Diario de León

Lo malo de ser superdotado

Los niños con un coeficiente de inteligencia superior se enfrentan a la falta de programas educativos acordes con su capacidad y a problemas de adaptación

DAVID CHESKIN

DAVID CHESKIN

Publicado por
ALBERTO MAHÍA | texto
León

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Saben leer a los dos años, a tocar el piano a los tres y chapurrear idiomas a los cuatro. Muchos de nosotros necesitaríamos una vida, y unos cuantos años de la otra, para desarrollar ciertas habilidades que están chupadas para los niños superdotados. Si la media de la inteligencia se sitúa en 100 puntos de una escala, la mayoría ronda los 80 y 120 puntos. Las personas con un cociente de entre 120 y 130 se consideran brillantes, con una inteligencia superior. Y a partir de 130 puntos ya se habla de superdotación intelectual. Si 2 de cada 100 personas son superdotadas; es decir, según esta estadística, pasean por nuestras calles unos 50.000 gallegos con una inteligencia fuera de lo común. La superdotación intelectual se asocia habitualmente con una serie de rasgos de comportamiento: alta sensibilidad, excesiva energía, pérdida de atención, aburrimiento fácil, resistencia a la autoridad si no es democrática, placer por la lectura y/o matemáticas, inestabilidad emocional, tienen creatividad, intuición, gran sed de conocimientos, curiosidad por las cosas más diversas, desarrollo precoz, individualismo y gran capacidad de razonamiento y manipulación. Lo peor es que las escuelas no detectan a los superdotados. Se calcula que en los colegios españoles hay entre 150.000 y 200.000 alumnos con una inteligencia superior. Estos niños, a veces, están ocultos y los profesores no tienen los recursos adecuados para detectarlos. No figuran entre los supuestos cerebros o empollones. A veces se esconden tras una máscara de timidez o de rebeldía. De hecho, hasta el 48% saca notas medias o suspende, según un estudio realizado por la Universidad Complutense. Hay disparidad de opiniones. Para unos, estos niños deben seguir sus estudios en colegios normales, que es como está regulado; y hay quien opina que deben acudir a centros especializados, donde sólo existan niños de alta capacidad. María Urgoiti tiene un hijo que a los dos años encendió una linterna en el jardín y cuando su madre le preguntó qué hacía, él respondió que le estaba enviando un mensaje a la estrella más cercana a la Tierra, pero que ésta no lo vería hasta que llegase allí la luz, dentro de cuatro años. María está a favor de que su hijo estudie en una institución especial. «La gente piensa: ya tienen ventajas, ¿por qué les vamos a dar más?», opina. «Los programas especiales se ven elitistas. Pero estos niños vienen con sus problemas y a algunos les vendría mejor un trato aparte y estar con compañeros con sus mismos intereses», añade. Unos, aburridos en clase, llegan a ser agitadores y los profesores les tachan de problemáticos. Otros, preocupados por ganar la aprobación de sus compañeros se empeñan en fracasar. Hay colegios privados que se jactan de tener un aula inteligente, donde los alumnos trabajan en equipos, se reúnen con tutores, se evalúan a sí mismos y no tienen que pasar ningún examen final. Pero hay que pagar la matrícula. Algunos colegios públicos han llevado a cabo iniciativas, pero oficialmente existen sólo dos opciones permitidas. La primera es adelantar a estos niños uno o dos cursos. La segunda es darles un currículo «enriquecido» o sea, trabajo extra. La mayoría de los padres prefieren centros especializados.

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