Diario de León

La Sobarriba, antojano de la capital leonesa

A la solana de la ciudad está una comarca menuda y tranquila, cercana y lejana a un tiempo, hecha de sendas y de tapial, digna de ser conocida y caminada

Publicado por
VICENTE DE BARRIO | texto RUBÉN GONZÁLEZ | infografía
León

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Al iniciar el camino, el viajero calza las botas más cómodas, pone a la espalda la mochila, se toma un café con leche de pie a la madrugada en la cocina silenciosa y procurando no despertar a nadie de su casa, sale a la calle para ver si descubre un mundo más próximo y feliz. Hoy, con esta premisa, salgo a buscar la Sobarriba, aquí al lado, a dos patadas de León, detrás justo de la Candamia. La Sobarriba es una extensión de tierra yerma solo apta para el centeno y antes, hace años, para producir un vino híbrido, infame, que recordaba que aquel líquido venía de la uva; tierra pobre, tierra triste, tierra que sacude el alma por la sensación que produce la soledad de sus pueblos, la escasez de sus campos, de sus iglesias... y sin embargo estos inconvenientes son su encanto, su maravillosa paz, la increíble inmensidad de la nada. La Sobarriba se percibe con el alma, con ojos que no existen, que están escondidos en el pensamiento; la luz, la intensa luz que abre el horizonte, la tensión del aire que penetra en los huesos, los increíbles brillos de las estrellas de una noche llena de quietud y de paz. La Sobarriba, aquí al lado, junto a las naves industriales que jalonan sus carreteras extremas, las que la circunvalan, porque las carreteras que llegan al corazón de la comarca están vacías de todo, hasta de coches. Son carreteras que permitieron a la gente huir hacia Barcelona, Bilbao o Valladolid. Son caminos de ida, nunca de vuelta. Los pueblos se ven como parte de un paisaje, de un todo. Carbajosa, Villafeliz, Tendal, Navafría, Represa, Villamayor, Villacil, Villacete, Solanilla... adobe, casas de adobe, pajares caídos, espadañas, torres de iglesias, de ermitas perdidas en la soledad del campo donde la gente reía, bailaba, comía, luchaba en corros improvisados en los que los mozos demostraban que eran, son y serán, indudablemente, los mejores luchadores que nunca existieron. La Sobarriba se quiere, se siente... oír cantar fuera a dos fulanos aquello de Somos de la Sobarriba es una cosa de erizar el pelo. Ir a verla, a sentirla, aquí al lado a dos pasos de León. No es que se vean paisajes como en los Picos de Europa o en la inmensidad de la Tierra de Campos, ni tendréis el verdor de la Ribera. Es lo que es: un paisaje del alma y esto es muy difícil de describir con palabras. ¡Ah! Y para comer vais a Arcahueja, al Pradillo. Las tres bes, bueno bonito y barato.

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