Diario de León

África palpita en los móviles

El control de las reservas de columbita-tantalita, de las que el 80% están en el área central del continente negro, ha propiciado golpes de Estado y genocidios

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FÉLIX SORIA | texto
León

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coltan (contracción por la que es conocida la columbita-tantalita) es un mineral imprescindible para los fabricantes de electrodomésticos, misiles balísticos, ingenios espaciales, videojuegos, aparatos clínicos y teléfonos móviles, entre otros ingenios y productos. El 80% de las reservas mundiales de coltan están localizadas en África central, en su mayoría en la provincia congoleña de Kivu, en el oriente del antiguo Zaire. El coltan siempre ha sido un mineral apreciado, pero jamás alcanzó las cotizaciones actuales. Durante varias décadas del siglo pasado fue utilizado para fabricar los filamentos incandescentes de las lámparas, pero sus escasas extracciones, su elevado precio y la inestabilidad política de los países productores provocaron la sustitución del coltan por el tungsteno, que es más barato, más abundante y, sobre todo, más fácil de conseguir. En la década de 1960 la demanda de coltan empezó a disminuir y las multinacionales lo relegaron a un segundo plano a la hora de planificar inversiones. Auge, caída y resurrección Sin embargo, la cotización de la colombita-tantalita se multiplicó a partir de los años ochenta, tras ser descubiertas sus utilidades en el campo de la energía, debido a la superconductividad de tan singular compuesto geológico. La revalorización del coltan fue un hito económico en la década de 1990, cuando el teléfono móvil se convirtió en un objeto de uso generalizado en Occidente, pues el coltan mejora exponencialmente la capacidad de almacenamiento y la eficiencia de las baterías de los teléfonos portátiles, prolongando la duración de la carga y optimizando el consumo de energía de los microprocesadores. El súbito y elevado aumento de la demanda propició la creación de un mercado negro de coltan en el Congo, Burundi, Ruanda y Uganda, donde operaban una docena de firmas trasnacionales, entre las que destacaban tres: la canadiense Barrick Gold Corporation, la estadounidense American Mineral Fields y la sudafricana Anglo-American Corporation. A esos tres grandes consorcios hay que añadir dos entidades de menor poderío financiero pero que han jugado un papel fundamental: la Sociedad Minera de Ruanda (Somirwa) y la Sociedad Minera de los Grandes Lagos (Somigl), esta última constituida por la Africom, con sede en Bélgica, la antigua metrópoli de África central; la compañía Promeco, de capital ruandés (al menos, formalmente), y la belgo-surafricana Cogecom. Somirwa, cuyo centro de operaciones está en Kigali (Ruanda), era la que actuaba con menos escrúpulos. Sus responsables alcanzaron acuerdos de suministro con mandos del ejército ruandés que participaron en la invasión del Congo en los años noventa. Estos militares corruptos cobraban comisiones por cada camión que enviaban desde los territorios de Kivu que controlaban, según constataron los servicios de inteligencia belgas y franceses. Esas cargas -en puridad, contrabando- sirvieron para financiar conflictos que en Occidente fueron presentados como lides tribales, nacionalistas o ideológicas. Régimen de monopolio En los dramas que ha propiciado el afán por disponer de coltan y venderlo también ha jugado un papel relevante Somigl, sociedad creada por inversores de la antigua metrópoli del gran Congo (Bélgica). Esa entidad y sus antecesoras controlaron durante décadas y en régimen de monopolio la mayoría de las minas de Kivu, por lo que su penetración en la zona era proverbial, hasta el extremo de que en los años noventa Somigl llegó a pagar una media de diez dólares por cada kilo de coltan que obtenía gracias a los revolucionarios de la Reagrupación Congoleña por la Democracia (RCD), que dedicaba varios miles de combatientes a garantizar los envíos de coltan a los almacenes de Somigl.

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