Diario de León

Naturaleza y costumbres se han hecho intemporales

Estamos en la Sierra de Ancares, un paisaje de montañas antiguas, gigantes erosionados en una comarca en la que los valles se suceden sin solución de continuidad

Publicado por
Y. C. ÁLVAREZ | texto
León

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Los Ancares, en el límite de las provincias de León y Lugo, conforman una de las comarcas más nombradas y menos conocidas del continente europeo. Son montañas antiguas, gigantes erosionados en una bellísima comarca en la que los valles se suceden unos a otros. Su aislamiento y situación geográfica, frontera entre la región eurosiberiana y la mediterránea y límite de distribución de muchas especies de flora y fauna, han permitido que lleguen hasta nuestros días con una naturaleza virgen, una riqueza natural y unas costumbres que se mantienen ajenas al paso del tiempo. En su quebrada orografía alterna el paisaje escarpado y montañoso en las zonas de mayor altitud (más de 2.000 metros con valles, glaciares, circos y lagunas originados por la erosión del hielo), con la parte más humanizada de las zonas inferiores, destacando los valles de los ríos Burbia, Ancares y Cúa. Una parte del territorio de Los Ancares leoneses fue declarado en 1966 Reserva Nacional de Caza, estando desde 1990 dotado de un Régimen de Protección Preventiva. Ese mismo año, la Consejería de Medio Ambiente incluyó Sierra de Ancares en la Red de Espacios Naturales de Castilla y León, habiéndose iniciado el Plan de Ordenación de los Recursos Naturales. El enclave cuenta con una superficie de 67.280 hectáreas e incluye ocho términos municipales (cincuenta núcleos de población) en los que habitan unas 8.000 personas. Duras condiciones de vida La Sierra de Ancares constituye un claro ejemplo de convergencia geográfica entre las influencias gallegas, cantábricas y leonesas, en su perspectiva tanto paisajística como cultural. La vida de sus habitantes transcurre vinculada tanto a las fuertes pendientes como a la riqueza de sus bosques, con una economía basada en la ganadería y el aprovechamiento de los recursos naturales del monte. Algunos de los pueblos conservan un buen número de pallozas, viviendas antiquísimas, resultado de la evolución de las primitivas cabañas del Neolítico, en las que conviven animales y personas que, a pesar de soportar unas durísimas condiciones de vida, rebosan amabilidad con los visitantes y cuentan en una mezcla de gallego, leonés y castellano historias y leyendas que embelesan a quienes visitan esas tierras. Para el amante del ecoturismo, Los Ancares tienen una oferta muy variada. Candín, al que se accede por una carretera local desde Vega de Espinareda, y en el que abundan los vestigios de explotaciones auríferas de la época romana, es punto de partida de muchas de ellas. Siguiendo la carretera se llega a Tejedo, que conserva restos de una ferrería del siglo XVIII y, tras subir el puerto de Ancares (magnífica vista del valle), hay dos opciones: descender a Suárbol y descubrir, además de sus pallozas, un valle glaciar y bosques de roble albar, o bajar hasta Balouta, que conserva buen número de pallozas restauradas. Desde Suárbol, último pueblo de la provincia de León, se propone recorrer a pie un itinerario sencillo y cómodo que se inicia siguiendo el camino que pasa junto a un hórreo y la iglesia y que discurre, tras cruzar un arroyo, por el fondo de un valle en el que se mezclan abedules con brezos y helechos. Después de atravesar un nuevo arroyo que se cruza por un pontón de troncos se llega a una pista asfaltada. Apenas a 50 metros, se descubre una senda que se interna en un robledal que serpentea entre los árboles y se introduce en la vecina Galicia. Hay que abandonar el robledal para seguir el camino de la derecha que lleva a Moreira, una aislada aldea rodeada de castaños que conserva gran cantidad de pallozas. Volviendo sobre los pasos, el camino de la izquierda acerca a Piornedo, abundante en piornos, utilizados para cubrir las pallozas. Para regresar a Suárbol, hay que desandar lo andado.

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