Bebés al agua
La natación es un ejercicio ideal para el desarrollo equilibrado de la psicomotricidad infantil y ayuda a estrechar los lazos afectivos entre padres e hijos
Verano. Tiempo de calor. Y el agua, medio y divertimento para los más pequeños. Pero, ¿cuántos años debe tener un niño para disfrutar sin peligro del agua? ¿A qué edad puede aprender a nadar un ser humano? ¿Es cierto que la natación favorece el desarrollo físico y mental del niño? Para empezar, hay que tener en cuenta que la creencia de que los bebés saben nadar porque se desarrollaron en el líquido amniótico es un mito. Y es falso que los niños tengan un miedo instintivo al agua. Al contrario, pues no han desarrollado las prevenciones ni los temores que poco a poco acaban formando parte del yo. Respecto a la teoría de que la natación favorece la psicomotricidad: sí. Pediatras y educadores coinciden en que la natación es un deporte ideal para bebés de tres meses y para adultos de sesenta años, salvo excepciones. La ciencia también respalda creencias populares. Es verdad que los bebés flotan mejor que los adultos, y que durante la primera infancia el hombre cierra la glotis automáticamente al notar el agua en la garganta, reacción que con el tiempo se torna inteligente; lo cual, paradójicamente, llega a ser un inconveniente a la hora de nadar. Pero los niños son individuos singulares y no todos aprenden a nadar con la misma facilidad, ni alcanzan el mismo grado de habilidad. Influye mucho la actitud de los padres, la pericia de los monitores y los potenciales y accidentes. Lo primero que recomiendan los expertos es que padres y monitores sean rigurosos con la seguridad y naturales en su forma de actuar. Los bebés saben leer en el rostro de quienes les rodean y un acompañante temeroso es perjudicial para un niño que aprende a moverse en el agua. Así, hasta que el niño tenga edad para interpretar conceptos más elaborados -cuatro o cinco años-, es fundamental que los padres o monitores sepan salir airosos de los percances transmitiendo seguridad sin alarma. Expertos insisten también en que el agua estrecha lazos entre el bebé y sus progenitores. Si estos tienen la instrucción necesaria para enseñar a su hijo a nadar, lograrán establecer nexos casi instintivos que, salvo desastres afectivos ulteriores, durarán toda la vida.