Diario de León

Iconos en relieve

La «Cigüeña» de Hispano-Suiza, el «Elefante» de Bugatti, la «B Alada» de Bentley, la «Dama del Éxtasis» de Rolls... y el «Bib» de Michelin. Bibendum, una de las mascotas más simpáticas de la historia del automóvil, tampoco ha dudado en encarama

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JAVIER FERNÁNDEZ | texto
León

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En 1911Charles Sykes cincelaba «El Espíritu de la Velocidad», que acabaría transformándose en el «Espíritu del Éxtasis» y en ilustre remate de las famosas calandras RR; en 1931 aparecen las primeras «B Alada» en el frontal de Bentley, se diría competidores británicos. En 1904 la precisión relojera suiza se aliaba con la genialidad española en Hispano-Suiza y la «Cigüeña», emprendiendo el vuelo, se enseñoreaba de sus calandras. Lo mismo que un poderoso elefante, de erguida trompa, hacía lo propio sobre los radiadores, en forma de capilla, firmados por Ettore Bugatti... la historia sería interminable. El legendario muñeco creado por O¿Galop y nacido de una pila de neumáticos en 1898, también se codea «en plano» con emblemas tan sugestivos como «Il Cavallino» de Ferrari, el «Tridente» de Maserati, el mitológico Pegaso Alado o el «Quadrifoglio» de Alfa Romeo... ninguna frontera a la imaginación de los artistas que acabaron por inspirar auténticas joyas en la, entonces incipiente, comunicación dela automóvil. Cuando las épocas eran más propicias a la aventura de rodar sobre carreteras imposibles que servir, como hoy, de mero instrumento de transporte. Las cosas han cambiado tanto, que pocos se atreverían hoy a implantar ampulosos emblemas sobre unos frontales plegados a las leyes de la aerodinámica y escasamente capaces de rendir culto alguno a la magia de los diseños trasgresores de esa capacidad de romper la barrera del viento. Sólo las incombustibles RR, la estrella plateada de Mercedes... y poco más, han sido capaces de conjugar modernidad con herencia histórica, y ni siquiera en todos sus modelos. Pocos son los camiones que hoy se «atreven» a montar en su techo a un Bibendum tridimensional, mucho menos pintado con los colores de su equipo favorito y sin abrigo alguno a la inclemencia, de no ser por aquellas sugestivas bufandas y hasta por algún que otro gorro de lana que hace décadas hicieran furor. Sustituido hoy por -¿insulsas?- pegatinas, «Bib» se resiste a recluirse. Todavía resta algún que otro nostálgico que, inasequible al desaliento, mantiene la oronda figura (también hoy menos contundente en sus redondeces) del muñeco adosada a la carrocería de su vehículo, aún a riesgo de perderla a manos de algún insensato coleccionista -de lo ajeno- y también a riesgo de dejarla en cualesquiera trenes de lavado convertidos, las más de las veces, en auténticas trituradoras de adminículos automovilísticos. Sólo la magia, en la imaginación de los incondicionales, ha sido capaz de rescatar del olvido algunas de las celebérrimas mascotas que forjaron, a golpe de cincel, la mágica plasticidad del automóvil. ¡Loor a los héroes! El mundo les debe tanto, que mantiene con ellos una impagable deuda... nunca saldada.

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