¿Quién cuida en León de los animales salvajes?
Animales sin dueño, salvajes o abandonados reciben la oportuna atención médica en la Clínica Veterinaria de la Universidad de León. Águilas, linces, buhos, corzos... han sido pacientes en más de una ocasión de este servicio de urgencias.
Aguilas y buhos víctimas de la «violencia pandillera» de grupos de urracas, un corzo casi ahogado en estos tiempos de sequía, y un gato montes atrapado por un cepo asesino constituyen los más recientes pacientes que han sido atendidos en la Clínica Veterinaria de la Universidad de León. La recuperación y puesta en libertad de numerosos animales, gracias a la labor de un voluntarioso equipo de veterinarios de la ULE, no constituye un hecho aislado, ya que la clínica desarrolla una valiosa tarea, quizá poco conocida pero de enorme importancia, al ocuparse en muchas ocasiones de ejemplares enfermos o heridos de especies poco frecuentes o en peligro de extinción. Generalmente son los Servicios Territoriales de Medio Ambiente o los Centros Oficiales de Recuperación quienes hacen llegar los pacientes a la clínica, pero cada vez con más frecuencia son personas particulares quienes se acercan a la Facultad de Veterinaria con algún animal enfermo o herido que han encontrado. Alicia Esther Serantes, profesora del Departamento de Patología Animal (Medicina Animal), nos cuenta en este reportaje los últimos casos que han pasado por este singular «servicio de urgencias». Violencia juvenil Hace unas semanas, a primera hora de la mañana, (estaba yo dando el biberón a una corcina que tenemos hospitalizada), llegó el conserje de la Facultad de Veterinaria, buscándome porque le habían advertido que, en el patio interior de la citada facultad, «unos pájaros están dándole una paliza a otro», que aparentemente había resultado muy mal parado, aunque vivo todavía. Recogido el animal, resultó ser un joven búho chico, un búho chico adolescente, más bien, al que, en el que tal vez fue su primer periplo solitario fuera del nido, una pandilla de urracas habían acosado hasta derribarle, y una vez en el suelo, siguieron con la paliza, unida sin duda a todo tipo de amenazas e improperios en tal tono que vinieron a interrumpir con el jaleo el trabajo que se desarrollaba en los laboratorios cuyas ventanas abiertas para paliar la canícula daban precisamente al patio en que se desarrollaba la bronca, salvando así al adolescente solitario. Unas curas para las heridas del cuerpo, un par de ratones para reponer fuerzas y unas horas de reposo en paz para sanar, si es posible, las heridas del alma, bastaron para dejar al jovenzuelo en condiciones de marchar, al crepúsculo, a buscarse otros espacios donde vivir su vida. No hubiera sido esta noticia de interés, (lesiones más graves en individuos más valiosos, si es posible medir el valor de una vida, hemos sacado adelante sin hacer ruido mediático alguno), de no haber sido porque, a los dos días, se repitió la historia de agresiones juveniles, tan de moda en los humanos malcriados de este hemisferio ahíto: nos llegó un jovencillo ratonero (busardo o águila ratonera), esta vez de manos de los servicios territoriales de Medio Ambiente, con una conmoción leve, agravada tal vez por un golpe de calor. Tratado su pequeño problema de salud, rehidratado y tras un aperitivo de ratón, al haber sido hallado en León no había inconveniente en soltarlo directamente, así que elegimos para ello el Campus, a primera hora de la mañana, antes de que el calor y los universitarios pudiesen incomodar al joven ratonero. Pasaba por allí en el momento de nuestra salida un hombre con su perro, por lo que esperamos apenas un par de minutos, tiempo suficiente para que el paciente que iba a ser dado de alta fuera visto por una pega rabilonga, que enseguida empezó a chillar, llamando a sus pandilleros congéneres. Al soltarlo, el ratonero que apenas se habría empezado a independizar de sus padres, inició un vuelo que quiso ser hacia arriba y hacia delante, mientras las pegas, que ya eran dos, y enseguida tres, y luego cuatro, le acosaban con gritos y pases violentos sobre su espalda y cabeza, impidiéndole alzarse sobre ellas. Apenas seis o setecientos metros más allá de donde le habíamos soltado, el busardo cayó al suelo, seguido ya por media docena de urracas que le gritaban y se le echaban encima. Allá que nos fuimos a recogerlo de nuevo, y de vuelta a la facultad, nos seguían por el cielo y los aleros las pegas chillonas, profiriendo no sé qué insultos y amenazas. En fin, decidimos llevarlo a la Sobarriba, lejos del territorio de cría de estas aves sociales y sociables que tan bien defienden lo suyo; pero pudimos comprobar que en todas partes la conquista de la propia independencia y de un espacio propio en la vida es difícil para los jóvenes de cualquier especie: esta vez, al verse libre, el ave voló a una finca de frutales y se fue a posar a un peral, a cuyas ramas superiores enseguida se encaramó una corneja, y luego dos, y tres, para advertirle que aquél era su territorio, donde no sería bien recibido. En fin, con excesiva frecuencia tendemos a humanizar el comportamiento animal, en el soberbio convencimiento de que sólo el punto de vista humano puede interpretar los hechos que nos rodean, y por ello me vino a la cabeza la actualidad del tema de matonismo juvenil, de violencia entre adolescentes, de abusos y acosos a veces mortales... pero enseguida recapacité: nada que ver, no se trata sino de la necesidad de unas aves con una gran inteligencia social y unas relaciones de grupo envidiables, de mantener su territorio de cría libre de depredadores y de competencia, que pueden poner en riesgo sus propias comunidades familiares; alejemos, pues, la tentación de compartir nuestras bajezas morales con otras especies animales, en un intento de hacer real el dicho castellano de «mal de muchos...» Empeño en vivir Empeño en vivir, y no de otra forma, se puede llamar a lo que tiene la corcina que desde hace mes y medio nos acompaña hospitalizada en la Facultad: medio muerta llegó, con apenas 24 o 48 horas de vida, después de que un vecino de Prioro la encontrara, medio ahogada en una cuneta que, ironías de un año de sequía, precisamente estaba anegada, con la cabeza aplastada, la boca rota, gravísimos derrames en cráneo, tórax y abdomen... tres días sin poder siquiera sostener en alto la cabeza, signos de lesión cerebral y paresia de medio cuerpo cuando por fin se puso en pie, después las secuelas de no haber recibido de su madre las defensas necesarias para su vida de corza... Pero aquí está ella, corriendo, saltando, intentando superar ya sólo un par de infecciones locales, mientras nos mira curiosa cuando le susurramos el nombre que usamos para llamarla, mientras podamos disfrutar de su presencia: Antía, en honor de San Antón, que, sin duda, algo habrá tenido que ver con su sorprendente recuperación.... San Antón y «Golfa», la colega Foxterrier que, avezada en el trato y los cuidados de los pacientes en estado crítico, le lamía la cara tras tomar los biberones que se derramaban en parte por sus lesiones en la boca, para dejarla bien limpia, y después el lomo todo, para, como una amorosa madre corza, estimularle el vientre ayudando al bebé a orinar y defecar cuando debía. Animales Por último, aquí estamos, intentando sin mucho éxito salvar el pie, o al menos la vida, de un pobre gato montés, joven y hermosísimo, que tuvo la desgracia de vivir, como los pocos que de su especie nos quedan, demasiado cerca de la especie animal que con más animales cuenta: nosotros mismos, única especie capaz de colocar el cepo que casi le cercena la pierna, el cepo de cuyas secuelas no sabemos aún si podremos salvarle.... Todo esto podría parecerle a algún honesto ciudadano un cierto despilfarro de tiempo y medios que pertenecen a la esfera de lo público, que es de todos... No tenga miedo nadie, que a nadie quite el sueño: todo este trabajo, y aún el gasto, corre a cargo de algún que otro idiota, como yo misma, de la Unidad de Cirugía de esta Facultad: hasta la fecha, nadie ha dotado ni económica ni humanamente estas actividades; las horas destinadas a alimentar y tratar estos pacientes son parte de nuestro tiempo libre, pues no son considerados dentro de nuestra jornada laboral: no existen los sexenios de clínica, como los de investigación o docencia, no se considera trabajo esto que hacemos, y hasta existen serias dificultades para ajustar el coste de los tratamientos a algún capítulo económico de los que quienes hemos de hacer clínica podemos manejar... a veces, demasiadas veces, incluso, tenemos que escuchar, cuando se discute en una mesa cargada de teóricos, que no de clínicos, que quienes siempre hemos hecho esto no queremos que se haga clínica en nuestra facultad...