Diario de León

Los encantos del pueblo de Oville

El común de vecinos reconstruye el molino de la Gorgorita y la ermita de San Pelayo

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ENRIQUE ALONSO PÉREZ | texto
León

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Hemos vuelto a Oville. Y disfrutamos de lo lindo viendo en la Casa del Pueblo las vitrinas nutridas de libros, de los que gran parte proceden de aquella donación que un día -el 14 de mayo de 1994- realizó el Diario de León, representado por el director general del periódico, José Gabriel González Arias (hoy Consejero Delegado) y el entonces director del periódico, Francisco G. Carrión, acompañados por el que suscribe, a la sazón corresponsal de la zona. Pero nuestra visita a la casa social, sede de la Asociación Cultural La Gorgorita, que el día 26 de diciembre cumplirá trece años de vida, estaba motivada principalmente por conocer de cerca las obras que se habían realizado recientemente, en su incansable e imparable afán de servicio, por los vecinos de Oville. Quienes no conozcan el pueblo de Oville, por aquello que no está encajado en ninguna ruta convencional, tienen que saber que su sinuosa carretera, que parte de la Venta del Remellán de Boñar a Puebla de Lillo y perfectamente mantenida, ofrece uno de los paisajes más sugestivos de la montaña leonesa. Los distintos matices de verdes con que la naturaleza ha sabido colorear a los abedules, cerezos, avellanos, pinos, chopos, fresnos, hayas, sauces, mostajos y demás gigantes verticales, que combinan esta provocación cromática con sus parientes menores, las escobas, piornos, escaramujos, espinos y zarzamoras, se integran en el contexto de un praderío donde las vacadas pastan a sus anchas, cada vez con más ración de hierba por el notable descenso de la cabaña ganadera. La Gorgorita Al dar una de las últimas curvas de acceso al pueblo, en un lugar de obligada parada para el viajero sensible a las emociones bucólicas, nos topamos con la llamada fuente de la Gorgorita y su antiguo molino, reconstruido con el gusto y la pericia que los canteros de Oville -que son todos- saben hacerlo y complementado con un conjunto de piedra labrada y roble, compuesto por unos rústicos taburetes y una mesa que invita al descanso y, si la ocasión es propicia, a saborear un buen zoquete de pan asistido por los embutidos de la tierra. Este acogedor conjunto de piedra y roble, realizado recientemente por los buenos artistas de Oville, es todo un símbolo y advertencia del celo que mantienen sobre todo el patrimonio vecinal, pues por una serie de desafortunadas actuaciones de algún contratista despistado desaparecieron las piedras del antiguo molino, que fueron restituidas al ver la energía con que respondió un pueblo que recordaba la célebre obra de Fuenteovejuna, todos a una . Como recuerdo de este hecho y el final feliz, las buenas gentes de Oville han colocado dos cartelas en forja con las siguientes leyendas: «Los vecinos de Oville me rescataron del expolio y el olvido, año MMIV» y «Molino de la Gorgorita». La ermita de San Pelayo Pero estos inquietos y dinámicos vecinos de Oville, animados por ese afán de recuperación y restauración, que en su día les inculcó el párroco de Boñar y ecónomo de su iglesia, Carlos Santos Vega -hoy párroco de Jesús Divino Obrero, en León-, al restaurar muy dignamente la devastada iglesia parroquial, la vieja escuela y la recoleta placita de la ermita urbana, han querido ser fieles a esa línea tan gratificante y se han ido al monte, a recuperar una de las reliquias perdidas desde el siglo XIX, la ermita de San Pelayo, santo muy venerado por sus antepasados, que ya en el siglo XVI habían alzado, sobre cimientos anteriores, que han sido descubiertos convenientemente para un posible estudio que pueda aclarar su datación, espacio ocupado y contraste con los documentos celosamente custodiados por el actual párroco de Boñar, Abel Viñuela. Con el gusto y respeto a las construcciones populares, que un día sembraron de ermitas milagreras y votivas nuestra más escondida geografía rural, nuevamente los canteros y albañiles de Oville se trasladaron animosamente hasta el paraje y prados conocidos globalmente por San Pelayo, para reconstruir en un tiempo récord la simpática ermita que dormía el sueño del olvido entre un tupido robledal y que guardaba los restos de la que un día congregó devotamente a las gentes de Oville. Y no nos fue fácil el acceso para conocer y sacar fotografías de la ermita. Gracias a la amabilidad de Jerónimo Morán, que nos prestó su todoterreno para llegar al lugar descrito. Y es que San Pelayo, tras el aberrante martirio que sufrió en Córdoba el 26 de junio del año 925 por orden del propio Califa, Abderramán III, al defender a ultranza su religión y virtud, fue reclamado su cuerpo por el rey Sancho I El Gordo , que lo consiguió en el año 967 por concesión del entonces Califa Alhaken, y fue enterrado en León en un cenobio dedicado al santo. Por este motivo, multitud de pueblos, iglesias y ermitas, se pusieron bajo la advocación de este niño, que a los trece años supo defender su honor hasta la muerte. Pocos años después de este traslado, cuando Almanzor saqueaba la ciudad de León, el cuerpo de San Pelayo fue trasladado a Oviedo para preservarlo de la profanación sarracena, pero no volvió; y si hoy queremos contemplar la urna donde reposan sus restos, tenemos que ir al convento de las Pelayas, en la capital asturiana.

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