Diario de León

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«¿Qué le hemos hecho a EE.UU.?»

Irán y Siria vuelven a son

Publicado por
E. VÁZQUEZ PITA | texto y fotos
León

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Imagine un país con reservas de petróleo que no sea árabe, donde exista una población de clase media, con coche propio, gente amable, muy familiar y religiosa, que vaya de picnic los fines de semana, donde las mujeres estudien en la universidad y que intercambien su e-mail. No nos referimos a Estados Unidos, sino a Irán. La antigua Persia no es el Irak del dictador Sadam Huseín ni el Afganistán de los talibanes. Para Condoleezza Rice sólo es una pieza más del gran juego de Asia Central, región que flota sobre petróleo y gas. Pero para los visitantes extranjeros, Irán es la Francia de Oriente Medio. Sus habitantes conservan la grandeur que le caracterizó en la época del sha: modales educados y cocina refinada. Para un viajero occidental es fácil apreciar estas cualidades cuando un niño se acerca a saludar y se esfuerza por practicar el inglés aprendido en la escuela. Hasta los taxistas son tan educados que esperan tres veces a aceptar el dinero que les ofrece el cliente. Muchos de estos conductores sueñan con instalarse en Europa, siguiendo el ejemplo de los inmigrantes que retornan en verano. Los 70 millones de ciudadanos se sienten atrapados entre una superpotencia que les apunta con sus bombas inteligentes y un régimen de ayatolás que aprieta pero no ahoga. Nadie quiere hablar de otra guerra, después de sufrir diez años de combates contra el Ejército de Sadam Huseín, que invadió el país gobernado por el ayatolá Jomeini. Toda una generación de jóvenes quedó marcada por la Revolución y luego la guerra. El regimen de los ayatolás se inspiraba en un movimiento popular y religioso que pretendía acabar con la supuesta corrupción del sha. Ahora, muchas familias pueden comprar un coche, aunque sea el humilde Paykan, que lo jubilan este año. Millones de ellos circulan por la caótica Teherán, gracias a que la gasolina subvencionada cuesta 0,1 euros. Lo que no impide que exista pobreza infantil. Es fácil ver a niños que venden chicles de plátano en las gasolineras de las afueras de Teherán o que leen la buenaventura en los parques de Ispahán con la ayuda de unos canarios enjaulados. Muchos creen que la religión les impiden progresar, como bien refleja la película iraní El círculo , donde cuatro mujeres vuelven otra vez a la cárcel. El velo es obligatorio, pero muchas jóvenes se las arreglan para dejar el mechón teniño de naranja bien visible o se liberan de él al subir al avión. Otras van solas a fumar a las teterías de Teherán tras ir de compras. Fuera se enfundan el chador y se sientan en los asientos traseros del autobús. Y los conductores oyen música a escondidas, con cintas piratas de alegre flamenco o la banda sonora de Titanic . Todos ellos siguen sin saber por qué Estados Unidos la ha tomado con Irán. «Nosotros también bebemos Fanta y Coca Cola», decía el dueño armenio, y cristiano, de un bar de Tabrik.

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