Diario de León

Historia de los valientes leoneses del 24 de abril

La capital de la región leonesa, con su coronel Luis de Sosa a la cabeza, fue la primera ciudad de España en sublevarse contra las tropas de Napoleón hace hoy 196 años. Ahora sale a la luz el retrato del escritor y político nacido en Vidanes

DL

DL

Publicado por
EMILIO GANCEDO | texto
León

Creado:

Actualizado:

La ciudad de León en los primeros años del siglo XIX no era mucho más que un pueblón de adobe y tapias de convento ceñido por una legión de chopos y sebes espinosas. El caserío apenas se atrevía a traspasar, siquiera tímidamente, las murallas romanas y medievales, y la población estaba sumida en un larguísimo letargo que había arrancado en el siglo XVII y aún antes, cuando la urbe dejó de ser capital de un país independiente para ver cómo los centros de poder se trasladaban cada vez más hacia al Sur. Apenas ninguna industria, sólo molinos harineros o batanes, una actividad artesanal tradicional y un ciclo vital marcado por los mercados semanales y las labores agrarias marcaban el día a día de una ciudad que latía al ritmo de las campanas y las voces de los boyeros. La gran mayoría de sus habitantes eran pequeños propietarios, una curiosa mezcla de labradores-ciudadanos acompañados de nobles despreocupados, miembros del ejército, ruines funcionarios y, eso sí, una nutrida población de frailes, monjas y sacerdotes. Esta ciudad, cabeza de lo que fue en los mapas y la administración, desde el siglo XV, el Adelantamiento de León, después Región Leonesa, se convirtió en la primera en mostrarse abiertamente hostil contra la que se presentía más que real amenaza francesa. Los sucesos leoneses tuvieron lugar tal día como hoy hace 196 años, el 24 de abril de 1808, por lo tanto anteriores en el tiempo a la archiconocida sublevación madrileña del 2 de mayo. El «libertador» leonés Pero, ¿cómo sucedió todo? ¿Qué pasó en la vieja urbe regia -hacía ya tiempo más aldeana que urbanita- para que sus pacíficos habitantes «entrasen en rebelión»? La respuesta nos la da un nombre propio: Luis de Sosa. Este insólito personaje había nacido en Vidanes junto al Esla, en una casa solariega bien conocida por otro ilustre leonés: según algunos, De Sosa vio la luz en 1772 en la misma casona que lo había hecho, 69 años atrás, el genial Padre Isla. Además de su notable carrera militar, fue político, diputado en Cortes, escritor, fundador de periódicos (los primeros de la ciudad) y poeta. Fue un amante entusiasta de las cosas leonesas, un agudo observador de la sociedad, la naturaleza, la economía, las tradiciones y el patrimonio de los cisastures; es verdadera lástima que la mayor parte de esa interesante producción literaria se haya perdido. A pesar de que la multitudinaria protesta leonesa del 24 de abril constituya un hecho histórico, perfectamente comprobable en documentos y anales, el suceso es realmente poco conocido a nivel popular, incluso para los propios ciudadanos de esta tierra (aunque haya calles con los nombres de Luis de Sosa y 24 de abril). Sin embargo, en ambientes especializados, los historiadores han venido abordando este tema casi desde el mismo momento en el que tuvo lugar. Así, el malogrador escritor leonés Clemente Bravo escribía en 1897: «En la epopeya gloriosa de la Guerra de la Independencia, le cabe a León la honra altísima de haber dado ejemplo de fortaleza y amor patrio, lanzando el grito de ¡guerra al invasor! antes que otra provincia alguna». Después de este párrafo, Bravo copiaba la carta de un oficial del ejército español, que había abandonado su destacamento madrileño para acudir en socorro de la pequeña ciudad rebelada en el Norte: «Creía igualmente que había hecho un gran servicio a mi patria y al rey en dejar mi casa, mis hijos y mi mujer, por salirme a incorporar con los valientes leoneses». Así pues, las cosas debieron suceder del siguiente modo: el 13 de abril de 1808 el ayuntamiento y toda la ciudad tenían conocimiento de una carta del rey Fernando VII en la que anunciaba a la capital leonesa la abdicación hecha en favor suyo por parte de su padre, Carlos IV. Para conmemorar la exaltación al trono del Príncipe de Asturias, el municipio acordó celebrar grandes fiestas durante los días primero y segundo de Pascua; y apenas transcurridos tales días, según Bravo, «cuando aún León no había terminado de manifestar la satisfacción de sus habitantes por la abdicación de Carlos IV, que llevaba tras de sí la caída del aborrecible Príncipe de la paz (se refiere a Godoy), y cuando los leoneses esperaban vivir tranquilos y que España sería feliz con la subida al trono del joven rey, entonces fue llegando a conocimiento del pueblo de León las intrigas y maquinaciones que dieran por resultado y efecto la partida de Fernando para Francia (10 de abril) y su salida de España (19 de abril)». Continúa el escritor y periodista decimonónico: «Hubo entonces un leonés insigne, noble patriota y arrojado corazón, el coronel Luis de Sosa, que se puso al frente de la lucha, que la organizó en la provincia, siendo comandante general de ella, y que tiempo andando escribió de su puño y letra y aún hizo llegar impreso a las Cortes de la nación el relato de los sucesos de aquel día memorable». Carta a las Cortes En el libro León y su provincia en la Guerra de la Independencia española , Honorato García Luengo sigue a Bravo y copia textualmente la citada narración, que en su día escribiera el propio De Sosa. La misiva comienza así: «¿Cuál de todas las provincias de España podrá disputar a la de León la gloria de haber sido la primera en alzar el grito del patriotismo y de la libertad?». Y continúa contándonos: «En el 27 de mayo de 1808 desplegó el torrente impetuoso de su entusiasmo al propio tiempo que lo efectuaron otras varias de la monarquía (...) pero la capital del reino de León ya en 24 de abril del propio año manifestó, no sólo su adhesión al joven monarca Fernando, sino su atinada previsión de los funestos sucesos que habían de cubrir de sombras nuestro desgraciado suelo». «En 24 de abril -escribe- a consecuencia de las noticias recibidas desde la corte sobre la conspiración contra nuestro tierno rey, que fue notoria por la fijación de carteles sediciosos (...), no sólo dispusieron los habitantes fieles el proclamar a Fernando VII, sino que en aquel propio día se hicieron listas de conscripción (reclutamiento) a impulsos de la juventud, y con santa emulación corría a las salas del alistamiento ejecutado bajo la apariencia de oponerse a la conspiración, como lo mostraban los jóvenes cuando, llenos de fervor y ardimiento, repetían incesantemente ¡Mueran los traidores! , que era equivalente a ¡Mueran los franceses! , lo que también se oyó clara y distintamente más de una vez». Así nos traslada el que fue a la vez testigo y participante de aquella jornada el modo en el que empezaron a sucederse los hechos. El sangriento segundo día de mayo oscureció cualquier otro suceso, pero la verdad histórica, como resalta Clemente Bravo, es ésta: «Que León antes que nadie levantó su voz contra los enemigos de la patria». Antes de proseguir, es necesario hacer notar que la proclamación popular del rey Fernando en la capital leonesa no es un hecho anecdótico: los ciudadanos estaban bien acostumbrados a recibir ilustres visitas periódicas: las de los reyes de las Españas, quienes, para serlo realmente, debían ser coronados también en la Catedral de León según el complejo y antiguo rito por el que se ungía a sus antepasados, los monarcas leoneses. De hecho, el último acto de este tipo lo protagonizó la reina Isabel II. Las abundantes tradiciones relacionadas con las coronaciones en esta ciudad están bien explicadas en el último libro de quien fuera cronista oficial de la ciudad, Luis Pastrana , Políticas ceremonias de León . Por ello, la exaltación espontánea del joven rey era toda una declaración de intenciones por parte de los leoneses: protestaban por la marcha forzada de Fernando a Francia y anticipaban el temor -luego realidad- de la entrada en España de un ejército de ocupación napoleónico, facilitada por las gestiones de Godoy y la minoría «afrancesada». El Ayuntamiento hizo constar el suceso y comisionó al mismo coronel Luis de Sosa para que redactara el parte en que se diera cuenta del hecho al propio Fernando VII. Sosa escribe que Joachim Murat, gran duque de Berg y cuñado de Napoleón, al leer el susodicho parte en la Gaceta , donde se había publicado, «mandó quemar toda la tirada de la Gaceta de aquel día y hacer otro número sin el parte de León». Aunque el duque francés había ordenado quemar el parte, éste se conserva gracias a un acta municipal del propio día 24 de abril, que aún hoy puede consultarse. Es en este escrito donde se comprueba, con todo detalle, cuál fue exactamente la actitud de los leoneses en aquella jornada histórica. Dada la extensión del texto, sólo incluimos aquí algunos fragmentos: «A las diez de la mañana de este día, hora en que se recibe el correo general, empezó a trascenderse la noticia de que en esa vuestra villa y corte intentaron algunos malvados el día 20 del presente mes publicar edictos revolucionarios contra el sagrado gobierno que autoriza Vuestra Digna Persona». «Todos los ánimos de estos fieles ciudadanos, que no ceden en su amor y lealtad acendrada hacia Vuestra Real Persona a los antiguos Leoneses que tantos trofeos alcanzaron bajo los gloriosos estandartes de los predecesores ilustres de V. M., juntándose en corrillos a cotejar con pálidos semblantes a la primera insinuación de un Compatriota Fiel (se refiere a Luis de Sosa), repitieron millares de ecos ¡viva nuestro amado rey Fernando! , ¡mueran los conspiradores!» Sigue el acta: «Se desplegaron las cuadrillas de vecinos de todas clases por las calles y por las plazas, repitiendo entre incesantes alaridos (...) ¡Mueran los malvados! Y en cuya disposición, rodeando la Casa del Ayuntamiento, pedían a grandes voces los Pendones de la Ciudad para proclamar vuestro nombre». El escrito narra cómo los ciudadanos se apoderan de los citados pendones, la bandera de la ciudad y del Reino que se hacían ondear con ocasión de las coronaciones, que concejales y otros dignatarios hacen ondear y llevan por toda la ciudad, siendo acompañados «por el pueblo entero». La Guardia de Escopeteros, rexidores a caballo y el «decano del Ayuntamiento» se suman a una manifestación masiva que demostraba «los verdaderos sentimientos que animan a los Leoneses». Es comprensible, pues, el temor de Murat y su acción de quemar el parte por miedo a que esa chispa de patriotismo prendiera en otras regiones de España. Especial ansiedad le debió producir el hecho de haberse organizado inmediatamente alistamientos y «cuerpos de voluntarios» para defender al rey. Son, pues, los primeros españoles que se preparan para la guerra. Después, estos sucesos se conocieron en Madrid, siendo aplaudidos por el pueblo llano, facilitando el célebre alzamiento del día 2 y el estallido de la guerra de guerrillas contra el ejército francés casi nada más poner éste los pies en suelo español. Tan apesadumbrados debían estar los leoneses de aquella época con la invasión, que el 10 de mayo, un gran número de vecinos de la ciudad presentaron a las autoridades un memorial en el que se decía que, en vista de las «fúnebres noticias» que en el correo habían llegado, solicitaban que fueran llevados a la Catedral, para hacerles rogativas por tres días consecutivos, «los restos de San Isidoro, el centurión San Marcelo y los tres mártires Claudio, Lupercio y Victorico», que en el monasterio de San Claudio se hallaban, a fin de conseguir «el sosiego de toda España». El resto de la historia es bien conocida. Se declara la guerra a Francia, abiertamente, y León recibe con entusiasmo a los milicianos que llegan del Principado de Asturias, uniéndose a ellos en masa y creando su propia Junta de Gobierno y Defensa. Esta junta se encargó de organizar las movilizaciones militares en toda su demarcación, la del Reino Leonés, y a pesar de que, teóricamente, la región estaba dentro del distrito militar comandado por el anciano capitán general de Castilla la Vieja, Gregorio Cuesta, la Junta de León había dado orden de alzarse contra los franceses, como dice Bravo, «sin contar con el capitán general para nada». La actitud de la Chancillería No es de extrañar que los patriotas leoneses desconfiaran de la actitud de las instituciones de la vecina región castellana: la Chancillería de Valladolid expide un bando el 5 de mayo en el que exige «prudencia» a las gentes para que el «alboroto» del 2 de mayo sea el último de esta especie que los pueblos experimenten, de modo que «no se vea alterada la buena armonía con las tropas francesas». Asimismo, se pide que en las localidades por donde pasen éstas se les proporcionen «cuantos auxilios precisen» y sean «castigadas» por los jueces las personas que les hagan daño. Cuesta, instado por el Ayuntamiento de León a que explicara cuál era su verdadera actitud ante la presencia en el país del ejército francés, responde que su principal deber es combatir la «anarquía». Hasta que no se produce la famosa batalla de Bailén, las institución castellana no se deciden a ponerse del bando popular. Otro detalle: cuando se crea la Junta Superior del Reino de León, el citado capitán Cuesta exige que ésta se disuelva y se integre en la Junta Superior de Castilla la Vieja. No obstante, la junta leonesa acuerda, por unanimidad, rechazar la orden. Cuesta ordena la detención de los diputados leoneses en Tordesillas cuando se trasladaban a Madrid para incorporarse al nuevo órgano de gobierno español (Junta Central) siendo encarcelados en el alcázar de Segovia. Pero la Junta Central ordena liberar a los detenidos, acogiéndolos en su seno como legítimos representantes del Reino de León, rechazando las pretensiones de la Junta de Castilla la Vieja y del Capitán General de Valladolid. Verdaderamente, la historia no está exenta de ironía. Y es que el ejército francés encontró nutrida respuesta en nuestras tierras: además del protagonismo de León y, también muy especialmente de la comarca del Bierzo y de Astorga con el general Santocildes, los guerrilleros populares surgieron por todas partes en la región: Julián Sánchez, El Charro, por tierras de Ledesma, Sayago y Aliste; José María Vázquez, El Salamanquino, por la zona de Sanabria; o Ríos, en Fuentesaúco, son los tres más conocidos. Militar, político y creador Pero buena parte de todo ello no hubiera sido posible si el «Compatriota Fiel» del que hablan los documentos, el leonés Luis de Sosa, no hubiera lanzado aquella proclama que suavemente se nombra en los escritos como «primera insinuación». Tuvo presencia activa en todos los grandes acontecimientos de la época, destacando sobre todo, aparte de la proclamación de la fidelidad al rey, la fundación la Junta del Reino de León, compuesta por tres feligreses de cada una de las parroquias. El 30 de mayo de 1808, todos ellos deciden nombrar como representante al hombre de mayor alcurnia militar de la región, Luis de Sosa, que también recibió los cargos de Coronel de Caballería y Comandante General de León, siendo en algunas ocasiones también Vocal de la Junta Central y secretario de la misma. También se le encomendaron delicadas gestiones con la Junta asturiana y con el Gobierno inglés, mereciendo por todo ello calurosas manifestaciones de agradecimiento y aprobación por parte de sus superiores. Fue el alma del Manifiesto de León , periódico cuyo primer número apareció el 22 de diciembre de 1808 y que, según creen algunos, fue el primero de los editados en León. Escribió un monólogo titulado La patria , representado en Cádiz el 19 de marzo de 1812, cuando se publicó la Constitución. También se conservan folletos, documentos y poesías variadas, algunas de carácter satírico. Fue nombrado Diputado de las Cortes de Cádiz, a las que no asistió por sus deberes militares, y también de las Cortes de 1836 y 1837. Otro tema que defendió apasionadamente en los debates del proyecto de Constitución fue el de la autonomía de las Diputaciones, y participó en la creación de la Real Sociedad Patriótica de León. Así pues, un leonés íntegro del que ahora podemos conocer su rostro gracias al hallazgo hecho por el abogado José Ángel Álvarez de un retrato suyo, que acaba de ser restaurado. Ahora resta que alguien emprenda la tarea de escribir, completa, su apasionante biografía. Esta es la antigua León, campo de ilustres hazañas, emporio de las montañas, obra del grande Amphion, a do huyendo el Paladion, de los insidiosos griegos, desde los voraces fuegos, de la malhadada Troya, fue conducido en tramoya por dos mil bueyes gallegos. Y desde entonces Minerva, promulgó por sabias leyes, y en obsequio a tales bueyes, el que fuese todo yerba, lo que en tal rigor se oberva, por estos colonos guapos, que no se ven más que chopos, en torno de grandes prados, y así viven inundados de grillos, ratas y topos. Sólo la carreta aqueja la cerviz del buey que amansa, y el corvo arado descansa, en la enmohecida reja, un verde céspede deja a estos colonos saciados, de la santa diosa Ceres, que hombres, niños y mujeres todos mueren por los prados. Este cielo es, cierto, hermoso, húmedo el clima y muy frío, y a causa de tanto río, el invierno es nebuloso, reina el Aquilón furioso, sobre el euro y otros vientos, pero en choques tan violentos, algunas veces contienden, que parece se desprenden, todos los cuatro elementos. Son todos los naturales, de genios pundonorosos, pacíficos, generosos, y vasallos muy leales; todos tienen armas reales, esculpidas en fachada, nobleza ejecutoriada, y carácter muy hidalgo; tienen sólo esto, en algo; todo lo demás, en nada. Y no obstante entre estos tales, hay notables diferencias, de prosapias y excelencias; que no todos son iguales; todos guardan los anales, desde el tiempo de Saúl, en el fondo del baúl, do en todos tiempos concuerde, que unos tienen sangre verde, y otros la tienen azul. En lo que el viento sella, mi labio y suspende el juicio, es en tal cual edificio, de arquitectura muy bella, pero entre todos descuella, como en todo, principal, como en todo, sin igual, y en la más pequeña parte, cual maravilla del arte, esta insigne Catedral. Monumentos e inscripciones hay también en la ciudad, que prueban la antigüedad, de sus viejos torreones y las varias producciones de su suelo feracísimo, demuestran el heroísmo, de aquestas gentes tan duchas, aunque en realidad son muchas para fijarlas guarismo. Muchas huertas accesorias, muchas cebollas y coles, muchísimos caracoles, muchos nabos, zanahorias, muchos berros y achicorias, muchos puerros de gazpachos, muchas mulas, muchos machos, y muchas tierras montiñas, muchos prados, pocas viñas y muchísimos borrachos. Muchas fuentes y arroyuelos, muchos charcos, muchos ríos, muchos aires, muchos fríos, muchas nieves, muchos hielos, muchos guindos y ciruelos, muchas piedras y muy lisas, muchas cosas no precisas, muchas presas y molinos, muchas vegas, muchos linos, y poquísimas camisas. Muchas cuestas, muchos valles, muchas gachas y cigüeñas, muchos tíos con madreñas, muchas damas, pocos talles, muchas casas, pocas gentes, muchos templos excelentes, con muchísimas cornisas, muchos curas, muchas misas, y poquísimos oyentes. Muchos campos, pocas sernas, muchos perros, muchos galgos, muchos caballos de hidalgos, mucho vino en las tabernas, de noche, muchas linternas, mucho ilustre caballero, mucha excepción, mucho fuero, muchas noblezas notorias, con muchas ejecutorias, y poquísimo dinero. Estas damas, dice Apolo, que no son en sus semblantes Galateas de Cervantes sí Dianas de Gil Soto, por lo que aquí resta sólo, dedicarse a buen vivir, y por precisión huir, de los funcionarios y bailes, tratando sólo con frailes, para aprender a morir. Hay aquí paseos sagrados, sin embustes ni lisonjas, donde pasean las monjas, curas, frailes y soldados, por lo que son admirados, de cualquier forastero, pues hasta pasean también los bueyes del matadero, para que del pueblo entero, no falte ninguno. Amén.

tracking