Diario de León

El año negro de los brigadistas

Ni más ni menos que 191.287 hectáreas arrasadas por las llamas en León en los últimos 13 años. Los incendios de este verano dispararán la estadística.

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MARCO ROMERO | texto
León

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«El buen trabajador es el que vuelve a casa». La frase, contemplada en una guía de formación, la recuerda uno de los brigadistas destacados en el Centro Forestal de Tabuyo del Monte, la única base leonesa dependiente del Ministerio de Medio Ambiente que sirve de apoyo a los retenes que luchan cara a cara contra el fuego en León, provincia en la que se ha calcinado la escalofriante cifra de 191.287 hectáreas en los últimos trece años, sin contar los incendios del 2005. Éste ha sido un verano negro para los brigadistas. Han conseguido una notoria proyección mediática tras el suceso de Guadalajara, en el que perdieron la vida de forma trágica 11 trabajadores de la lucha contra el fuego. Revista ha pasado dos jornadas con ellos: una, con las cuadrillas del turno de mañana de Tabuyo y la segunda, con el retén de Camposagrado, coordinado desde el Centro Provincial de Mando de la Junta. Es primera hora del día. Sol aplastante y un silencio que asusta. La presencia del helicóptero Puma que traslada a los brigadistas desde la base hasta los incendios advierte de una mañana tranquila en el Despacho Automático de Tabuyo del Monte. Es el contrapunto al duro verano que están afrontando. Su estadística indica que la aeronave ha hecho ya tantas horas de vuelo a estas alturas de campaña como todo el año pasado. El número de salidas que hicieron las brigadas el verano pasado también ha sido superado ya. En esta base operan seis cuadrillas -cada una de ellas está formada por siete especialistas y un capataz- bajo la responsabilidad de tres técnicos de la Dirección General de la Biodiversidad del ministerio. Además cuentan con dos emisoristas ubicados en la torre de control y dos cocineros para la tripulación del helicóptero -piloto, mecánico y copiloto- y el personal técnico, puesto que los brigadistas se llevan su propia comida. La vida en un cuadrante La vida en esta base está marcada por un cuadrante que ordena los horarios de principio a fin de jornada. La prioridad es el incendio, pero si no hay salida, el tiempo libre no es libre. La primera hora del día se utiliza para limpiar la base. Posteriormente desarrollan alrededor de una hora de preparación física. Siguen un plan de entrenamiento programado por un licenciado en Inef contratado por el ministerio. Hacen ejercicio y practican el deporte del brigadista, el voleibol. «Mejoramos con ello la capacidad aeróbica y con este deporte no nos lesionamos y desarrollamos la motricidad y el trabajo en equipo», explica Víctor Gonzalvo, uno de los técnicos de la Brif de Tabuyo. Después llega el tiempo para la clase que llaman de «adiestramiento», donde comentan los incendios en los que han trabajado. Hacen fotografías y en esta hora debaten sobre su actuación y sobre el sistema que han utilizado para atacar el fuego. Dependiendo de las características del incendio, pueden hacerlo de dos formas: directamente con las mochilas cargadas de agua o, de forma indirecta, provocando un pequeño incendio para evitar el paso de las llamas o creando un cortafuegos con las herramientas de que disponen. Entre la «pulaski» y el «mc-leod» El control sobre el material es básico. Nunca puede faltar de nada, por lo que se vigila muy minuciosamente que todo esté preparado ante una posible salida de emergencia. De esta manera, otra parte de su preparación continua es hacer uso de esta herramienta. El pinar de Tabuyo que envuelve la Casa Forestal es su centro de entrenamiento. Con instrucción militar, los 14 brigadistas se adentran enfilados en el monte. Allí limpian o abren senderos simulando que acometen un cortafuegos. A estas alturas de veran o, el manejo de los podones, las pulaski (hacha-azada) o el mc-leod (azadón-rastrillo) se hace con habilidad. Tras el entrenamiento, los brigadistas recogen los instrumentos. Hacen un corrillo e inician una conversación con el periodista. «Pon ahí que a veces nos tratan como héroes y, otras, como villanos», afirma uno de los jóvenes. «En Pinilla de Valdería -dice otro- nos echaron calderos de agua y en el Bierzo el otro día un agricultor lanzó piedras contra el helicóptero porque cogía agua de una balsa». «La gente siempre piensa que llegamos tarde y que no hacemos nada, pero nosotros vamos en cuanto nos llaman», explican en ese debate. La conversación deriva en las condiciones de trabajo. Desde luego, no son extraordinarias, pero mejoran bastante lo que había hasta ahora. Es el primer año que han firmado un convenio. Hasta ahora cotizaban en el régimen especial agrario. El sueldo de un peón es de 864 euros brutos y de 900 el de peón especialista. Neto, sumando los 150 euros al mes del prorrateo de las vacaciones y el euro diario que les dan por disponibilidad, puede sumar unos 1.050 euros, en el peor de los casos. «Sin convenio, el año pasado cobraba 500 euros al mes», relata el más joven de los brigadistas. En este equipo de 48 apagafuegos sólo hay una chica. Patricia Blanco tiene que compartir todas las estancias con sus compañeros, incluido el baño. Una nave apartada de la casa principal -ésta sólo está reservada para técnicos y tripulación- es su cocina, su lugar de descanso, su zona de estudio, su vestuario, todo. Allí se pasan la mayor parte del tiempo cuando no han salido a sofocar un incendio. Aprovechan parte de este desahogo para estudiar, repasar los temas de las clases de formación o, simplemente, descansar bajo la sombra de un árbol. Por razones de seguridad, su jornada está limitada en 14 horas desde que entran a trabajar. Otro de los límites que tienen les impide estar más de ocho horas en tareas de extinción. «Este verano ha sido muy caluroso, el combustible está deshidratado y, por tanto, arde mucho mejor. Además, se trata de un fuego descontrolado», explica el ténico Enrique Merino. «Teníais que haber visto el incendio de Pombriego, eso fue alucinante», exclama uno de los brigadistas, para añadir. «El fuego se comportó de mil maneras distintas, yo nunca en mi vida había visto algo igual. Eso fue digno de estudio». «Peligrosos son todos los fuegos» Son jóvenes, por lo que casi ninguno recuerda el grave incendio que dejó calcinadas más de 3.330 hectáreas en los pinares que ahora ocupan con su base. Preguntados por los momentos más peligrosos que han vivido, la mayor parte de ellos no sabe qué contestar porque, dicen, «peligrosos son todos los incendios». En las clases les enseñan que su seguridad es lo primero. «A la gente se le forma permanentemente para que vayan seguros». Antes de que se ponga en marcha la campaña, se dan nueve días de clases, en las que les explican el comportamiento de los incendios, los tipos, la clase de combustibles que hay, cómo influyen las condiciones climatológicas y primeros auxilios. «Pero todo esto es insuficiente. El hecho de que no haya continuidad en los contratos tampoco la hay en la formación», denuncia un brigadista. La mayor parte de estos trabajadores sólo tiene su empleo durante la campaña de verano y, como mucho y si tienen suerte, en precampaña. En invierno se tienen que buscar la vida en otros trabajos. Tragsa, contrata para la que trabajan, emplea a algunos de ellos para los trabajos selvícolas del monte. El resto, o estudia o trabaja en lo que puede. «Queremos continuidad. Queremos trabajo todo el año. Todos sabemos que el monte no da dinero, sino que sólo genera gastos. Pero es que se da la circunstancia de que gastan más en un anuncio que en limpiar los montes. Por ejemplo, estos del Teleno. Da pena que pinos adultos corran tanto peligro de quemarse por la suciedad del monte. Además, sale mucho más caro apagar un incendio que prevenirlo». Más o menos, las cosas no son muy distintas en las bases que dependen de la Junta de Castilla y León. La mayor parte de los brigadistas acaba su relación contractual cuando llega el 30 de septiembre. Y todo lo demás, parecido. La formación, los horarios, la forma de trabajar, los cuadrantes... todo en la base de Camposagrado es similar a la de Tabuyo, aunque dependan de administraciones diferentes. Parece ésta una forma de unificar criterios e impedir que la descoordinación afecte la principal tarea que tienen encomendada, que es la de apagar incendios. En esta base se cuenta con un helicóptero procedente del ejército israelí para trasladar a las cuadrillas. Se trata de un Bell 212 contratado a la empresa Heliduero, que garantiza la plena seguridad de estas aeronaves a pesar de su origen. Como se decía, el protocolo de actuación es el mismo en todas las bases. Al igual que lo es la preparación física. Un partido de voleibol a media tarde anima a los brigadistas. Pertenecen a una cuadrilla de acción rápida, por lo que no se pueden quitar el Epi (equipo de protección individual) en todo el día por si avisan de cualquier emergencia. Es por la tarde y hace un calor insoportable, pese a ello, mantienen puesto el equipo. «Vivimos muchos momentos peligrosos. Se le ha dado demasiado bombo a lo de Guadalajara, pero a eso nos enfrentamos todos los días. Nuestro trabajo es peligroso desde el momento que cogemos un helicóptero para transportarnos, no porque la nave sea peligrosa porque ocurriría lo mismo si viajásemos en coche», afirma uno de los brigadistas. Dice otro de ellos que cuando peor se pasa no es con el fuego, sino con el humo, y mucho más si los trabajos de extinción se tienen que desarrollar en pendiente. «Momentos de peligro real no he vivido ninguno, la verdad», señala uno de los trabajadores. La actividad física que deben llevar a cabo durante un incendio es, quizá, su peor aliado. «El humo no mata, pero sí la falta de oxígeno, y hay que pensar que nosotros hacemos un esfuerzo físcio importante durante esos momentos». Ellos tienen limitadas sus horas de trabajo en doce, a diferencia de la base de Tabuyo del Monte, que ha fijado ese límite en 14 a partir del inicio de la jornada laboral. El peor momento que han vivido este año tuvo lugar durante la precampaña, en Salamanca. Allí estuvieron tres días extinguiendo uno de los incendios más peligrosos de cuantos se han desarrollado este verano en la comunidad autónoma, sin contar el de Pombriego y el que aún ayer se mantenía activo en la zona del Curueño. Grupo de trabajo La coordinación de los trabajos de prevención y extinción de los incendios forestales en Castilla y León se está llevando a cabo este año por parte de un grupo de trabajo dependiente de la Junta, pero en el que participan todas las instituciones competentes. Una de las conclusiones a las que han llegado, a grandes rasgos, es que la cobertura del norte de la comunidad (León, Palencia y Burgos) no es suficiente y debe ser mejorada. Las bases más cercanas (Labacolla, en Galicia; Matacán, en Salamanca; Zaragoza y Torrejón) no tienen marcada como «zona preferente» esta parte del territorio. Sin embargo, durante la anterior campaña estival los aviones anfibios desplazados en estos puntos intervinieron en 130 ocasiones en todo el territorio de la comunidad autónoma. Este grupo de trabajo también ve como una necesidad imperiosa el buscar mecanismos para que los despachos automáticos de las bases que no están ubicadas en Castilla y León, en especial las de Pinofranqueado y Villares de Jadraque, funciones en las nueve provincias. Más dotación a mayor riesgo Según la información que facilitó la Consejería de Medio Ambiente en su día, el personal está distribuido en tres turnos en cada base. Durante las horas de mayor riesgo de incendios es cuando las bases están mejor dotadas. «Las cuadrillas de la mañana salen hasta las seis de la tarde. Mientras tanto las de tarde se quedan de retén», explica Eduardo Yebra, técnico de la base de Camposagrado. Este año, el operativo de extinción está compuesto, además, por personal técnico de guardia y operaciones, agentes medioambientales y forestales, personal de vigilancia y conductores de maquinaria pesada como buldozzers o autobombas. «En el mundo forestal no hay profesionales de los incendios. Lo bueno sería tener gente todo el año», insiste uno de los brigadistas. A unos kilómetros de la base de Camposagrado, Amado Rojo controla la desde una torre de vigilancia kilómetros y kilómetros de pinares. Unos potentes prismáticos le ayudan en su solitaria tarea: diez horas solo en este habitáculo observando el monte mientras escucha la emisora donde se informa permanentemente de los incendios que se están desarrollando en la provincia. «Este año ha sido terrible», asevera.

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