«Mis hijas duermen ahora sin mi beso de buenas noches»
|||| La vida de la familia García Pérez ha dado un giro radical desde aquel el 27 de enero. Su tranquila vida en su dos áticos del pasatge Calafell ha cambiado por la «caótica» vida de un hotel. Han pasado, literalmente, de un lado de la montaña al otro. Ahora viven en un hotel en el barrio del Putxet y todos los movimientos que antes hacían andando, como ir a la biblioteca, a la piscina o a la facultad ahora tienen que coger el metro y el autobús o el tren. Su espaciosa casa, dos pisos unidos, ha cambiado por habitaciones de hotel. Isabel es profesora de Religión y su marido trabaja en un banco. Tienen tres hijas, Maribel, de 22 años, Cristina de 19 y Marta de 17 años. «La vida nos ha cambiado completamente», asegura. Su vivienda estaba divida en dos partes, una en la que vivía el matrimonio y otra destinada a las hijas. Además, un espacio común para las actividades conjuntas. Ya en el hotel, las tres hijas tenían que compartir una habitación en la que hacen todos sus deberes de clase y el resto de actividades en un espacio muy reducido en comparación a lo que antes tenían. Isabel protesta porque ahora no pueden trabajar como lo hacían antes, tanto por la falta de medios y de espacio del hotel, como por el constante bullicio que hay en los pasillos, «no se pueden concentrar y acaban mucho más tarde de estudiar». «Ahora no puedo dar el beso de buenas noches a mis hijas, como hacía antes», lamenta la leonesa. Otro de los problemas es que no pueden olvidar lo que ha ocurrido con sus casas, porque están conviviendo con otros vecinos afectados y la situación es el tema constante de conversación. A pesar de la distancia intentan hacer la misma vida de antes. Las hijas de la pareja continúan yendo al esplai (un centro juvenil) del barrio, pero ahora tienen que coger el transporte público para ir e, incluso, desde las administraciones se les ha puesto un taxi para que las más pequeñas puedan ir al colegio, todo ello implica cuatro viajes al día. A todos los problemas que ha originado la situación del piso del Carmel, la familia de Isabel también tiene en cuenta el desarraigo que ha provocado separarse de su barrio de toda la vida. La separación de los amigos y la familia y algo tan simple como la confianza que ya había con los tenderos a los que siempre iba a comprar. «Dicen que en los hoteles estamos bien, pero esto es horrible», sentencia. Saben que pasará como mínimo un año antes de que puedan volver a su casa, si pueden, o antes de que les den una vivienda alternativa que les permita volver «a ser una familia normal».