«Las he amado a todas»
«De joven era mujeriego, ahora sólo soy adicto al sexo». Quien así habla es Fernando, coruñés de 55 años. Por su vida han pasado cientos, quizás miles de mujeres, pero con ellas siempre buscó algo más que sexo: «Si veo que no aporto nada no me
SARA CARREIRA | texto Fernando es un sexoadicto, de los que engrosan ese 6% de la población que han hecho del sexo el eje de su vida, según un estudio publicado en el American Journal of Psychiatry. Fernando nunca fue otra cosa, y lo asume con total naturalidad. «Cuando tenía seis años o quizás menos -recuerda- fui a casa de unos tíos y en esas vacaciones me abalancé sobre una prima de mi misma edad. No sabía lo que hacía, simplemente lo hacía». Ese fue el principio de una vida en la que ha habido un padre maltratador, una madre consentidora, dosis a partes iguales de sensibilidad y rebeldía, y una inteligencia más que aceptable. Fernando está dispuesto a hablar de su vida amorosa y lo hace con fría sinceridad, algo de cinismo y una pizca de nostalgia. «Cuando era joven tenía tres o cuatro chicas todos los días. Entonces era un mujeriego, pero ahora sólo soy adicto al sexo, respeto a mi pareja siempre que ella siga mi ritmo, claro», explica, y detalla: «¿Sabes? No puedo entender eso de acostarte con una mujer que te gusta y no hacer el amor con ella. Sin embargo, las españolas de mi edad (y en un ramalazo machista habla de señoras de cuarenta) no aceptan eso. Todo empieza muy bien pero en unos meses llegan el cansancio y las jaquecas». Y ese es el fin para Fernando: «Cuando hay rutina en la relación es que todo se acabó». Y en su caso se acabó muchas veces, ya que ha tenido más de diez compañeras sentimentales serias, con las que estuvo tres años por lo menos; de las que sólo le duraron seis meses, ya no lleva la cuenta. «¿Líos de un día o dos? ¡Yo qué sé cuántos!», responde con orgullo. Pero que nadie se engañe. Fernando no es un cincuentón repulsivo, uno de esos babosos que lanzan miradas acuosas a todos los escotes que otean. Absolutamente encantador, simpático y educado (ni una sola vez, ni una sola, le pescó la periodista una mirada fuera de tono), Fernando es un niño bien, un hombre de mundo que reconoce su debilidad por las faldas pero no por el sexo en estado puro. A los pocos minutos de la entrevista hace una declaración de intenciones: «A mi manera yo las he querido a todas. Tiene que haber algo más, tengo que aportar algo a esa relación, porque si no paso. El sexo por el sexo no me interesa, por eso nunca he ido con prostitutas, porque sé que es falso. Tal vez es que quiero agradar, no desahogarme». ¡Vaya!, así que el mito de don Juan existe. Adicción «sin sustancia» La psicología actual tiene más que calado a un tipo como Fernando. Se dice que sufre una «drogodependencia sin sustancia» que, como todas las adicciones, es sólo la punta del iceberg de asuntos más complejos. Un síntoma, no una enfermedad. Él, que es un autodidacta en esto de la psicología (tiene un olfato único para detectar problemas), se ha psicoanalizado: «Yo sé que todo esto es por mi padre. Por una parte son los genes, él también fue un mujeriego en algún momento de su vida. Pero por otra él me hizo ser así. Mis hermanas (él es el primer varón en una familia numerosa) no me comprenden, pero es que mi padre a ellas nunca les pegó. A mí desde pequeño me maltrató, me daba unas palizas espantosas con ocho o nueve años, de una dureza que yo creo que era sadismo». Una confesión terrible. En la cara de Fernando se ve cómo pasan y pesan los recuerdos, y cómo aflora la dulzura infantil y entonces se comprenden muchas cosas. «Yo era un niño muy sensible -dice mientras los ojos le brillan, a punto de claudicar- y él era tan duro que me hizo rebelde». Va a seguir, pero prefiere pasar página: «Ahora ya lo hubiese podido perdonar (el padre murió siendo él muy joven), pero durante muchos años le guardé rencor. Claro que en mí no sólo está mi padre, si no también mi madre, que consintió aquello para proteger a mis hermanas de las palizas. Supongo que ella tampoco podía hacer más». De libro. Según el National Council of Sexual Addiction (NCSA) de Estados Unidos, el 71% de los adictos reconoce haber sufrido abusos físicos. El primer psicólogo que abordó este comportamiento sexual compulsivo fue Patrick Carnes, que en 1970 escribió un libro que parece pensado para Fernando: No lo llames amor: recuperarse de la adicción sexual. Mucho más tarde, en 1986, el psiquiatra alemán Kraff -Ebbing lo describió como una psicopatía sexual. El problema es el mismo que en todas las adicciones: si no hay repercusiones en el entorno, o las que hay no molestan, los sexoadictos están encantados con su vida. Kika Gutiérrez, psicóloga conductista, añade otro factor más: «Tener mucho sexo está socialmente muy bien visto», y si en una adicción el paciente tiene más recompensas que desventajas «nunca la dejará». Algunos de los problemas que se pueden enumerar entre los sexoadictos están cuantificados por el NCSA: el 40% pierde a su pareja, un 72% tiene ideas obsesivas sobre el suicidio, un 27% acaba sufriendo problemas laborales y un 40% tiene embarazos no deseados. Fernando, en ese sentido, se ha organizado de maravilla: en el 80% de sus relaciones él fue quien cortó, y en cuanto al trabajo, es su propio jefe. No tiene ideas sobre el suicidio, pero sí comparte otras dos de las características de los pacientes diagnosticados: es vanidoso y cree que morirá el día que no pueda practicar el sexo. Sobre lo primero no hay más que escucharle hablar de su actual compañera, una chica sudamericana de 25 años que conoció por Internet y que se trajo a España: «Ella está enamorada de mí -dice sin rubor-. No creas, es estudiante de Historia y es una mujer muy lista». Menos mal que la inteligencia de Fernando despeja ligeramente las nubes de sus fantasías: «Tampoco me voy a engañar, porque ella quería venir a España y tenía un anuncio colgado en Internet en el que se ofrecía para casarse o contactar con alguien con tal de venir. Pero ahora sé que está enamorada de mí. Eso se nota en una mujer». Otro ejemplo de su difícil equilibrio entre vanidad y realismo: ¿Has tenido a todas las mujeres que has querido? «Siempre. Bueno, de joven siempre, ahora soy realista y ya no intento ligar con quien me puede rechazar, y ya no me acerco a una chica guapa de veinte años». Ni de treinta, rico, piensa la reportera. Terror a la impotencia De la segunda característica, el terror a la impotencia, Fernando la calca: «Físicamente estoy fatal, porque tengo hipertensión y hasta me hicieron un by-pass. Los médicos me dijeron que tal vez quedase impotente y lo primero que hice cuando me recuperé de la operación fue comprobar que eso no era cierto». El miedo a dejar el sexo es superior a todo lo demás, por eso recurren a parejas cada vez más jóvenes, para que sigan su ritmo. Su afán es tal que ya ha probado las citas de sexo seguro por Internet: «Internet ha facilitado mucho las cosas -apunta, experto- y te descubre muchas cosas de la gente». Él utiliza la Red para encontrar a sus nuevas novias sudamericanas, pero hace años se concentraba en el género hispano: «Todas las semanas iba a algún sitio de España para ver a alguien». ¿Nadie te engañó?, pregunta la periodista. «No, nunca», se extraña. Más preguntas: ¿Qué tipos de mujeres acudían a estas citas? «Yo siempre he ido con menores de 42 años. Y verás, cuando una mujer madura se conecta a un chat es porque tiene problemas, eso seguro». De los hombres no dice nada, no don Juan.