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Una vida junto al oso

Pendientes de este animal invisible, la Patrulla del Oso considera que en la Montaña Palentina existe una buena cohabitación entre la población y los ejemplares de oso pardo que la recorren

Publicado por
PACO ALCÁNTARA | texto EDUARDO MARGARETO | fotos
León

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Toño Gopegui acaba de avistar un oso. Tenso, con los prismáticos pegados a los ojos, distingue a unos 300 metros un ejemplar joven. Un momento de felicidad plena, de emoción contenida, casi orgásmica. Tal que una aparición sobrenatural. Alerta a sus compañeros, «allí está, en la valleja, junto a los castros. Ahora sube por la campera. Va andando por el lomano». Apenas 30 segundos de contacto visual y de regodeo cercano a lo místico. Los otros miembros de la Patrulla del Oso, César Rueda y José Ángel Ibáñez, también han podido disfrutar de la escena y sonríen satisfechos, hoy compensó el madrugón, vigilaban desde las seis de la mañana en una collada de la montaña palentina esperando el encuentro. Este flash centrará la conversación de toda la jornada, porque ver a alguno de los cerca de 30 ejemplares que campean por este amplio territorio es un lujo al alcance de unos pocos privilegiados. «Nuestra misión consiste en tenerlos controlados, saber por donde se mueven, informar a la población y protegerlos. Nunca nos acercamos porque te puedes pegar un buen susto». César asiente las palabras de José Ángel y cuenta con voz queda uno de esos escasos contactos que el mismo protagonizó. «Me salió una cría al camino y se espantó al verme. La madre que estaba más arriba bajó a defenderlo. Nos miramos a la cara unos segundos. Impresionante», y, ahora sí eleva el tono al pronunciar la última palabra: «Entonces, cargó sobre mí y salí corriendo. El miedo me invadió cuando me paré para comprobar si la osa me seguía. Me encontraba solo en un hayedo». Estos sinsabores se compensan con el privilegio de sentirse los guardianes del emblema de este espacio natural, una población de oso pardo cantábrico que con mucho esfuerzo sale adelante, «porque hay muy pocas hembras, en torno a seis o siete. Este año, una de ellas ha parido dos escañetos». José Ángel, el más veterano de los tres, apostilla, «cuando se observa a una madre con los oseznos uno se siente tremendamente contento, al comprobar que la especie continua». Tras las huellas Guillermo Palomero, presidente de la Fundación Oso Pardo, asegura que aún se emociona incluso cuando distingue una huella: «Me gusta encontrar indicios, interpretarlos, saber que hay osos en la zona». La conversación tiene lugar en la Casa del Oso, en Verdeña, en plena Castillería. Visitamos un recoleto museo donde se recrea la vida de este animal. Es la última actividad de esta entidad que, desde principio de los noventa, ejecuta el programa de protección de las dos zonas oseras que se localizan en la cordillera Catábrica: la oriental, que se extiende por territorios de Palencia, León y Cantabria; y la occidental, más numerosa, con unos 100 ejemplares, en torno a Somiedo, en Asturias, y Laciana, en León. «Nuestro gran reto es unir las dos poblaciones. Les separa apenas una franja de 50 kilómetros. No es imposible que entren en contacto. Pero esa tierra de nadie en León acumula hoy muchas actividades humanas, se trataría de reducir los efectos barrera reforestando y pastando para propiciar que estos animales circulen sin obstáculos». Eremitas del monte Mamífero solitario, huraño y poco sociable, este plantígrado deambula por grandes extensiones en busca de comida, principalmente, arándanos, hormigas, hierba y carroña. «Son muy esquivos y, gracias a su desarrollado olfato, notan la presencia a distancia», agrega el naturalista orgulloso de que la montaña palentina sea hoy día ejemplo de una apacible cohabitación entre el hombre y el oso. Hoy no toca hablar de la barbaridad medioambiental que supondría construir una estación de esquí en San Glorio. Desde hace años, los mayores problemas se limitan a los encontronazos con algún vecino que se adentra en el monte con el consiguiente susto, y los destrozos que causan en las colmenas. Ante el primer hecho no hay solución posible, aunque los casos se reducen a dos ataques a personas en los últimos 20 años; para compensar el segundo, la Administración paga religiosamente estos daños, eso sí, con bastante retraso, y cede a los afectados un pastor eléctrico para proteger los colmenares y evita nuevas incursiones. «La mayoría de los vecinos llevan bien su presencia, siempre han vivido aquí», remacha José Ángel, «la mala fama persigue al lobo». A pesar del susto, quienes se han topado alguna vez con un oso se sienten unos privilegiados y evocan milimétricamente la secuencia aunque hayan pasado años. El confidente es Paulino Rueda, anda por los 69 años y reside en la localidad palentina de Polentinos. «Bajaba por un lomano espeso, con mucho brezo. Uno de los perros que me acompañaban ladró. Entonces oteé en el hayedo a dos cachorros jugando, estaban a unos 60 metros, pero apenas si me pude fijar porque la madre corría ya hacia mí. Me quedé quieto por instinto. Berreó varias veces y se frenó a dos metros». Permanece con la mirada fija evocando el escenario, mientras relata el acontecimiento. «Nos miramos a los ojos y entendí cómo ella me estaba incitando a que me marchara. Había invadido su territorio, entonces se dio media vuelta y desapareció en el brezal». Palomero explica este comportamiento. «Es un mamífero huidizo, no es territorial, pero las hembras son muy celosas e intentan proteger a sus crías intimidando a quien se acerca. Eso sí, antes de una embestida avisan con un actitud agresiva mediante cargas disuasorias». Últimas muertes Para la historia negra quedan las últimas muertes en batidas de oso, 28 ejemplares cazados en la Cordillera Cantábrica entre los años 1957 y 1965, con un broche trágico tras el asesinato de «el rubio» en una cacería ilegal de corzos en Palencia, a finales de los ochenta. Mariano Sordo presenció la muerte a tiros de uno de estos ejemplares. Tiene 88 años y la mente ágil. «Ocurrió tras la guerra, íbamos de caza a por la garduña, que entonces se paga muy bien, a unas 400 pesetas cada piel. Según apareció la osa mi compañero la disparó y calló dando tumbos hasta el río, iba con dos crías. A los oseznos los volvimos a ver otro día y habían sido recogidos por otros adultos». Eran otros tiempos, llenaron la piel del animal asesinado con paja y la bajaron hasta Cervera sobre un carro donde inmortalizaron su «hazaña» en una foto. Hoy el oso tiene futuro si mantiene una equilibrada cohabitación con los intereses humanos que ocupan su mismo territorio. Guillermo Palomero no se cansa de repetir la misma cantinela: «No valoramos las especies que habitan en nuestro entorno. Es muchísimo más barato mantenerlas, que intentar restituirlas cuando ya han desaparecido. Esto último es enormemente caro y los resultados además, son inciertos». Frente a lince ibérico, el visón europeo o el urogallo, el oso es una especie con porvenir. Y ellos, son ajenos a esta buena noticia.

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