualquier persona. Todos perseguimos la felicidad y al principio la identificamos con el éxito, profesional, personal y social. Pero mucha gente se da cuenta cuando lo obtiene que le produce más problemas que satisfacciones. Uno de los grandes retos es saber sobreponerse al éxito. Aquello que decía Sartre, y que es verdad, que un listo se recupera de un éxito y un tonto, jamás. Basta ver la televisión para darse cuenta de ello. -El protagonista, cuando toca el éxito, ya sea la estabilidad de pareja o el profesional, huye. -Eso forma parte de la condición humana. Nos pasamos la vida persiguiendo sueños y cuando los tocamos con los dedos nos asusta. La novela es una reflexión sobre la condición humana y sobre la contradicción que anida en todos nosotros. -Ha estado diez años sin publicar novela y parece como si se lo echaran cara. ¿Qué pasa en este país, que si no escribes novela no eres nadie? -No sólo los escritores, todo el mundo tiene sacralizada la novela. Cualquier político que se retira escribe una novela, cualquier periodista aspira a escribirla. La novela se está convirtiendo en un oscuro objeto de deseo. A mí me gusta, como dcien los flamencos, tocar todos los palos. Me gusta hacer poesía, novelas, libros de cuentos, de viajes, artículos. Yo no soy un escritor profesional, no escribo un libro detrás de otro porque me lo exige mi profesión o el mercado. Sólo escribo de aquello que realmente me importa hasta el punto de decicarle tres, cuatro o cinco años y hay muy pocas cosas que me interesen hasta ese punto. Me paso tiempo sin escribir nada. En literatura es tan importante lo que se escribe como lo que no se escribe. -¿Se podría decir leyendo su libro que cualquier tiempo pasado, en este caso los 80, fue mejor? -Al réves. Cualquier tiempo pasado fue peor desde el punto de vista social y material. Yo tampoco soy un escritor nostálgico, no siento nostalgia de una presunta edad de oro que vivimos en el pasado. Simplemente como escritor parto de la memoria, que es el sustrato de la literatura, y corresponde al pasado. No es que añore tiempos mejores, que no lo fueron, sino que reflexiono a partir de la experiencia y la memoria. -Pero los 80 tuvieron mucho de especial. -Fueron años muy turbulentos, porque pasaron muchas cosas. Pasamos de una dictadura a una democracia, de la autarquía a la apertura, de la postguerra a cierta modernidad y nuestra generación de la juventud a la madurez. Si a las turbulencias del país les sumamos las personales y sentimentales significa que vivimos, en una montaña rusa y por eso esos años tienen esa fuerza en la memoria. -¿Aportó algo la movida? -Fue como ese plato que ha creado Ferrán Adriá, la espuma de nada. Mientras duró parecía que era algo, pero vista con perspectiva no tiene ningún interés. -El gran amigo de Carlos, el pintor, es Suso, un escritor coruñés que siempre tiene excusas para no escribir. ¿Se inspiró en alguien real? -Me inspiré en personajes que están a mitad de camino entre los impostores y los genios, que hay muchos en Madrid. Son esos personajes de enorme talento y aún mayor escepticismo o vagancia o autojustificaciones. A algunos les parecen impostores y a mí me los auténticos genios y los que triunfan, porque hacen los que les da la gana toda la vida. El hecho de que fuera gallego es una especie de prejuicio a favor de los gallegos, a los que les doy un plus de genialidad y de rareza, aunque no todos los merezcan o respondan a ello. Los gallegos tienen un punto de rareza que les hace parecer geniales o un punto de genialidad que les hace parecer raros. Por eso decidí que este personaje fuera gallego. -¿Aquella generación que hoy tiene cincuenta años ha sido engullida por el sistema? -Como todas, es la ley de la vida. Cuando eres joven quieres cambiar el mundo; y hacerse mayor consiste precisamente en darte cuenta de que es más fácil que el mundo te cambie a ti.