El «play boy» Ligero ofrece sus servicios a 30 euros
Las gestiones llevadas a cabo para localizar algún burro semental, dedicado a la cubrición de pollinas, iban camino de fracasar hasta que Alicia Pombo, de O Incio, dio con Ligero, un play boy asnal que, según su dueño, causa furor entre las burras no sólo de la zona sino también de las comarcas de Monforte y El Caurel. Este es uno de los pocos jumentos que ofrece sus servicios. Otros machos acabaron siendo castrados por sus dueños para evitar problemas. «Lo burros enteros son un problema. Todavía nos acordamos de cuando uno atacó, hace unos años, a su dueño aquí cerca y tuvo que ser hospitalizado en Lugo», rememoran en O Incio. Bueno, pues resulta que Manuel Torre, O Sarabia, puso cita para las diez de la mañana del pasado lunes, para una sesión fotográfica con su burro. Ligero había dormido a la intemperie, con cinco ovejas, en un prado situado a un kilómetro y pico de Santa Cruz de O Incio. Cuando su amo abrió la cancilla, en medio de una espesa niebla, dio unos berros con el nombre del jumento y éste contestó instantáneamente con un concierto de rebuznos. En menos de un minuto trotó emocionado, como si fuera el Platero de Juan Ramón Jiménez, y se plantó delante de su amo. No es fácil determinar quién estaba en aquel momento más orgulloso y ufano, si el burro o su amo, al ver la cara de sorpresa de los periodistas. De tal calidad deben ser los «servicios» prestados por Ligero que los amos de algunas pollinas del contorno le llegaron a dejar de propina a Manuel hasta 30 euros. Un casanova con historia El play boy de los jumentos de O Incio tiene historia. Su padre fue comprado por Manuel Torre a un cura que acabó cargando con él porque a un feligrés se le ocurrió, antes de morir, legarlo a la iglesia. «Estaba muerto de hambre porque su propietario solo lo llevaba a pacer en primavera. Y todavía pagué por él 30.000 pesetas», contó O Sarabia. El recorrido por O Incio concluyó en la Casa de Anxel, en la parroquia de Hospital, donde viven Abel y Carmen, y la burra Perica, de unos 15 años. Los dos primeros, que no tuvieron hijos, pasan de los 80. La pollina les sirve de compañía. Carmen le da toda clase de mimos y aseguró que «es muy fina». Advirtió, además, que «estaba bien mantenida» y que no había que fiarse mucho de ella «porque aprovecha cualquer descuido para marchar». Ligero y Perica tienen suerte si se comparan con sus colegas de Irak, que son utilizados para poner bombas o con algunos burros andaluces, que hacen de taxi para turistas en algunas localidades de esa comunidad autónoma. Los expertos aseguran que estos animales viven entre 20 y 25 años, aunque algunos llegan a pasar de los 30. No precisan demasiados cuidados. Comen de todo, incluso zarzas (algunos los proponen como desbrozadores para evitar incendios) y sólo hay que desparasitarlos cada dos años. Al pasar de los 20 su dentadura ha de ser revisada o, por lo menos, aportales una alimentación adecuada. Las burras siguen teniendo celo pasada la veintena.