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«La ciudad se conforma con obras privadas, pero es un bien colectivo» «La peatonalización es un logro más filosófico que físico»

Eloy Algorri | Apuesta por «edificios educados», en los que personalidad no esté reñida con la armonía. Confiesa que, en vivienda, el valor de intercambio hace que los constructores no se arriesguen con innovaciones Ramón Cañas | Recuerda que

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M. J. MUÑIZ | texto y fotos M. J. MUÑIZ | texto y fotos
León

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«En León la construcción de las viviendas sigue marcada por un concepto de la propiedad que la convierte en un bien de intercambio, lo que lleva a las construcciones a ser poco arriesgadas, para que su valor de mercado sea el convencional. Eso hace que arquitectónicamente haya poco que destacar». El arquitecto Eloy Algorri apunta, sin embargo, que la ciudad ganaría con un concepto más integrado y uniforme de sus construcciones. «Al fin y al cabo se conforma de obras privadas, pero es un bien colectivo». Esta uniformidad no implica, sin embargo, un concepto decimonónico y homogéneo que se traduzca en vulgaridad. «Pero hay un límite en el general abuso de aparatosidad, que implica que las calles y los barrios tengan un aspecto poco ordenado visualmente, sin continuidad de criterio». Un concepto bien distinto al que rige en la mayor parte de Europa, donde se aprecia fundamentalmente la uniformidad exterior, frente a la voluntad de distinción española. «Hay que buscar un rasgo de personalidad en cada edificación, pero dentro de la armonía. No todos los edificios pueden ser excepcionales, ¿qué pasaría si la ciudad estuviera compuesta por multitud de edificios como Botines? Sería absudo, una locura», comenta Algorri. Para el arquitecto leonés hay además en la construcción de vivienda local un elemento que no deja de resultar curioso: se da mucha importancia al exterior, frente a los componentes interiores de habitabilidad, como la luz o la eficiencia energética. «Si cuando compramos un coche preguntamos cuánta gasolina gasta, por qué no hacemos lo mismo con la calefacción al comprar un piso», se pregunta. A la hora de analizar las nuevas tendencias arquitectónicas en vivienda, con las limitaciones expuestas, el profesional se centra en los barrios de nueva construcción, como Eras y La Palomera. En el primero de los casos destaca una uniformidad que se logra con la distribución a través de una gran vía principal («demasiado larga, en mi opinión») que actúa como «fondo de saco» al que van a parar todas las calles transversales. «Hay ejes que pueden con todo, como ocurre con la vía principal de Eras, y sucederá en mayor medida cuando el arbolado sea suficientemente grande. Aún así, se da una cierta homogeneidad por el cuidado de las alturas, similar, más alto en la calle central y que se va reduciendo en las adyacentes. En estas últimas la arquitectura tiene más protagonismo que en el centro. Aunque el arquitecto echa de menos un carril bici, uno de esos factores de humanización a los que una ciudad del tipo de León se adaptaría fácilmente: «Es plana y las distancias son cortas». En cuanto a los edificios, destaca por ejemplo el de Juncale, «razonablemente bien compuesto con un sentido de discreción y conjunto nada aparatoso y grandes ventanales». También apunta el realizado por Juan José Tejera, un edificio «que renuncia voluntariamente a la ornamentación y que es arriesgado a efectos comerciales», con franjas verticales retranqueadas por una de sus fachadas y originales trazos horizontales por el otro. Algunas de las edificaciones apuestan por materiales novedosos, como el acero; o las formas más contundentes, incluso en la construcción de viviendas en estos barrios. Una apuesta que se produce también en los arrabales, en la zona histórica de la ciudad, donde proyectos como los de Ricardo García Alonso logran la conjunción de lo chocante y lo integrado al encajar en un caserío tradicional y homogéneo fachadas de hormigón visto y grandes paneles de madera. Debido a esta concepción eminentemente comercial de la vivienda, los proyectos más innovadores, dentro del conservadurismo generalizado, se producen en las edificaciones de protección oficial. Algorri destaca las realizadas por Santiago Fernández Carnerero para la Junta. También considera que tienen conceptos novedosos las cooperativas diseñadas por él en La Palomera. «Para empezar conseguimos que los bajos no se destinaran a esperar futuros comercios, sino que redundaran también en una mejor calidad de vida en esos bloques. Los proyectos son de 1994, cuando las grandes superficies paralizaban ya la instalación de pequeños negocios, especialmente en estos barrios. Por eso construimos porches asociados a los patios interiores, que sirvieran de zona de paso y refugio frente al frío y al calor, porque las aceras son muy estrechas, y también de zona de juegos, con la instalación de mesas para uso vecinal». Una referencia La vivienda que sirve de «puerta de entrada al barrio» se articula a partir de un bloque circular vertical que alberga una escalera, un chaflán que se convierte en referencia de la zona, aunque el resto del edificio tenga una concepción elemental en su conjunto. «Se trata de hacer una arquitectura tradicional, pero con voluntad de modernidad», explica el arquitecto, que apuesta por elementos personalizadores y diferenciadores que no rompan con la armonía del conjunto. También presta especial atención Algorri a los remates, y la visión de los edificios en perspectiva. «Los tejados acaban dibujando una línea que también tiene que tener armonía, por ejemplo que contemplados en la distancia no aparezcan como un desordenado conjunto de chimeneas, shunts y antenas». En el caso de las cooperativas de La Palomera, la solución fue una cubierta que vierte aguas hacia adentro, y no muestra su contenido al exterior. Igualmente, el arquitecto no renuncia a elementos de protección del edificio, como las cornisas, pero apuesta por un tratamiento más innovador de estos parámetros. «Las peatonalizaciones han recuperado la ciudad para los viandantes, pero se han llevado a cabo con distinta fortuna. Hacen falta más zonas verdes, areneros infantiles,... Los resultados son escenarios artísticamente pictóricos y que se exhiben turísticamente, pero se olvida que en esos espacios viven personas con unas necesidades diarias que no se corresponden con esa uniformidad». Ramón Cañas es uno de los arquitectos leoneses que mejor conoce las intervenciones llevadas a cabo en el casco antiguo. «Ahora la arquitectura leonesa es pionera, pero también se situó en la vanguardia en el siglo XIX, la restauración de la Catedral fue un laboratorio que sirvió la controversia para todas las teorías, sobre todo para el enfrentamiento entre historicistas y críticos». Apasionado defensor del espíritu de la ciudad vieja, que no sólo no está reñido con el avance y la modernización sino que la reclama a gritos, aunque con un criterio fundamentalmente humanista, Cañas no duda en hacer crítica de aquellos aspectos que considera menos afortunados. «Es patético cómo se ha elaborado una mejor accesibilidad al casco antiguo, y a la vez se ha llenado de trampas. Bolardos, cadenas,... falta cultura para respetar estas cosas, y se impone a la fuerza, pero es una solución demasiado drástica». Volviendo a las peatonalizaciones, el arquitecto considera que en general se han utilizado materiales muy duros, poco adecuados para los ciudadanos, por lo que considera la mejora, que no discute, un logro «más filosófico que físico». También reclama un debate sobre la relación de la muralla con la ciudad y el entorno que la rodea. «En el caso de Las Cercas se planteó la necesidad de ponerla en valor, pero las soluciones han quedado en suspenso. Ahora se evidencia además que es urgente establecer un criterio claro, que ponga de acuerdo a las intervenciones llevadas a cabo en las distintas épocas». La ciudad y su muralla La muralla, su relación de amor-odio con la ciudad. «También hay que determinar claramente cuál es la relación del caserío que vive adosado a la construcción romana con ella, porque al fin y al cabo eliminar la vivienda es eliminar parte de la historia. Lo que resulta evidente es que no pueden quedar flecos sueltos, como ocurre en la Era del Moro, ni lugares donde el tráfico perjudica claramente a las piedras, como en Ramón y Cajal. Es una solución difícil, pero hay que hacer compatible la historia, la pervivencia del monumento y la habitabilidad de su entorno». Y es que los asuntos de rehabilitación y tratamiento del patrimonio histórico son asunto espinoso. «La protección es un cajón de sastre donde cabe todo», asegura Ramón Cañas. «Pero la recuperación no puede limitarse a ser como el envoltorio de un caramelo, hay que trabajar con una sensibilidad que no es moderna ni antigua, es la que respeta los materiales y sistemas de trabajo tradicionales. Se trata de utilizar revocos de cal, no de pintura plástica que imite a la cal». El arquitecto lo explica con contundencia: «La recuperación no puede limitarse a una apariencia en las fachadas, sino a un grado de compromiso y concienciación con lo que se hace». La situación no es fácil, porque «la alta competitividad y los intereses económicos están acabando con los oficios, que no entran en los esquemas de precios actuales. Antes se empezaba de aprendiz y se llegaba a maestro, ahora, salvo el trabajo de la escuela taller, ni hay paciencia para afrontar este proceso ni los constructores en general quieren pagar el coste que supone trabajar como manda la tradición». El resultado de esta situación es una lucha entre un nivel de dignificación general del casco histórico y el peligro de que cada cual quiera realizar las cosas a su manera, «o peor aún, con la excusa de la modernidad que cada uno decida dejar constancia de su toque original. El resultado suele ser un relamido panorama de acabados superpuestos». Rehabilitación y cultura La cultura de la rehabilitación, según Ramón Cañas, no consiste sólo en mantener fachadas, «eso es un pecado en la recuperación. Igual que hay una cualidad de residente de casco histórico, tiene que haber una cualidad de constructor para estas zonas, no todo el mundo vale para todo. Se trata de tener una sensibilidad especial, es un referente y otra forma de vivir, y hay que mantener ese espíritu». Por último, el arquitecto leonés se declara partidario del intervensionismo decidido en la zona histórica. «El casco antiguo es único, y se ha desarrollado a lo largo de muchos siglos. Para mantenerlo, y mantenerlo con vida, hace falta involucrarse, organizar espacios vivibles, patios, zonas verdes,...» Con una verdad y una convicción cuya sutileza va mucho más allá de las meras apariencias de las fachadas.